Aborígenes
muy varoniles
Nuestra última tarde-noche y
anochece en Sydney, pocos lugares a los que poder ir, así que decidimos hacer
un nuevo paseo por la bahía, así podremos verla de noche, con la iluminación de sus edificios emblemáticos y de su particular skyline, y de paso visitamos,
aunque sea a paso de marcha ligera, la población de Manly, a 11 km de Circular
Quay, que es desde donde sale el ferry que tomamos.
Por aquello de disfrutar las
vistas nos ponemos a proa, pero hace un aire frío tremendo, con lo que aguantamos el
viaje como turistas ansiosos con el riesgo de pillar un constipado (mientras no
sea más que eso, que todavía nos queda mucho viaje). De nuevo disfrutamos del
Harbour Bridge, de la Sydney Opera House, de la propia bahía y llegamos a Manly.
Manly recibe este nombre por
el gobernador Philip, que se quedo como pasmado al ver el aspecto de los
varones aborígenes del lugar, manly significa varonil. A finales del siglo XIX
se convirtió en una playa frecuentada por los habitantes de Sydney.
La estación de ferries tiene
un puesto en el que alguno se podría quedar enganchado, y podría
hacer honor al nombre de este sitio, Death by Chocolate. El muelle también tiene sus restaurantes,
como todo muelle que se precie de serlo en la actualidad.
The Corso es la zona
peatonal más importante de la localidad, donde se encuentran las tiendas, los
restaurantes, los garitos, la marcha…es como entrar en cualquier localidad
costera española pero sin tanta animación, supongo que en verano la cosa
cambiará a mejor, ahora no deja de ser invierno y de noche.
Llama la atención uno de las
tiendas de alcohol, con un buen arsenal a disposición de los clientes.
The Corso termina en la
playa de Manly, que parece tranquila, pero que nuevamente es de las que toman
los surfistas, así que alguna ola que otra seguro que tiene.
Manly ofrece un paseo por la
llamada ruta pintoresca, de 9 km, que pinta interesante por las vistas de las
playas y los cabos, pero tendrá que ser en otra ocasión. Nosotros volvemos para
tomar el ferry de vuelta al centro de la ciudad.
En principio nos ponemos a
popa, por aquello de ir resguardados que yo ya voy algo tocada con temblores y escalofríos, pero
lógicamente las vistas se tienen mejor a proa, con lo que volvemos al frío con
tal de ver y disfrutar -creemos que merece la pena tener la visión diurna y la nocturna de la bahía-.
Por supuesto, el Harbour
Bridge.
La Opera House, ahora parece
de acero recién afilado.
El payaso de Luna Park más
diabólico iluminado, pero ahora apetece mucho entrar entre sus dientes.
Al llegar a Circular Quay
excursionamos para buscar un restaurante para cenar en su muelle, nos acercamos
hasta la terminal de pasajeros, pero no hay consenso marital, yo votaba por el
clásico fish and chips con algo de categoría pero la escasez de clientes
en sus mesas no convenció a mi marido.
Al final en las Campbell’s
Storehouses hay acuerdo, y cenamos en el Waterfront, especializado en marisco,
pero las mariscadas que vemos son una fiesta, en la que se incluyen por
supuesto ostras, que no son de nuestro agrado, cangrejos o nécoras, de los que
solo nos comemos las patas, con lo que en un lugar de marisco pedimos carne,
porque en los pescados no hay mucha variedad y la que hay no la terminamos de
entender, tampoco vemos mariscos al peso que hubiera sido una alternativa, aunque
hubiéramos necesitado un nuevo consenso y ya bastante con uno al día o la noche. El lugar está a rebosar de gente, de
murmullo, y de nuevo nos damos con un canto en los dientes con el vino, no hay
manera de dar con los buenos australianos, que haberlos haylos y tenemos moral
para intentar encontrarlos.
Con esto nuestros paseos por Sydney han finalizado, para nosotros el siguiente día nos movíamos a otra ciudad, pero como para tener continuidad me salté el segundo día de estancia la siguiente entrega será una excursión en los alrededores de Sydney.
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