Playas
y animales libres
Desde Melbourne hay una
excursión que es casi imprescindible, que nos planteó "problemas maritales", no
nos poníamos de acuerdo en el modo de hacerlo. A mí me apetecía hacerla por libre, pero ahora no dependeríamos del transporte público
australiano como en las Blue Mountains, tendríamos que haber alquilado un coche
y lanzarse mi marido a conducir por la izquierda en una carretera que no sería
el mejor modo de aprender a hacerlo, ya que sería su primera vez. Al final, en Sydney optamos por otra opción para hacer esta
excursión, contratarla por internet con una agencia, de buenas referencias
aunque parecía curiosa y particular, pero con la buena sensación de ofrecer una
excursión muy completa y con la posibilidad de pagar un plus por una actividad
extra que salía muy bien de precio, su nombre, Go West!. Además ofrecían ipods con las explicaciones
en castellano, y este fue un punto decisivo, seguramente si hubiera sido en
inglés no lo hubiéramos hecho y nos hubiéramos perdido un día diferente y muy
divertido.
El destino es la Great Ocean
Road, de la que se dice que es la mejor ruta costera de Australia, 418 km ida y
vuelta desde Melbourne (demasiados kilómetros para hacerlos en un día y con un solo conductor), con una de las panorámicas más
hermosas del mundo (aquí podríamos hablar largo y tendido de nuestras
increíbles carreteras y panorámicas costeras).
A la hora convenida, 7.30 h
de la mañana, estamos en la puerta del
hotel esperando nuestro transporte, y comienza nuestra preocupación porque no
llega, y lo lógico es pensar que hemos picado en una trampa por internet a pesar
de todas esas buenas referencias. Pasados más de quince minutos preguntamos en
recepción por si ellos conocen la empresa y dicen que no, algo más de susto,
aunque tampoco me extraña demasiado porque el hotel es de estrellas y la
compañía que hemos contratado es más para mochileros, a pesar de que incluyen
los hoteles de todas las categorías en su hoja de ruta de recogida de
pasajeros.
El hotel tiene dos entradas, una de ellas utilizadas por los coches, que es donde
estamos esperando porque era el punto de recogida, pero ante la duda mi marido
decide ir hacia la otra por si acaso, y en este momento, llega una minivan a
toda pastilla, con el logo Go west!, ¡aleluya, están aquí!. Sale una
australiana simpática pidiendo disculpas por el retraso y de momento vamos solos, pero ya nos
avisa que ella no será nuestra guía, que nos uniremos a otro grupo, y que de
camino hacia la minivan con el grupo completo recogemos en otro hotel a una
joven asiática que sorpresivamente aunque hace frío (no tremendo pero frío) va
calzada con unas sandalias.
Nos llevan con el resto del
grupo, somos los últimos, los lugares buenos en la minivan, por supuesto en el
lado izquierdo, ya están cogidos, así que nos acoplamos donde quedan dos libres,
casi al final del todo, yo voy sentada encima de la rueda, con lo que voy más
alta que mi marido y me da un ataque de risa.
Os presento a nuestra
simpática minivan
La conduce otra chica, una
australiana que parece bastante joven y que es muy dicharachera, en inglés por
supuesto y a partir de ahora el viaje va a ser un no parar, bueno si, parar paramos mucho pero paramos
rápido y corriendo de un lado a otro.
Salimos de Melbourne por la
Princess Hwy a través del elevado West Gate Bridge, pero del que nos es
imposible hacer fotos, entre los botes del medio de transporte y los quiebros automovilísticos
de nuestra conductora lo hacen completamente inviable.
Comenzamos a notar las
diferencias de este tour, una de las principales es la música, salimos a ritmo de los Village People ya
que el nombre de la empresa como ya he mencionado es Go West!, este viaje
pinta divertido, pero ya no desvelaré la selección de canciones durante todo el viaje para que se quede en una agradable y divertida sorpresa por si alguien la hace en un futuro cercano o lejano.
Pasamos por Geelong, la
segunda ciudad del Estado de Victoria en cuanto a tamaño, que tiene uno de los
puertos con más tráfico del estado y con una gran industria. Para los aborígenes
significa “lugar donde vive el pájaro del mar sobre los acantilados”. John
Batman, un colono blanco les compró la tierra a los aborígenes por un par de
camisas de algodón, cuchillos y baratijas, porque para los aborígenes la tierra
no era para ser poseída, con lo que creo que realmente no sabían que la estaban
vendiendo y que perderían sus derechos sobre ella.
De la ciudad no vemos casi
nada, la calle por la que la atravesamos, y solo os puedo mencionar que en ella
vivió el actor Guy Pearce.
Desde Geelong se toma la
B100, la Great Ocean Rocean, a la que llaman Great Bitumen Sea Snake, la gran
serpiente de betún, porque serpentea por las playas de gran oleaje. La carretera
fue construida como homenaje a los soldados que sirvieron en la Primera Guerra
Mundial; las obras comenzaron en 1918 y muchos de sus 3.000 trabajadores eran
veteranos de guerra, inaugurándose en 1932.
El recorrido junto al mar
comienza en la localidad de Torquay, un centro de vacaciones desde finales del
siglo XIX. Desde aquí se toma un desvío y comenzamos a ver el increíble
paisaje, por un lado el verde (casi irlandés) de los prados y montañas y por
otro el azul inmenso del océano.
Hacemos una parada para ver nuestros primeros canguros en
libertad, lejos pero en libertad, en una reserva para ellos. Aunque a distancia
por lo menos no nos vamos sin verlos en su hábitat más o menos natural.
Continuamos el camino, camino
de tierra porque ya no es carretera, y vamos dando botes los ocupantes y los
cachivaches que hay en la minivan, con lo que yo sigo partida de risa, en algún
momento pienso que vamos a ver como una rueda de nuestro transporte va a saltar
y nos va a adelantar. Realmente no pensé en un accidente, si lo hubiera hecho o
lo hubiera hecho mi marido nos hubiéramos bajado allí mismo pero estábamos
disfrutando y confiábamos en la conductora, que tenía tablas de sobra pero claro
el susto es el susto.
El camino termina en la
famosa Bells Beach, una playa donde se producen unas olas ideales para el surf,
con lo que es un punto de encuentro internacional entre surfistas, sobre todo
cuando se celebra el Bells Easter Classic, un acontecimiento mundial en el
calendario del surf que se celebra en Pascua.
Una plataforma submarina es
la responsable de las excelentes condiciones de la playa para practicar el
surf. Este es el lugar de encuentro final en la película de Patrick Swayze y
Keanu Reeves en Point Break, Le llaman Bodhi, ya que el primero tenía
una cita ineludible con la gran ola para cabalgarla, aunque realmente las
escenas no se grabaron aquí sino en Estados Unidos.
Tenemos tiempo para bajar y
pisar arena, porque lo de mojarnos como en Bondi Beach con el frío que hace no
se nos pasa por la cabeza. La pena es que el mar no tiene olas y estaría bien
haberlo visto en su esplendor, con olas que pueden alcanzar los 10 m de altura,
incluso con surfistas, pero solo llego una mujer con su perro que se enfundó en su
traje de neopreno pero sin tabla, solo iba a darse un baño (refrescante sin lugar a dudas).
Los servicios, parada que
hacemos parada que aprovechamos que no sabemos cuándo será la siguiente
oportunidad, tienen una caseta muy decorada con pinturas de tipo aborigen.
Continuamos por la carretera
y a nuestra derecha vamos viendo casas bonitas, con buenas vistas al mar, pero
hay una que nos parece asombrosa y muy original, con una pasarela acristalada en voladizo por
la que se accedía.
La siguiente parada es
pasada la localidad de Eastern View, en un arco conmemorativo de la
construcción de la carretera. El arco original de 1939 se tuvo que reemplazar
al ensanchar la carretera, le sustituyo otro que se quemó en un incendio, y el
sustituto sufrió daños durante una tormenta, con lo que en la actualidad el
arco que se ve es el cuarto arco, y solo es original el cartel del primer arco.
En un lateral hay una
escultura que muestra el trabajo realizado en las rocas para la construcción de
la carretera por marinos y soldados que volvieron de la Primera Guerra Mundial.
El empleo de esta mano de obra tuvo su controversia porque la población veía
con malos ojos que a los soldados se les adjudicara esta labor después de las
penurias en la guerra pero los constructores y gobernantes pensaron que el aire
del mar les favorecería, aparte de tenerles ocupados con un trabajo (la segunda
razón vale, un empleo, un salario, pero de la primera se pueden hacer comentarios y ninguno bueno).
Desde aquí se puede acceder
a la playa, cosa que hacemos a toda prisa, un subir y bajar rápido que la
minivan tiene que seguir el viaje. En la primera foto al fondo se divisa el
faro de Aireys Inlet, en rojo y blanco pero no paramos en él, y seguro que se
tienen bonitas vistas del océano, no mejores solo diferentes.
Pasada la localidad de
Lorne, que lleva el apellido del Marqués de Lorne y que es una de las ciudades
más frecuentadas de la costa, al encontrarse entre esta y la cordillera Otway, paramos
a tomarnos un té con galletas…y recuerdo a Stan en Nueva Zelanda, que aquello
sí que fue glamour. El del hoy está bien, es reconfortante pero le faltaba el
nivel de los manteles, las galletas caseras de la mujer de Stan…todos esos
pequeños detalles que lo hacen un recuerdo grande aunque el de hoy es un
recuerdo divertido (a cada momento y cada lugar su propio recuerdo).
Lo mejor sin duda las vistas
que tenemos de la bahía de Loutit.
Unos habitantes, a los que ya conocimos en los Royal Botanic Gardens de Sydney, contemplan
como nos comemos las galletas pensando si le dejaremos alguna, pero este grupo
de turistas se las comieron todas, y luego guardaron todo en sus cajas que van debajo
de los asientos de la última fila, y ahora ya sé de donde proviene el ruido en
los baches y saltos, es la vajilla que se da de golpes... mientras no salga
disparada y acaben los cubiertos clavados en nuestros cuerpos...
Repostados continuamos el
viaje y algo más adelante paramos en uno de los muchos miradores que hay en la
carretera, que no suelen ser grandes pero la ventaja para los conductores de
derechas es que pilla en el lado izquierdo y por ahí se conduce, con lo que es
fácil verlos, aparcar y desaparcar, que en dirección contraria no lo veo tan
fácil.
Vemos el camino que tenemos
por delante y que sin lugar a dudas promete emoción y vistas.
En la siguiente parada nos adentramos un poco en el
Great Otway National Park, lo justo para descubrir un mar de eucaliptos con sus
simpáticos habitantes, de nuevo la fauna en su hábitat, ahora gracias a una de
las pasajeras con vista de lince descubrimos a los perezosos koalas, que están
en las ramas más altas, cobijados y escondidos. Yo creo que por lo menos una
decena llegamos a ver, y esto solo a pie de carretera sin entrar en el bosque,
por el que hay senderos por los que pasear e incluso hacer caminatas largas de
varios días.
Saliendo del parque nacional
pero a los pies del mismo una nueva parada, ahora una colonia de loros Crimson
Rosella, a los que ya conocimos en el Taronga Park Zoo de Sydney pero no es lo mismo verlos
en los aviarios que en completa libertad.
Aparte de lo sociables que
pueden ser estas aves por regla general, se nota que están acostumbrados al ser
humano, andan por la carretera y no porque estén de camino, seguro que están
esperando algún alimento, aunque sigue estando prohibido hacerlo.
Al lado de los pájaros y a
una altura más visible para nuestros ojos otro koala, un auténtico peluche para
llevarse a casa.
Por el encuentro con la
naturaleza, canguros, loros y koalas el viaje ya nos ha merecido la pena y no
hemos llegado al destino final del mismo.
El viaje continua curva va,
curva viene, bache va, salto viene…en una de estas nos damos un chapuzón sin
querer, el paisaje que se ve es impresionante en belleza. A nuestra izquierda el mar y sus pequeños
cortes rocosos.
A nuestra derecha la inmensa
campiña verde infinita, ¿se puede pedir más paz?
Llegamos a Apollo Bay, un
antiguo pueblo pesquero que el turismo va revitalizando. La parada es de media
hora, y es para comer, la conductora nos recomienda un fish and chips, Apollo Bay Seafood Cafe, que está lleno de comensales y cuenta con una cola
importante para pedir, con lo que tardamos más de lo que nos hubiera gustado
para disfrutar de la localidad y sus vistas.
Un fish de calamares y un fish
de barramundi, que ambos tienen bastante cantidad de fish y de chips.
Con nuestra comida bajamos a
la playa, por lo menos tendremos bonitas vistas del mar mientras nos alimentamos.
Hace viento que es frío, no
como para temblar pero no es agradable, y las gaviotas poco a poco comienzan a
revolotear por encima de nosotros y a posarse a nuestros pies, su mirada no es
muy amigable, con lo que decidimos zanjar la comida, además entre la espera
para recogerla, llegar a la playa y comer se nos ha pasado la media hora.
Cuando llegamos a la minivan
están todos dentro, la conductora comienza a aplaudir y todos la secundan, yo
pongo una cara rara, miro el reloj y digo extrañada: “We’re on time”, la
conductora me sonríe y me explica que es por eso, que estamos todos dentro con
tres minutos de adelanto, uffff, que susto me había llevado pensando que
nuestros relojes no iban en hora y estábamos haciendo esperar a nuestros
compañeros.
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