23 de abril de 2012

España - Buitrago del Lozoya (Madrid)


¡Ha del castillo!

Otra escapada de ida y vuelta durante esta Semana Santa ha sido a la localidad madrileña de Buitrago del Lozoya, que se encuentra a 75 km de Madrid por la A-1 y que es uno de los 42 municipios de conforman la Sierra Norte madrileña. Está situado en el Valle del Lozoya, asentando en uno de los meandros que describe el río Lozoya a los pies de las Sierras de Guadarrama, Somosierra y del Rincón. 

Buitrago del Lozoya fue declarado Conjunto Histórico-Artístico y Bien de Interés Cultural en 1993 y su recinto amurallado es Monumento Nacional desde 1931. Desde la carretera su enclave junto al río y sus imponentes murallas son todo un reclamo turístico.

Comenzamos la visita, en un día grisáceo y algo frío, por la plaza. 


En Buitrago han convivido, árabes, cristianos y judíos.  Es el único pueblo de la Comunidad de Madrid que conserva íntegro su antiguo recinto amurallado, de origen musulmán, estando circundado por el río por todos los lados menos el meridional, convirtiéndose en un foso natural de defensa.


Desde la plaza se entra al recinto amurallado por la Torre del Reloj.



Buitrago aparece en la historia de la Reconquista en tiempos de Alfonso VI, hacia el 1083 o 1085. Su valor estratégico es la razón de su rápido crecimiento por medio de un privilegio otorgado por el mismo rey que facultaba a la villa para repoblar los núcleos existentes en su jurisdicción y crear otros nuevos. En 1096 el rey Alfonso VI concede a Buitrago las armas de su escudo consistentes en un toro, una encina y la leyenda Ad alenda pecora ("para el sustento del ganado"), que hace referencia al medio de vida que se iba a adoptar. 

Con la llegada del siglo XIX la vieja importancia defensiva de Buitrago volvió a un primer plano con la invasión por parte de las tropas de Napoleón. El ejército francés rompió el cerco de resistencia puesto en el Puerto de Somosierra el 30 de noviembre de 1808 y ocupó a continuación los pueblos de la comarca, Buitrago entre ellos. Todo el recinto amurallado fue pasto de las llamas.


Hasta esta muralla es a dónde nos dirigimos, donde por un precio de 1,5 – 2€ se puede realizar una visita guiada por las murallas, el castillo y la iglesia, aunque nosotros pasamos de hacerlo en esta ocasión pero se puede pasear por el camino de las murallas sin necesidad de pagar, y no creo que nosotros hiciésemos algo no permitido. 

En el recinto se encuentra la Iglesia de Santa María del Castillo, terminada de construir en el año 1321. Su entrada principal es de estilo gótico flamígero, su torre de estilo mudéjar es de gran altura. 



En una explanada a los pies de la muralla y las torres del castillo se expone un trabuco de contrapeso, que funciona del mismo modo que los de tracción, pero tiene mayor precisión y se pueden lanzar proyectiles más pesados al sustituir la fuerza humana por una caja rellena con tierra, arena, piedras o plomo, y a mayor distancia. Esto sí que suena a cine, por ejemplo a Los caballeros de la mesa cuadrada de los divertidos y magníficos Monty Phyton.


Paseemos pues por estas bonitas murallas al lado del río Lozoya. 







En las murallas se conserva la Coracha, un apéndice de la muralla que se introduce en el río y cuya función era cubrir el acceso al agua en caso de sitio.



El primer puente de la fotografía es el Puente del Arrabal o Puente Viejo.


Visitar Buitrago y su recinto amurallado es retroceder en el tiempo y entrar en la época medieval, una visita recomendable. 
 
Quiero hacer mención a dos de sus tradiciones: la Feria Medieval que se celebra durante el primer fin de semana de septiembre, o el Belén Viviente declarado Fiesta de Interés Turístico desde 1989, a ambas me gustaría asistir en un futuro no muy lejano, aunque supongo que Buitrago será un bullicio de visitantes. 

Finalizado el corto paseo bajo una lluvia chispeante con amenaza de agua-nieve, volvemos hacia la plaza y hacemos una parada de repostaje en La Taberna de Teo, un lugar pequeño y coqueto, que nos sorprendió gratamente con sus raciones y pinchos, sobre todo unas croquetas de espinacas y piñones que estaban para chuparse los dedos, que dudo que alguno de nosotros no lo hiciera. 

Volvimos al coche para seguir explorando la sierra madrileña y alguna de sus localidades en una primavera invernal.