¡Nos gustan los puentes!
Retrocediendo a esta visita adelantada a Susannah Place, la zona de The Rocks está más o menos vista, siempre hay lugares por los que no hemos pasado, detalles en los que no nos hemos fijado, pero en términos generales ha sido una visita bastante completa y como no estamos todavía muy cansados decidimos ir al Harbour Bridge, si realizamos ahora este paseo nos adelantará para los siguientes días.
El puente está considerado como una maravilla arquitectónica y de ingeniería, siendo además durante 30 años la estructura más alta de la ciudad. Fue construido según un proyecto de J.J.C. Bradfield, comenzando su construcción en 1923 y terminando en 1932, en plena depresión económica. En él trabajaron 1.400 trabajadores, 16 de los cuales murieron; el dato curioso es que Paul Hogan (Cocodrilo Dundee) trabajó en él como pintor. Antes de su construcción para acceder al centro de la ciudad desde la orilla norte era en transbordador o dando una vuelta de 30 km por una carretera que cruzaba cinco puentes.
Fue levantando por partes en Milsons Point, en Luna Park (antes del payaso), terminando de pagarse el préstamo solicitado para su construcción, de 6,25 millones de libras australianas, en 1988. Durante su construcción fue conocido como Iron Lung, el pulmón de hierro y popularmente es conocido como the coathanger, la vieja percha.
El puente tiene una longitud de 503 m, en su momento el más largo del mundo, una anchura de 48,8 m y el arco central está a 134 m sobre el agua. Tiene ocho carriles, con dos vías de ferrocarril, un paseo peatonal y un carril para bicicletas, completo sí que se pensó.
Estar en el puente es un premio en sí mismo, sentir su estructura, el trabajo de levantarlo, pero este premio va acompañado de nuevas recompensas, las increíbles vistas de la bella bahía de Sydney, que no deja de dejarnos con la boca abierta y con la que todavía tengo felices sueños.
Vemos el Circular Quay, y el edificio de la terminal de cruceros, la entrada en barco seguro que es de las que no se olvidan jamás.
No realizamos el recorrido completo, no pensamos entrar en la orilla norte ni en su parque de atracciones (zona que luego se haría famosa en las noticias, el barrio de Mosmann, en North Shore, por el secuestro de una joven, hija de millonarios, a la que le pusieron un collar bomba en el cuello, pero no llegamos a entender el desarrollo completo de la historia, que afortunadamente tuvo un final feliz), ya que el camino de vuelta será por el mismo carril, el otro como ya comenté es para bicicletas, con lo que a pesar de que las vistas nuevas de la bahía y lejanas de la Opera House seguro que merecen la pena, emprendimos la vuelta. Sin lugar a dudas los puentes son para caminarlos.
Para caminarlos o para escalarlos como en este caso, gracias a la empresa Sydney Harbour Bridge Climb. El ascenso se realiza sujeto a un arnés, provisto de equipo proporcionado por la empresa (traje, botas). Nos hubiera gustado subir a él, pero el recorrido dura tres horas, demasiado tiempo para dejar de ver lugares interesantes, y además mi tobillo derecho me dará problemas con lo que no sería la mejor forma de darle descanso…pero esto queda apuntado para una próxima visita. No es que las vistas que vayamos a contemplar sean mejores que las que hemos disfrutado y vamos a disfrutar, pero me parece curioso y simpático hacerlo, aunque barato no es claro.
Ya que no escalamos el puente nos conformamos con subir al South Pylon, a 88 m de altura, por el más módico precio de 11AU$. En su interior cuentan por medio de fotografías y vídeos detalles de su construcción.
Desde su mirador una más amplia panorámica sobre la bahía, y como ya tenéis muy vista la Ópera (aunque no creo que nadie se pueda cansar de admirarla), una de una de las zonas residenciales y de los barquitos que afortunados navegan por estas aguas.
El día de la inauguración el puente estaba lo que se dice “abarrotao” (foto tomada de la exposición del South Pylon)
Con este paseo por el puente y esta subida al pilón hemos consumido las fuerzas, las horas de viaje y vuelo ahora comienzan a pesar, con lo que emprendemos la vuelta al hotel, y en esta vuelta es cuando volvemos a pasar por Susannah Place para visitar las casas.
Desde nuestra ventana del hotel disfrutamos del atardecer, que sería más bonito en directo, pero que desde aquí no desmerece en absoluto.
Deshacemos las maletas, no por completo, sacamos la ropa que previsiblemente podremos utilizar estos días en Sydney, aunque el calor de hoy nos ha trastocado los planes, no esperábamos un frío intenso pero si un aire fresco saludable para ser invierno en las antípodas, y en lugar de eso hemos ido en manga corta, con temperaturas de 25º. Algo de descanso y bajamos a cenar al restaurante del hotel, nada de excursionar para buscar un lugar cercano, que lo que tenemos que intentar es dormir, para mañana toca madrugón, aunque haré un salto temporal en el relato y este día lo contaré después de la visita completa a Sydney; aprovechando el buen tiempo que parece reinar iremos a las Blue Mountains.
El título de esta entrega, ¡nos gustan los puentes! hace referencia a que en New York (ya sabéis las ciudades "nuestras" por su nombre) tenemos la costumbre de pasear por el de Brooklyn, es como un ritual para nosotros, y en la segunda visita en la ciudad paseamos por el de Manhattan, poco a poco iremos conociendo todos bajo nuestros pies, sean más llamativos o menos, más conocidos o menos, más estéticos o menos, a veces nos sorprenden y las vistas que se obtienen desde ellos seguro que merecen la pena el paseo. Pero New York es otra historia a contar, con calma y corazón.
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