Y
yo creía que no los vería ya
Terminado el desayuno
por cortesía de la agencia de excursiones tras nuestra interesante visita por el manglar isla Damas, nuestro guía Andrés, que será
también el que nos acompañe en la siguiente, nos sugiere adelantarla en
horario, de modo que nos llevan al hotel, nos dan 45 minutos para un
adecentamiento corporal (el calor y la humedad hacen estragos), ellos al tiempo realizan
algunas tareas, y pasan de nuevo a buscarnos. ¡Hecho!, así nos viene mejor, de
modo que la tarde la tendremos libre por completo.
Esta tarde toca un
clásico costarricense, y en particular para los ticos, la visita al Parque Nacional Manuel Antonio (16$), y
en esta ocasión, de nuevo dispondremos de un telescopio terrestre, aparte de
ser los únicos en esta excursión, lo que facilita más su disfrute, como en nuestro paseo por la Reserva Biológica Bosque Nuboso de Monteverde.
En 1972 fue declarado
parque nacional, preservado justo a tiempo de ser arrasado por un proyecto urbanístico
junto a la costa. En el año 2000 fue ampliado, ocupando 19,83 km2,
por lo que es el parque más pequeño del país.
Una iguana nos da el recibimiento al parque.
Nada más entrar, allí
está, un perezoso de tres dedos para
contemplarlo en su totalidad, ya no es una bola de pelo confusa y difusa, que además nos deleita con sus lentos movimientos, que parecen hasta
torpes pero que por supuesto no lo son porque no se caen. Parece que esté realizando sus
ejercicios matinales.
¡Y la cara! Nos
enseña su cara. Ya nos ha merecido la pena venir hasta aquí, que parecía que se
nos iban a negar estos animales; Bernie, el guía del bosque nuboso de
Monteverde, ya nos avisó que aquí los veríamos fácilmente, y de forma algo
despectiva comentó que este parque se parecía más a un zoológico (supongo que sobre
todo por la afluencia de público, y posiblemente por el mínimo control de
impacto de ello en el parque).
Pues ¡a caminar!, por un sendero trillado por miles de visitantes.
Las heliconias nos
muestran otras formas vistosas pero quizás no tan bonitas, ya que ese rojizo y
negro más la forma le hacen asemejarse a unas vísceras secándose al sol.
No podía faltar la araña néfila, tejiendo su telaraña y
marcando su territorio.
Un bonito cangrejo azul, que parece que alguien
se haya tomado la molestia de pintarle sus llamativos colores. Su labor es
principalmente limpiadora, ya que son carroñeros.
En un árbol nos
volvemos a encontrar con los murciélagos
de saco, como los que vimos por la mañana en el manglar isla Damas.
En el camino,
queriendo cruzar el camino pero no atreviéndose del todo ante la gente que pasamos, una serpiente pajarera, y por mi parte, yo
me espero a que cruce ella tranquila y luego lo hago yo, hay tiempo.
No faltan las
mariposas, que podría ser una red
postman pero no lo aseguro.
Más nítidamente vemos
un perro zompopo, que ya habíamos
visto en la excursión nocturna en Tortuguero, pero ahora se ve perfectamente
sin necesidad de molestarle con la linterna. Impresiona el verle inmóvil,
aguantando el tipo agarrado al árbol, sin mover un músculo.
Escondida entre la
maleza y arbustos del suelo, una serpiente, que con muchas dudas podría ser una
bocaracá verde –por las notas que
intenté tomar-, que presenta una línea negra junto al ojo, pero dudo porque no
le veo sus pequeños cuernos característicos, como sí los vimos durante el paseo por el Parque Nacional Cahuita.
También asoma un lagarto. Lo que no sé es cómo no voy
pegando botes y gritos en lugar de andar casi calmada con tanto bicho suelto a mi alrededor.
Una chicharra o cigarra, en la que se pueden ver sus
patas con aspecto metálico, con las que consiguen hacer ese infinito ruido.
Un bonito colibrí se queda quieto para tener una
bonita foto.
Un sorprendente saltamontes arcoíris, por supuesto lleno de color.
Unos escandalosos monos aulladores están atravesando el
bosque, saltando por los árboles encima de nosotros, pero se esconden bastante bien, se
mueven rápidos, y se hace difícil capturarlos con la cámara.
Una araña panadera, con la que vimos en el Parque Nacional Volcán Arenal, con su característico cuerpo que parece un caparazón o una concha.
Casi terminando el
paseo en dirección ida, sale a saludarnos otro perezoso de tres dedos, y yo tan contenta, que pensaba que me iría
de Costa Rica sin verlos, y hoy estamos haciendo diana completa.
Mejor verle en plena
acción, ¡me pica, me pica mucho!, me rasco y luego me quedo agotado por el esfuerzo.
Encontramos, que
difícil sería no verlo, un hormiguero
de tamaño descomunal.
El trabajo incansable
de estas hormigas cortahojas: las
hojas que transportan las van limpiando antes de entrar en el termitero, para
preservarlo, y luego echan algo parecido a la saliva sobre las hojas, de modo
que en ellas se cría un hongo, que es lo que realmente comen.
Llegamos a playa de Manuel Antonio, una playa no
muy grande, de arena blanca, altamente frecuentada, y como veníamos con
nuestros bañadores puestos, Andrés se hace cargo de nuestras mochilas mientras
nosotros nos damos un baño, que no es nada refrescante, porque realmente parecía
caldo de pollo por su temperatura. Es un lugar bello, con la vegetación que la
acompaña a la perfección.
Nosotros damos por
terminada nuestra excursión, pero podíamos haber seguido, bien pidiéndoselo a Andrés o solos por nuestra cuenta que a la salida seguro que hay taxis, pero la verdad ya estábamos cansados, y no por el
esfuerzo físico en sí, sino porque el calor y la humedad, a pesar del baño
playero, causan estragos, así que decidimos volver con Andrés, pero ahí están
los senderos, y posiblemente el que hubiéramos elegido era el de Punta
Catedral.
Emprendemos el camino
de vuelta, y ahora tomamos unos atajos en forma de pasarelas de madera.
Seguimos viendo
animales, como esta iguana verde.
El tronco de un árbol
está fuertemente protegido por espinas, una defensa natural frente a los invasores, y este es un ejemplo del porqué hay
que tener mucho cuidado de donde se ponen las manos.
Y de nuevo, otro perezoso, ahora situado en lo más alto de un árbol, como queriendo llegar al cielo.
Para nosotros es
maravilloso poder contemplarle tan bien, sus garras, su cara, su cuerpo enroscado
en el tronco.
Y así terminamos
saliendo del parque, en la furgoneta nos dan un snack de fruta (sandía y
piña) y unas botellas de agua, que hay que hidratarse bien. En el viaje de vuelta al hotel
malamente capturamos con la cámara una señal de tráfico en la carretera muy
llamativa a nuestros ojos (en cada país hay algunas de ellas: alces en Canadá,
canguros en Australia, kiwis en Nueva Zelanda...): iguanas, monos, mamíferos
como tayras, y sobre todo, la primera figura, un escolar.
No es el parque más
bonito de los que hemos visitado, aunque tiene el plus de las playas; ni por
supuesto es el parque más tranquilo, precisamente también por estas playas,
pero solo por poder ver a los perezosos de forma tan fácil merece la pena,
sobre todo si en el resto de los parques o reservas solo han sido bolas de pelo,
además de ver otros animales por supuesto.
Por la tarde en el
hotel, decidimos que nos la tomaremos de placer, de descanso, que no
caminaremos por los senderos en sus alrededores, que no bajaremos al pueblo de Manuel
Antonio, será una tarde de piscinas, momento en el que fuimos afortunados con la visita
de una familia de monos titís.
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