Pascua en Viena
Tiefer Graben desemboca en la genial plaza de la Freyung, que no tiene la forma de plaza a la que se suele asociar el nombre, tiene forma de triángulo muy irregular, que toma su nombre del asilo (freyung) que el lugar garantizaba en la Edad Media, marcado por la cercana Schottenkirche.
En la foto, a la derecha, el edificio con la bola dorada el Länderbank, con la sala de exposiciones del Kuntsforum; a la izquierda, el Palais Harrach. Al fondo destaca el conjunto del Schottenstiff o Convento de los Escoceses, donde los fugitivos si entraban no podían ser amonestados por el mencionado derecho de asilo. El convento fue fundado por los benedictinos que llegaron en el siglo XII a evangelizar la zona del Danubio. Por su aspecto los vieneses lo llaman “la cómoda o casa del armario con cajones”, pero mi imaginación no se explica este apelativo. En el convento hay un instituto, donde estudió Strauss, una pensión y un museo, con una pinacoteca que contiene varios Rubens.
En la plaza se ha instalado el típico mercado de Pascua, aquí el huevo es el rey, mejor dicho el emperador, y es un espectáculo precioso de colores. Dan ganas de comprarse uno de cada, o cartones enteros.
Entramos en la Schottenkirche que fue construida en varias etapas, con lo que su exterior neoclásico no tiene nada que ver con su interior barroco.
En el muro de la iglesia que da a la plaza llama la atención el monumento dedicado al duque Enrique II de Jasormirgott, cuyo apellido tiene una explicación: “ja so mir Gott beisteht”, es decir, “Dios me asista”, que eran muy católicos estos Babenberg. Hay que tener los ojos bien atentos para no perderse detalle y aún así es totalmente imposible estar a todos ellos.
Pasada la puerta de entrada al convento, hay una puerta grande abierta, con barrera para coches, de donde vemos entrar y salir gente, con lo que decidimos entrar nosotros también, para que nos echen siempre hay tiempo, y descubrimos un patio interior con sus árboles dando sombra, bajo los cuales están instaladas las mesas de un restaurante, bonito lugar pero no nos convence del todo para quedarnos a comer. Es el Schottenhof (hof es patio) se encuentra la Heinrichsbrunnen, fuente construida en 1652, decorada con la estatua de Enrique Jasormirgott (está por todos lados).
Ya vamos cogiendo más confianza con la ciudad, y ahora puerta que vemos abierta, puerta por la que entramos, y así descubrimos sus patios que comunican los edificios y salen de una calle a otra; en este caso es el pajaje del Palacio Harrach, que de Freyung sale a Herrengasse. Siempre son buenos lugares para instalar restaurantes alejados del bullicio.
En el centro de la plaza Freyung la Austriabrunnen, ¡¡será por fuentes en Viena!!, que recuerda cuando los ríos Po (Italia), Elba (Silesia), Vístula (Polonia) y Danubio (Hungría y Rumania) eran austriacos…¡¡será por ríos!!, y es que se llamaba Imperio por algo.
En el número 4 de la plaza se encuentra el Palais Kinsky, dicen que uno de los más bellos del barroco, construido por Hildebrandt en 1713.
Por supuesto entramos, ya que estamos ¿por qué no?, y seguimos descubriendo un mundo de encantadores patios, que al tiempo son pasajes que comunican calles, con terrazas de los restaurantes instalados en ellas. ¡¡Qué bonita es Viena!! y no solo por los grandes detalles, que son muchos, sino por los pequeños, que también son muchos.
En la plaza también se encuentra el interesante Palacio Ferstel, que debe su nombre al arquitecto que lo construyó, y lo hizo para el Banco Nacional como almacén de divisas.
Dentro del palacio está el pasaje Freyung, que por supuesto comunica con la calle Herrengasse. Tiene un techo acristalado que le proporciona mucha luz, y en él hay instaladas tiendas. Dicen que este pasaje recuerda a las galerías de Vittorio Emmanuele de Milán (más menos que más para mí) y a la Burlington Arcade de Londres (algo más me parece, aunque el aire british de la segunda no lo puede tener este).
En el pasaje hay una rotonda con cúpula acristalada donde se alza una fuente, Donauweibchenbrunnen (y es que los nombres son como para recordar y escribir de memoria), con una estatua que representa el espíritu del Danubio.
El pasaje Freyung a la vez se comunica con el Palais Harrach y el patio del Palais Goltz-Kinsky por otros pasajes paralelos, esto es como un laberinto en el que perderse y no perderse al tiempo. Al palacio Ferstel no se puede entrar, pero si se puede pagar por su uso para celebraciones.
Salimos del pasaje, como no podía ser de otra manera a la Herrengasse, y en la esquina del palacio que da a esta calle se encuentra uno de los cafés emblemáticos de la ciudad, el Café Central, donde decidimos entrar a comer, afortunadamente nos dan mesa enseguida. La fachada de este palacio hacia esta calle es una de las que más me ha gustado, y eso que está cargadita, pero por algún motivo o por varios, que no pienso buscar ni razonar, me gustó y mucho.
A la entrada del café recibe la figura del poeta Altenberg realizado en pasta de papel, que pasaba tantas horas en él que incluso recibía el correo aquí. Trotsky durante su exilio anterior a la Primera Guerra Mundial también venía a este café. Parece que vamos siguiendo la estela de personajes famosos, como ya hicimos con Freud en el Café Landtman.
La noche anterior ya entramos a curiosear pero definitivamente es un lugar que impresiona y en el que te gustaría ir vestida más adecuadamente y no de turista trotamundos, donde se mezclan lugareños tranquilos con turistas acelerados y asombrados.
Llegamos de nuevo a la gastronomía austriaca: para mi marido un lammstelze (pierna de cordero) y yo como estoy lanzada por la gastronomía austriaca me decanto por un tafelspitz (filete de ternera guisado) gratinado con mostaza. Más rica mi elección que la de mi marido, aunque el cordero estaba sabroso. Para acompañar hoy tocan dos cervezas nacionales bien frequitas.
En la foto el tafelspitz.
Postre solo para uno, para el más goloso de los dos, y no soy yo, un Mohr in Hemd, un pastel de chocolate caliente que se sirve con chocolate y nata montada, azúcar para recuperar fuerzas. Estaba muy rico, porque aunque no me lo pidiera no me resistí a probarlo (e incluso repetir el acto probatorio).
Si bien la noche anterior en el Café Landtmann no tomamos café, por aquello de no quitarnos el sueño y poder descansar, hoy necesitamos una buena dosis para abrir los ojos y poder continuar el paseo. Para mi marido un Mocca Klein, como un cortado, y para mí, un Eiskaffee, café con helado de vainilla y nata montada, pero que pido sin la nata porque no me gusta, lo que seguramente sería un crimen para el camarero.
Con la presentación del café y el lugar se entiende porque los cafés (establecimientos y líquidos) tienen tanta fama en Viena, es un modo de vida.
La fama de los cafés no es solo por los cafés sino por sus dulces y tartas, y madre mía, ¡¡que exposición!!, pero yo en este viaje no debo estar falta de azúcar y no me pide el cuerpo ni un poquito, aunque entre la prueba del postre y el café ya voy servida de azúcar. Para un goloso penitente este mostrador es un auténtico pecado.
Por supuesto tampoco falta el detalle de Pascua.
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