Del templo de la moda al templo de la fe
Terminamos de comer y pasamos por recepción para preguntar si nos pueden dar un mapa, llevamos uno pero siempre es mejor tener más y con indicaciones de primera mano, y preguntamos también por la estación de metro más cercana y como llegar a ella. El recepcionista hace una indicación a una señorita, que amablemente nos acompaña hasta la puerta, sale a la calle con nosotros, nos acompaña hasta el cruce de semáforo y allí nos indica que todo recto y pasando por debajo de unos túneles llegaremos a ella, ¡¡servicio eficiente cien por cien!!, aunque casi siempre está realizado por amables y sonrientes señoritas, y los señoritos son también amables y sonrientes pero no dedicados a esta tarea.
Llegar hasta la estación fue un camino interminable, parecía que no estaba lejos, pero en Tokio las distancias no tienen nada que ver con lo anteriormente conocido, y al terminar de conocer la ciudad no me quedará más que admitir que Tokio me ha ganado la partida, lo que no han conseguido ciudades como París, Londres y Nueva York, esta lo consiguió en una sola visión desde el autobús y con los primeros pasos por ella.
Después de pasar por el túnel que lleva a la estación de Shinjuku (de tren y de metro), intentar encontrar la línea a tomar, pelearnos un poco con sacar el billete en las máquinas, entramos en el metro, para callejear nuevamente pero en esta ocasión por el submundo de la ciudad, hasta encontrar la línea que buscábamos.
El metro, merece una mención aparte, y recuerdo que este viaje es del año 2008, con lo que puede haber habido cambios. Está estructurado en tres compañías, dos de metro y una de tren, que es circular y para en los puntos céntricos más importantes; y no siempre el billete vale para todas, aunque esto todavía no lo tengo muy claro del todo porque en algún caso si nos validó el billete cuando creíamos que no, lo que es seguro es que para la línea circular sólo valen los suyos. Al sacar el billete hay que mirar el panel de las líneas para ver el destino y la tarifa a pagar, aunque si se tienen dudas lo mejor es sacar el billete más barato y ajustar el precio al salir, bien en las máquinas (que no lo conseguimos) o en los trabajadores que hay en cada salida, que te hacen el recálculo y a los que les pagas la diferencia y si les preguntas por cualquier cosa te responden siempre con mucha paciencia. Si el billete es válido te deja salir, pero si no lo es te cierran las puertas y tienes que validarlo de alguna de las formas mencionadas.
Lo que es realmente increíble, como ya había comentado, es que hay otro mundo debajo de la ciudad. Si pensaba que Madrid era un agujero, lo de Tokio ya no tiene nombre, es otra ciudad con miles de personas circulando de un lado para otro. Las conexiones para las líneas son interminables paseos, las salidas en cada estación otro tanto, lo que no se anda por la superficie se anda por el subsuelo.
Pero sin lugar a dudas, es un medio totalmente recomendable, eficaz, limpio, cómodo y sobre todo refrescante en verano, tanto en sus pasillos como en sus vagones, el aire acondicionado siempre listo para tonificarte del calor exterior.
Hay billetes para todo el día, tanto para una línea sola como para combinaciones de ambas, y una tarjeta en la que se va recargando el dinero para poder seguir utilizándola, pero dado que nunca sabíamos realmente cuantos viajes haríamos era un poco loco sacar cualquiera de las modalidades sin tener seguro si sería ventajoso o no.
Con la línea circular, Yamanote Line, nos dirigimos sin transbordos a nuestro primer destino, Harajuku, una zona principalmente frecuentada por jóvenes.
En esta zona se encuentra la peatonal calle de Takeshita-dori, lugar donde los jóvenes tokiotas compran moda de lo más alucinante, puntera y atrevida, como se puede comprobar en esta calle y allá por donde hay vida juvenil. Es una explosión de color, gente, olor, luces....Se dice que moda que ha triunfado en Occidente ha salido de esta calle.
Desde esta calle bajamos andando por el borde del parque Yoyogi, que se encuentra enfrente, buscamos una entrada y seguimos comprobando que efectivamente las distancias prometen cansancio y más cansancio, este parque no es el Retiro, con lo que el metro será nuestro mejor aliado y tendremos que aprender a entenderlo lo más rápido posible.
Pasamos por el puente Gorin, donde se suelen concentrar los jóvenes los domingos por la tarde imitando a sus ídolos musicales, pero sólo vemos a unos cuantos sentados, hoy no es domingo.
Entramos en el parque Yoyogi-koen, es increíble entrar en estos parajes en mitad del caos urbano de gente y tráfico y encontrar el silencio, bueno silencio del todo no, porque las chicharras serán nuestras eternas acompañantes allá donde haya algo de verde. Nuestra guía, más adelante, nos comentará que hay tres tipos de ellas, clasificadas por el ruido que hacen, aunque a mí siempre me parecía el mismo insoportable “cri cri”, al que terminas inmunizándote.
Es un parque de 54 ha precioso, donde no hay mucho gentío, y el paseo es agradable. Se creó al tirar los edificios levantados por las fuerzas de ocupación estadounidenses y fue el principal escenario de los Juegos Olímpicos de 1964, de los que quedan dos estadios proyectados por Tange Kenzo.
Aparte de pasear por el parque lo que queremos visitar es el santuario Meiji-jingu, y nos encontramos con una colección de toneles de sake que nos indican que vamos por el buen camino ya que se llevan para que sean "santificados". Enfrente de los toneles unos cárteles rectangulares en madera con las donaciones al templo, con cifras en algunos casos escalofriantes.
Llegamos a nuestro primer torii, las puertas que avisan de la existencia de un santuario o templo (los primeros son sintoístas y los segundos budistas), que no siempre están precisamente cerca del mismo y la emoción nos embarga, luego nos acostumbraremos a verlo pero la emoción seguirá envolviéndonos porque algunos son muy especiales. El torii está construido con madera de cipreses gigantes de Taiwan, de 1.500 años de edad.
Al final del camino, el santuario, que al ser el primero nos impresiona gratamente, tanto por el lugar donde se alza como por la majestuosidad y elegancia del mismo, en madera de ciprés , con toques dorados en sus extremos y con un tejado de cobre. Es el santuario más importante de Tokio, erigido en honor del emperador Meiji, con cuyo reinado se dio el paso de la sociedad medieval a la moderna, entre 1868 y 1912. El emperador y su esposa están enterrados aquí.
Muchos de los santuarios y templos de Japón son reconstrucciones, bien porque fueron destruidos durante la Segunda Guerra Mundial, bien porque la creencia sintoísta los hace destruirlos cada 60 años como un modo de purificación o algo parecido. En el caso de este santuario fue por causa de la guerra y fue reconstruido en 1958 con donaciones de particulares.
En la entrada de los recintos sagrados, aparte de los torii, no faltan otros detalles: un lugar donde colgar nuestros deseos o ruegos, escritos en unas maderitas con lo que el efecto logrado es estéticamente bonito, o en unos papeles blancos hechos un lazo y colgados en árboles o verjas en otras ocasiones, lo que aporta luz y alegría. En estas maderas hay ruegos en todos los idiomas.
Lo que no falta nunca es un lugar donde purificarnos antes de entrar, con un rito: con el cuenco se coge agua y se lava la mano izquierda, se vuelve a coger agua y se lava la mano derecha, se coge agua otra vez con la mano izquierda y se da un buchito que no se traga, se escupe y de nuevo se coge agua para lavar finalmente la mano izquierda. Yo acabé incorporando un último acto del rito, echarme un cuenco de agua por el cuello para que me corriera y así refrescarme (no será muy religioso, pero era necesario).
En la antesala de los templos y santuarios hay una campana, bien con badajo bien con campanillas bien con una madera que golpea a modo de gong. Primero se lanza una moneda (o varias, dependiendo de la generosidad de cada uno) y con ello ya se tiene acceso a la nueva ceremonia ritual: inclinación, aplaudir dos veces, nueva inclinación; es un acto entre petición y agradecimiento.
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