El verde se mezcla con tonalidades marrones y negras
Continuando nuestra visita por los Royal Botanic Gardens, intentamos visitar el Tropical Centre, entrada 5,50AU$, pero llegamos diez minutos tarde, aunque como al día siguiente volveríamos con unos compañeros de tour vamos a visitarlos ahora: dos invernaderos, una pirámide y un centro alargado de cristal y acero.
Son invernaderos como todos, con una temperatura y humedad que no se nota demasiado al principio pero que poco a poco va haciendo que se sude más, y con un sistema de pasarelas por arriba.
Hay plantas carnívoras, que por supuesto llaman nuestra atención, aunque nos las vemos devorar ningún insecto y desde luego no les acercamos el dedo; y unas preciosas orquídeas.
Hay plantas que parecen llevar boas para irse de fiesta y otras pai-pais gigantes.
Salimos del invernadero y volvemos a pasear por el jardín a cielo abierto, donde también queda parte de un muro, el Macquarie Wall, que se construyó para restringir la entrada al jardín a la “respetable clase de Sydney”, es decir, para separar la zona de los reclusos de la del resto de la gente.
Pero la visita “estrella” del jardín es el Palm Grove, un extenso palmeral, uno de los mejores del mundo (no conocen el extraordinario Huerto del Cura de Elche y su Palmera Imperial), que empezó a plantarse en 1862.
¿Qué es lo que le hace tan especial? No son solo sus magníficas palmeras, lo que realmente produce sensaciones de todo tipo son sus especiales habitantes, que no son unos cuantos, sino unos muchos cuantos, y son a los que realmente buscábamos, pero no los tenía perfectamente ubicados, con lo que nos los encontramos de improviso.
Así vistos parecen frutos, pero no, no son frutos de nada, es más se comen los frutos.
Son los zorros voladores de cabeza gris, una especie de murciélago que es inmensamente grande y peludo, a los que la dirección del jardín está intentado eliminar, ya que son demasiados y están destrozando la vegetación, con lo que ha dejado de ser útil su función original de polinizadores de plantas y dispersadores de semillas. Parece que no han dado todavía con el medio no dañino para echar a estos okupas.
Cuando la tarde comienza a caer algunos comienzan a despertarse y desplegar sus grandes alas.
Y esta soy yo bajo esta colonia de murciélagos, solo de pensar en que se pongan a volar me pone de los nervios, aunque parezca medio muerta de risa (hay cosas que no debería enseñar pero ya que estoy en ello...)
Hemos paseado por el jardín un poco a lo loco, siguiendo los carteles cuando los encontrábamos y nos interesaba algún sitio, o buscándolos directamente en el mapa, pero ya es la hora de cerrar y tenemos que salir, aunque se cierran las puertas siempre dejan unas abiertas para aquellos que aprovechan los atardeceres para correr o para lo que les plazca; son puertas de seguridad, de las que solo se giran en un sentido, de modo que se puede salir pero no entrar y están señalizadas en las puertas normales de salida, con lo que no hay temor de tener que pasar la noche aquí en caso de despistarse con el horario.
Nos acercamos hasta el otro lado de Farm Cove, donde se encuentran unos escalones en piedra que nos hacen pensar que podría ser un lugar clave, pero al no estar señalizado tenemos la duda de que sea, aun así sin lugar a dudas es un buen lugar (y con mucha magia) para contemplar la bahía.
El lugar que hoy no vemos y lo haremos el día siguiente en compañía de nuestra guía Alda y de nuestros nuevos amigos del tour es la Mrs Macquarie’s Chair, situado en un promontorio, donde se supone que la esposa del gobernador solía sentarse a ver el puerto y esperar la llegada de los barcos de Inglaterra. Es un banco excavado en la roca, de ahí la confusión con el anterior, que personalmente me parece más auténtico.
Lo que decidimos es quedarnos en este lugar, en el banco más original y excavado natural y no artificialmente, para contemplar la puesta de sol en Farm Cove, sobre la Sydney Opera House y el Harbour Bridge. No somos los únicos, hay gente ya esperando y preparada con sus cámaras, trípodes y sobre todo muchas ganas de fotografiar y disfrutar el espectáculo.
La Ópera desata la imaginación: parece una cuadrilla de tiburones hambrientos dispuestos a atacar, con sus aletas recién afiladas.
Ahora parece un juego de abanicos, aunque las "velas" del fondo bien parecen una cola de ballena al sumergirse en el agua.
Mientras dura este espectáculo de luz e imaginación, yo también me distraigo con una pareja de novios asiáticos que han venido a hacerse fotos para su álbum junto al mar, y aunque miro descaradamente, la foto no me atrevo a hacerla. En alguna ocasión estuvieron a punto de ser remojados, porque se acercaban demasiado y alguna ola llegó más lejos de lo previsible.
La estampa de la Opera House, el Harbour Brigde y la bahía iluminada hipnotizan y el tiempo no se siente pasar.
Ya casi ha anochecido, queda poca luz y no tardará mucho en oscurecer totalmente pero aún así en lugar de dar media vuelta por el camino del mar hacia Circular Quay seguimos adelante, sin ver nada de lo que nos rodea, solo las sombras oscuras de los árboles, cruzándonos en esta oscuridad con multitud de corredores, que es que no paran estos australianos deportistas, aunque se puedan caer por no ver tres en un burro.
Después de un camino por Mrs Macquarie Road, que hicimos precisamente más largo por no ver los caminos laterales que acortan el recorrido como lo haremos otro día, salimos a la Art Gallery of New South Wales, como es miércoles y abren hasta las 21 h aprovechamos para entrar a conocer arte australiano. Esta era la idea y afortunadamente los horarios de internet seguían vigentes.
A la entrada a cada lado hay dos estatuas ecuestres, Las Ofrendas de Paz y Las Ofrendas de Guerra. Es un edificio clásico con columnatas que ha tenido que ir ampliándose, en su fachada nombres de artistas conocidos, entre ellos uno que nos gusta, además nos sorprende que sea el elegido, aunque como no le dimos la vuelta completa no sabemos si había alguno más (quizás Velázquez suena más internacionalmente pero puede ser una percepción errónea).
Se exponen obras coloniales, con cuadros de John Glover, Tom Roberts, Charles Conder, Frederick McCubbin, Margaret Preston. Más actuales son los cuadros de Sidney Nolan, William Dobell, Russell Drysdale, Arthur Boyd…nombres que a nosotros no nos han llegado, no nos los han enseñado. También hay obras de autores europeos, incluso un Picasso, pero él no es nuestro objetivo.
El museo cuenta con una de las colecciones más amplias de arte aborigen y de los isleños del estrecho de Torres (entre Australia y Papúa Nueva Guinea), la Yiribana Aboriginal Gallery, destacando en ella una obra funeraria, Pukumani Grave Posts Melville Island (no la encontramos con este título así que podría ser otra funeraria y no dentro de esta galería), de un artista de las Tiwi Island, donde las esculturas (palos) representan las cualidades del difunto y rodean su tumba.
Fuente: australiamuseum.net.au
También hay cuadros sobre corteza de árbol y cuadros en lienzos, algunos de los cuales son muy bellos (por mucho que a los artistas no les guste el adjetivo). Las pinturas de puntos que originalmente se hacían en el suelo con pulpa vegetal y que constituían el eje central de bailes y cánticos ahora se plasman en lienzos y representan las historias del Sueño…
Estos Royal Botanic Gardens han sido un paseo muy gratificante, con unas vistas de ensueño, con unos caminos para disfrutar, con un césped donde descansar, un lugar que se quedará en nuestra memoria y en estas letras, y poco a poco, paso a paso Sydney cada vez nos va calando más hondo y nos va gustando más y más.
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