Lost in translation
Volvemos sobre nuestros pasos a la estación de Harajuku, de nuevo al metro para alcanzar un destino cinéfilo, Shibuya, un distrito de Tokio que ha crecido alrededor de una estación de tren de homónimo nombre. Las luces de la ciudad en sus edificios, las pantallas gigantes de televisión, la multitud de gente, todos los tópicos de la ciudad reunidos en un cruce.
Cruce por el que deambulaba Scarlett Johannson bajo un paraguas transparente en Lost in translation y aquí ya se nos cae la baba, los ojos como platos y una sonrisa en nuestros rostros, el asombro es total. ¡¡¡Que multitud de gente!!!, parecían champiñones que se reproducían continuamente esperando la oportunidad de cruzar. Subimos al Starbucks de una de las esquinas para disfrutar de la vista de este cuádruple cruce con altura y merece la pena hacerlo, desde abajo lo vimos y cruzamos como un peatón y desde aquí se ve como en una película de esas de Cine-Exin, de rápidos movimientos.
En la plaza de Shibuya, en una de las salidas de la estación de tren, buscamos la estatua de un perro, Hachiko, en honor al fiel amigo de un profesor universitario, al que esperaba a la salida de la estación y que siguió esperándolo después de su muerte, durante nueve años, durante los cuales eran alimentado por vecinos y transeúntes.
La historia dio origen a una película japonesa en 1987, La historia de Hachiko, y posteriormente se ha realizado una versión americana, Siempre a tu lado Hachiko, protagonizada por Richard Gere (absténgase los de lágrima fácil).
Y por supuesto un edificio famoso, el Edificio 109, un centro comercial que se suele ver en varias películas y en los reportajes de viajes sobre la ciudad. Es de forma cilíndrica (en la primera foto se ve sin iluminar, en esta ya le han dado al interruptor de la luz).
Callejeamos por las calles de alrededor, una explosión de luces y cárteles de neón, de anuncios de restaurantes, de gente que anuncia (grita) los productos de sus tiendas, de gente que pasea, de gente y más gente.
Miramos por si hay algún lugar donde cenar, pero ninguno nos convence demasiado, y aquí también habría para comentar, porque en los restaurantes son muy dados a poner la comida que sirven en los escaparates, en obras casi de arte en algunos casos, realizadas en plástico, para que sea más fácil elegir lo que se pide y se va a comer. Después de ir descartando alguno, elegimos uno que parece tener carne a la plancha, está en un quinto piso (esto de los restaurantes en plantas altas de edificios es de lo más normal) y nos lanzamos a la aventura. Conseguimos pedir y acertar, la comida está buena y la carne era a la plancha sin más, y tenemos nuestra primera ración de arroz (al que dejaré de ver durante una buena temporada) y de sopa de miso (a la que deje de ver y probar en un plis plas, aunque siempre estaba allí).
Dos anotaciones creo que necesarias: en el cuenco de arroz nunca se deben clavar los palillos de comer (esto es genérico en Asia), ya que esta posición de los palillos se asocia a los ritos funerarios; y la segunda es que nunca se paga en la mesa, para ellos es como mezclar negocios y placer, con lo que siempre se hace a la salida.
Día completado, de nuevo al metro para volver al hotel, la salida de la estación de metro de Shinjuku es complicada y no atinamos, nos damos un agotador rodeo, que aunque interesante, acaba con las pocas fuerzas que nos quedaban.
En nuestra habitación nos espera un yukata, un pijama para dormir o estar cómodo en casa, que puede ser chaqueta y pantalón o una bata larga.
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