Un
vuelo en semi-calma
El viaje de 2016
fue un poco improvisado, la vida y los planes van en sentido opuesto, así
que la primera manda y los segundos se acoplan. El destino tenía que ser uno
que no tuviera mucha información que preparar, el tiempo apremiaba para tenerla
como me gusta; y una condición importante era que si teníamos que tener una
vuelta improvisada, el vuelo de vuelta no podía tener escalas, tenía que ser un
vuelo directo y lo más fácil posible de conseguir. Y allá nos vamos, Costa Rica
nos espera, e Iberia nos lleva.
La espera la
realizamos en la sala VIP, donde aprovechamos para tomar unos refrescos, y como
siempre algo de masticar, que no hay manera de tener la boca cerrada.
Volamos en un Airbus
340-600, de nombre Andrés Segovia, cuya distribución de asientos en business es
1-2-1, y como soy mujer de ventanilla, los dos hemos optado por tenerla, por no
compartir él el asiento central con un desconocido.
El asiento es cómodo, aunque la zona destinada a asiento-cama propiamente
dicho no es tan grande como podría parecer, la estrechez parece ser una máxima en los nuevos diseños.
En nuestros asientos
ya tenemos la manta, la almohada y el neceser de viaje con productos
L’Occitane. El neceser es sencillo, grande y flexible, con lo que para otros usos resultará de utilidad, pero el diseño no es de lo mejor que se encuentra en el mundo de las compañías aéreas.
Como la hora del vuelo
acompaña, seguimos con la costumbre de brindar con champán, en este caso cava Segura
Viudas, antes de iniciarlo.
Llega la hora de enfilar la pista de despegue.
Sobrevolamos la Comunidad de Madrid.
Nos ofrecen un
clásico aperitivo español, ¡aceitunas!, que acompañamos con una copa de vino
tinto, Coto de Imaz.
Un detalle de la
clase business de Iberia es que te ofrecen cuatro megas para navegar por internet durante el
vuelo, pero creo que ninguno de los dos las utilizamos, no estamos tan enganchados como para no poder estar conectados durante unas horas, y cualquier noticia en estos momentos sería más desestabilizante que otra cosa, además de no poder hacer nada hasta el aterrizaje.
Después llega la
comida: salmorejo con huevo, ensalada de espinaca baby con frambuesa y
cebolleta, pechuga de pollo en escabeche con tabulé y pimienta rosa
(excelente). Acompañado de pan con una botella pequeña de aceite, y queso
manchego con membrillo y uvas.
Como novedad, con una
tablet nos enseñan las opciones de platos principales: pasta rellena de jamón
ahumado y queso con salsa de tomate, menta y almendra tostada (no hay foto porque el plato fue comido -más bien devorado-, para él; y para ella,
carrillera de cerdo con salsa de vino tinto, ajetes, puré de patata y mostaza
antigua, un gran plato para ser comida de avión. Un aplauso para el catering de
Iberia, que nos ha sorprendido gratamente con la calidad de la comida.
El postre lo cambian respecto
al menú que te entregan, el helado de cereza lo cambian por un sorbete de mango
con crujiente de galleta (barquillos desmigados). Nos vamos ajustando a las frutas tropicales.
Como el vuelo va
restando horas, para variar nos toca merendar y no desayunar: jamón, salchichón
ibérico, lomo ibérico, queso, tomate y fruta. Buenos embutidos en general.
Tras algunas
lecturas, algunos cerramientos de ojos, algunas películas (Joy, un melodrama
con la omnipresente Jennifer Lawrence; Incompatibles con Omar Sy, el ayudante
simpático y caradura de Intocable; ninguna de ellas reseñables), alguna que
otra canción en el mp3, y algunas sacudidas pasando turbulencias, vemos la
costa atlántica. Lo peor del vuelo, dos niños que en lugar de jugar a divertirse lo hacen
(jugar y supuestamente divertirse) peleándose, gritando, y los padres tan tranquilos, echo de menos a esos niños
ensimismados en sus tablets o teléfonos que no mueven un músculo ni una
pestaña.
Tras la costa, el
verde interior.
Sobrevolamos creo
que primero Cartago y luego la capital de Costa Rica, San José, casi media hora
antes de lo previsto.
En el aterrizaje,
tras algo menos de 10 horas y media, nos asombramos de tener público en los alrededores
del Aeropuerto Internacional Juan Santamaría.
La cola de control de
pasajeros es tremenda, y a pesar de que hay al menos seis-ocho ventanillas
parece que no se adelantara nada, hay un tapón considerable y continúan sumándose pasajeros de otros aviones. Tras hora y media
más o menos pasamos el control. Tras ello recogemos nuestras maletas, y
creo que fue por esta zona donde vimos a un trabajador de la compañía
touroperadora responsable de nuestro viaje por el país, al que teníamos que buscar por su traje -camiseta y pantalón distintivos-, nos planta
unas etiquetas bien grandes para ser identificados, y nos dice que a la salida
del aeropuerto otro compañero nos dará información sobre el viaje.
Antes de salir, aprovechamos para
cambiar moneda, ya que es domingo y tendríamos que esperar a mañana para
hacerlo, pero la hora de recogida es temprana y posiblemente no nos daría
tiempo tampoco a hacerlo en un banco, y aunque es normal aceptar dólares para pagar, preferimos
hacerlo ya y estar preparados para el resto del viaje.
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