A la salida tomamos un taxi, ya no es hora de visitas, es hora de las compras, y como en Nakamise-dori, la calle comercial del templo Senso-ji, habíamos visto productos interesantes, nos fuimos para allá, y terminamos de comprar regalos para todos.
Y así, cargados de bolsas volvemos al metro, todavía le debo a mi marido la visita de un barrio para su disfrute, el barrio electrónico de Akihabara, donde yo me pierdo en los productos, pero él alucina con los precios de pcs portátiles de segunda mano, yo sólo me lo paso bien con los gritos de los vendedores, con las chicas vestidas de lolitas o camareras ofreciendo publicidad sexual (hice que mi marido cogiera un folleto ya que a mí no me lo ofrecían), con las luces, y con el mercado del móvil, que tienen variedades para aburrirse.
De nuevo las luces invaden la avenida, y sobre todo hay mucha gente joven en la zona.
El mercado comenzó tras la Segunda Guerra Mundial, cuando el ejército quiso deshacerse del material que diponía, y los estudiantes lo compraban para fabricar radios para venderlas posteriormente. Con el despunte tecnológica y económica la zona y sus productos fueron avanzando.
En una calle transversal un coche que llamaba la atención de todos, ciudadanos y turistas.
Volvemos a tomar el metro, ya es de noche y todavía nos queda por conocer la zona de Roppongi, donde se encuentra la torre de Tokio, que es tanto un distrito de embajadas como de torres residenciales y de oficinas, como un centro de ocio y diversión (para los japoneses ocio occidental), con las discotecas más de moda de la ciudad. Roppongi significa "seis árboles" pero el distrito no es famoso por su verdor sino por su bullicio de juerga en la noche tokiota.
Nuestra visita es a la Torre Mori para contemplar Tokio nocturno desde las alturas, con una visión de 360º, a 250 m de altura.
En la pequeña plaza frente a la torre, la imponente y asombrosa escultura Mamán, una araña gigante, obra de Louise Bourgeois, fallecida a los 98 años el 1 de junio de 2010.
Tenemos la mala suerte que sólo está habilitado el primer mirador, cerrado por los cristales, el segundo, al aire libre, no se encuentra abierto por el viento que sopla, aún así subimos y disfrutamos entre cientos de cabezas. Las fotos no salen demasiado bien a causa de los cristales y de lo manoseados que están.
Ahora la ciudad no se encuentra tan iluminada a causa del terremoto, el tsunami y la catástrofe nuclear de Fukushima, que abastecía de energía a Tokio en un importante porcentaje. Las autoridades lo han pedido, y no sólo las empresas anunciantes, las oficinas con horarios más diurnos que nocturnos, sino que también los ciudadanos colaboran en todo lo posible en este apagón.
Para volver al hotel tomamos un taxi, estamos realmente cansados, vamos cargados con las bolsas de compras y la salida del metro cercana al hotel no es tan cercana, es un buen paseo para el que no nos quedan muchas fuerzas. Le pido que nos lleve por la zona dando una vuelta para conocer por lo menos en coche más de ella; al conductor le cuesta comprendernos pero lo consigue y termino de tachar cosas en mi relación de cosas pendientes, aunque de la ciudad nos ha quedado mucho por descubrir, indagar, disfrutar y tachar.
No subimos a tomar una copa en el bar del hotel como habíamos pensado, está en la última planta, con vistas de la ciudad, pero es el lugar donde hemos desayunado, ya las hemos visto, y no creímos que superaran a las de Roppongi, aunque seguro que serían magníficas igualmente.
La mañana siguiente no nos da tiempo a desayunar, hemos estirado la hora de levantarnos y luego hemos estado lentos en prepararnos y recoger lo poco que queda, parece que estamos remolones a marcharnos.
Nos despedimos de Tokio, de la ciudad de las luces, de la ciudad asombrosa. Nos vamos despidiendo de Japón, de sus paisajes, de sus templos y santuarios, de su gente tan amable, de sus comidas no siempre acertadas....de un país asombroso y vitalista.
Sayonara Nippon, domo arigato.
Las maletas siempre están preparadas para un próximo viaje, y los que escriben más.
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