Con la visita a Shwemawdaw Paya hemos terminado las visitas de la mañana
en Bago y llega la hora de comer, acto que haremos en el restaurante Promised
Land, que su aspecto exterior es agradable, rodeado de un jardín más
salvaje que cuidado.
Del ya típico mostrador, elegimos la
comida, los platos principales, que los otros son a sorteo o a elección
de Myo; en el centro unas verduras crudas con salsa picante, y en
nuestros platos, la ración de arroz. Atención a la lata de Mirinda,
estamos asombrados y nosotros vamos a adorarla como reliquia; los vasos florales tienen su punto popero.
Sopa de verduras, que no está tan rico el caldo como en otras ocasiones.
Verduras salteadas, que siempre están sabrosas y crujientes.
Nos sorprenden con unas patatas fritas con kétchup, parecen que han llegado para quedarse en el país y en Asia en general.
Una salsa picante y una salsa-pasta que no recuerdo si tenía la pasta de pez fermentado como ingrediente, pero por el color no me parece; yo no era muy dada a comer de las salsas, así que ni memoria cerebral ni gustativa.
Curry de pollo y curry de cerdo, seguimos con los ingredientes clásicos, de poco riesgo.
Myo
además se pide unas bolitas de pescado con curry, que ninguno de los
dos nos inclinamos a probarlas, tras nuestras visitas a los mercados -en Bagan y en el lago Inle-, el
pez en general es lo que más respeto nos produce, aunque suponemos que
estas bolas están guisadas y reguisadas, como para haber matado a todo
bicho en ellas, y que el mismo riesgo higiénico corremos con el pollo,
la ternera o el cerdo en general. En fin, así somos.
De
postre, una curiosa y poco sabrosa gelatina de coco, y los típicos
dulces-salados presentados en un tupper, en lugar de esas cajitas lacadas tan
bonitas.
Así terminamos la dieta del curry de este viaje.
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