Por Stiftgasse nos adentramos en el barrio de Spittelberg, unas calles donde tradicionalmente vivía la clase baja, y por donde circulaban actores y artistas (ya se sabe, poco dinero aunque se sea un genio). Se trataba de casas de vecindad, sin jardines ni patios, aunque esto no es del todo correcto, y además la calle era el propio patio. Como estaban situadas en la parte trasera de los establos imperiales, aquellos donde se ha instalado el Museumsquartier, hizo que durante siglos fueran el centro de todo tipo de comercio clandestino, desde la prostitución al tráfico de objetos robados…ya el ambiente que tuvo la zona impresiona y atrae (vale, morbosa soy un rato largo).
En la década de 1970 se redescubrió el barrio y su encanto, restaurando edificios y sus bonitas fachadas del siglo XVIII. Aquí se celebra un mercado de Pascua, al que no hemos llegado porque ya es la hora de comer, o porque no se haya instalado este año, y un mercado de Navidad, al que tenía agendado en el puente de la Constitución, pero no pudo ser.
Esto consiste en entrar por una calle y bajar por otra, ejercer el callejeo propiamente dicho, ya que son calles pequeñas y se recorren fácilmente: Schrankgasse, Spittelberggasse y Gutenberggasse, todas ellas entre Burgasse y Siebensterngasse (ahora a leerlo todo de corrido).
Nada más entrar haciendo chaflán una casa acondicionada como restaurante, y por supuesto un patio con mesas, donde a la gente se la ve bien a gusto. Fue como entrar en una corrala pequeña y austriaca, Amerlinghaus.
Las fachadas de las casas se ven sencillas pero increíblemente coquetas, y además con el toque primaveral todo tiene otro bonito color.
En la calle Spittelberg, a derecha e izquierda se encuentran casas con más decoración o con menos, pero en cualquiera de ellas es fácil imaginarse viviendo.
Detalle de las casas de la derecha:
En la calle Stiftgasse una portada decorada con estatuas, como si fueran miniaturas de las que hemos visto en el casco antiguo.
Buscamos un restaurante en la calle Burgasse, un típico beisl o taberna, Zu ebener Erde und erster Stock, en un edificio Bienermeier, pero está completamente cerrado y no nos pareció que fuera por Semana Santa o temporal, parecía que llevaba tiempo cerrado por lo que se veía tras las ventanas de desorden.
Este era el lugar que tenía elegido para comer, con lo que tenemos que cambiar de planes, y en la calle Gutenbergasse hemos visto dos lugares, solo es cuestión de decidirse, y lo hacemos por el Witwe Bolte, Hostería de los leones de seis patas, del que se cuenta que el emperador José II fue expulsado en 1778 (¿haría un "sinpa"?, ¿nos expulsarán a nosotros?). La elección fue porque tenía una estupenda zona de mesas bajo los árboles y el lugar era muy propicio.
En las excursiones al baño aprovechamos para cotillear por su interior, que se ve precioso, pero estamos todos fuera, y eso que dentro te dan ganas hasta de cantar jarra de cerveza en mano vestida de tirolesa.
Ya que hemos pensado en ella, hoy toca comer con una buena copa de rica y fresquita cerveza. ¡Prosit!
Para mí marido, que va con retraso o me deja las catas como conejillo de indias, un Boltes Tafelspitz, pero no va gratinado con mostaza, y esto fue un punto a su favor en el Café Central, mucho más sabroso.
Para mí, que soy una decidida comilona, un Wiener Saftgulasch, que tenía bastante paprika y de la que pica y casi repica.
Yo me pongo las botas porque me lo zampo todo a pesar del picor, que esto del turismo es muy cansado y hay que reponer fuerzas. Como en Viena las cosas de palacio van despacio, nos vamos sin café y además no dejamos propina porque el servicio puede ser lento pero no olvidadizo en dos ocasiones para un simple vaso de agua. De los sitios en los que hemos comido es el que menos nos ha gustado en su cocina, y no por el picante, sino por el resultado en general, aunque no es malo y el lugar acompaña muy bien; valoración: recomendable con reparos.
Salimos del barrio coqueto con el estallido de la primavera en algunos parterres.
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