Hoy salimos de Bagan por vía aérea, la ventaja es que el hotel está
situado muy cerca del aeropuerto, por lo que el traslado es corto.
Quedamos con Myo a las 8 de la mañana, aunque o bien a él o bien al conductor se le
pegaron las sábanas y llegaron con algo de retraso (pero nada
preocupante, es que como siempre suelen estar antes, el detalle nos llamó la
atención).
El edificio del aeropuerto es bastante nuevo, con arquitectura típica del país.
Un aeropuerto moderno y un mostrador
antiguo, sin pantalla en la que leer los vuelos. Volamos de nuevo con
Yangon Airways, y los asientos hoy son free, o sea, corre y pilla sitio.
El aeropuerto es un pasillo ocupado por los
mostradores de las compañías aéreas, un mostrador para el canje de moneda y
algunas tiendas. En este espacio esperamos unos veinte minutos.
Myo
nos avisa que vamos a entrar a la sala de embarque; en estos momentos
te sientes afortunada de tener un guía birmano porque muchos viajeros
sin ellos cada vez que hay movimientos de gente se dirige a la puerta de
embarque sin saber a qué van, y allí les dejan pasar o no.
Desde
la sala vemos el movimiento de carga de maletas en los vehículos
destinados a la labor, y esperamos que las nuestras vayan en ese
maremágnum (creo que es mejor no ver nada y tener la zozobra natural,
porque si ves como se quedan en tierra y no puedes hacer nada, el síncope es
peor). Se producen varias llamadas en birmano, y si las dijeron en
inglés nadie lo entendió, porque de nuevo se produce la misma situación
caótica, los viajeros se levantan con sus boarding pass a la puerta de
salida y algunos son rechazados, ese no es su vuelo.
En un momento dado, Myo nos avisa que ahora sí, que han anunciado el vuelo, y la entrada por la puerta es un jaleo, nada de colas para entrar, todos al batiburrillo por donde se pueda. Subimos a un autobús con asientos para llegar al avión, y luego subimos a éste.
En un momento dado, Myo nos avisa que ahora sí, que han anunciado el vuelo, y la entrada por la puerta es un jaleo, nada de colas para entrar, todos al batiburrillo por donde se pueda. Subimos a un autobús con asientos para llegar al avión, y luego subimos a éste.
Comenzamos a volar sobre Bagan, pero la vista
que tenemos sobre su llanura de templos no es muy buena del todo, vemos
algunas y sobre todo destaca la torre Nam Myint, pero no vemos la gran
inmensidad que pueblan la zona, una pena porque hubiera estado bien.
Nos ofrecen una bebida, y alguno de nosotros se está aficionando a la Mirinda, parece que la infancia le puede.
Tras
unos 45 minutos alcanzamos el destino, creo que la programación del
vuelo ha cambiado, porque nuestra información era de hora y media vía Mandalay y ha sido
trayecto directo y en la mitad de tiempo, pues mejor así.
Aterrizamos con normalidad en una pista llena de baches, ahora descendemos a pista directamente.
Entramos
como por la parte trasera del aeropuerto, donde estaba la torre de
control –las letras que lo señalan están borrosas en la parte superior-
porque este edificio es más antiguo y menos moderno que otra
construcción aledaña.
Colocan las maletas
facturadas en el suelo, nada de cintas de equipaje, controlando las que
van en grupos, que para eso las marcan, y si el grupo es grande y con guía, éste está al pendiente.
Pasamos el trámite de registro
de entrada de pasajeros pasaporte en mano y ya estamos listos para
emprender un nuevo periplo por otra zona del país, con otro joven
conductor (muy jóvenes han sido en general), pero ahora las maletas no caben todas en el maletero y tenemos que llevar una en el asiento de atrás, entre nosotros, y eso que les dieron vueltas para intentarlo. Por carretera emprendemos viaje al estado Shan, a la localidad de Kalaw, donde realizaremos un pequeño y muy gratificante trekking, pero antes de llegar haremos una parada en las sorprendentes cuevas de Pindaya.
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