Una buena cena de despedida
La última noche en el país la celebramos cenando en el restaurante del
hotel Grano de Oro, que ofrece una cocina de fusión costarricense, con
base francesa y mediterránea, ya que el chef es francés, Francis Canal.
La cita a las 8.30 h, ya va siendo una norma en los viajes las cenas
tempranas, y a nuestra llegada todavía el salón no está lleno, lo irá
haciendo a lo largo de la velada, y es que mañana es el Día de la Madre
en el país, y parece que muchos han adelantado la celebración. Menos mal
que se me ocurrió hacer la reserva y no esperar al último momento.
La mesa que nos corresponde está junto a la ventana, y desde aquí vemos y oímos como cae el diluvio en la ciudad.
La
lámpara de la mesa es muy psicodélica: tiene la figura de una
lámpara mágica, patas de ave y el plafón está sujeto por una
serpiente. Bonita va a ser que no nos parece.
De aperitivo nos sirven unos canapés de mousse de foie, que no me parecieron mal (recordar que no me gusta el buen foie), porque el sabor estaba bastante rebajado.
Acompañamos
la cena con un vino argentino, un Malbec Lariviere Yturbe, que está
bueno, aunque en comparación nos gustó más el que vino argentino que
degustamos en el restaurante Laggus del hotel El Establo de Monteverde.
Compartimos
unos espárragos salteados con grana padano (queso italiano), huevos de
codorniz y espuma de champiñones. Para habernos comida un plato cada
uno, nada de compartir, estaba muy rico.
También compartimos un prosciutto de Canard, con remolacha confitada y arugula con esencia de trufas. Un buen plato, sencillo pero con buenos productos.
Él
se despide de Costa Rica con un clásico lomito de res, que va empanizado
(rebozado) en pistachos, acompañado de puré de hierbas, radicchio
(achicoria morada), salsa de hongos y
una espuma de macadamia. La carne espectacular, y el conjunto de los
acompañamientos bien.
Yo me decanto por la parte
marina del país, unos frutos del mar: camarones a la plancha, pulpo
(cocinado lentamente en vino blanco y tomate) y sepia, acompañados de
ensalada de patatas con hierbas. Un poco escaso el plato si se quiere
cenar de forma contundente (yo sigo con vértigo y prefería algo más ligero, así que fue una buena elección), pero sabroso.
De postre, una crême brûlée, que podía ser crema catalana (¡cielos!, con los tiempos que corren me van a caer piedras), elaborada con vainilla de Costa Rica.
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