El
pueblo de la señorita pancake
Myo decide que las visitas de la mañana se terminan temprano, y desde Thanboddhay Paya nos dirigimos hacia Monywa,
localidad emplazada en la ribera oriental del río Chindwin, situada a unos 136
km de Mandalay, con una población de más de 300.000 habitantes. Su traducción
puede ser algo parecido a “Miss Pancake Town”, ya que según la leyenda recibió
este nombre cuando un príncipe visitó la localidad, y una una mujer le frió unos
panqueques, tras lo cual el príncipe se casó con ella.
Durante la Segunda
Guerra Mundial, Monywa se encontró acorralada entre los ejércitos británico y japonés en
dos ocasiones, llegando a ser arrasada por los bombardeos de 1942 y 1945.
En Monywa hay una gran
actividad comercial con la India, de productos agrícolas y madera. Nosotros a primera vista no la notamos, nos encontramos con una población más de calzadas de tierra, de puestos de venta de todos los productos, y por supuesto con las motos como protagonistas del tráfico.
Pasamos junto a un
cuartel de bomberos, donde una estatua de ellos nos lo anuncia.
Junto a la torre del
reloj, que es muy parecida a la que hay y vimos en Mandalay, solo algunos detalles las diferencian, pero a primera vista son iguales.
También pasamos por la rotonda donde se
alza la estatua ecuestre de Bogyoke Aung San, la figura histórica más importante del país.
Al entrar no hay
muchas mesas ocupadas, pero poco a poco llegan los comensales, todos nacionales.
Myo nos hacer
acercarnos a un mostrador para elegir los platos principales. A partir de ahora esto será casi siempre así en los restaurantes.
El resto de platos
que nos sirven siguen la tónica del picoteo y a elección del cocinero. Comenzamos
con una sopa ligera de verdura ligera, pero como siempre el caldo está muy sabroso y bueno aunque a primera vista pueda parecer un "aguachirri".
Una especie de guiso
ligero de garbanzos, que a mí me pareció una delicatesen de garbanzos pequeños,
casi pedrosillanos (me gusta cuando me sorprenden con los platos y si además está rico, es una felicidad gastronómica).
Nos sorprenden con
unas patatas fritas, y es que creo que los turistas
que nos han precedido han marcado territorio y modos (creo que nosotros aunque nos quedásemos con hambre nunca pediríamos patatas fritas en ningún lugar, pero todo se verá, porque todo es susceptible de cambiar).
El plato de arroz, la
comida que no falta nunca en la mesa, el arroz de cada día.
Un sofrito de
verduras (tipo judías verdes) con cacahuetes machacados, muy rico. Creo recordar que no era picante a pesar de que lo que parece.
Guiso de berenjenas
con patatas, muy sabroso. Las verduras son espectaculares en el país.
Curiosamente nos ofrecen otro
caldo con vegetales, algo similar a unas acelgas o unos grelos. Mira que me gustan los
caldos, pero no tan en exceso.
Una salsa picante,
bastante picante que aquí lo del término medio parece no existir -o todo o nada-, para acompañar los platos. Alguno la utilizó para mojar las patatas fritas.
Curry de pollo, con
una buena salsa.
Curry de cerdo,
siempre bien, ya tenga mucho tocino (más grasiento pero más fácil de comer al no quedarse tan seco) o
no. No nos atrevemos con los curry de cordero, cabra o pescado.
La comida la
acompañamos de agua y del botellón de cerveza nacional.
De postre, piña y
plátano, la primera es una agradable sorpresa porque no suelen ponerla (por lo menos a nosotros).
Finalmente, la cajita
bonita de dulces, hojas de té, jengibre y frutos secos. Picotear lo hacemos poco, pero nos tiene encandilados la caja.
Al fondo del
restaurante hay una pizarra Veleda con firmas de los turistas que han pasado por aquí (aunque hoy no los hayamos visto), no me resisto a dejar constancia de nuestro paso y le pido a Myo que solicite el
rotulador para dejar nuestra firma, que durará un suspiro, y para la que tengo
que buscar un hueco.
Posiblemente este restaurante no hubiera sido una opción a primera vista, pero la comida estuvo buenísima, y eso es lo que cuenta.
No hay comentarios:
Publicar un comentario