Seguimos
en ruta
Desde Williams
continuamos por la ruta 66, cuya carretera no es precisamente buena por el
asfaltado ni por las vistas, tenemos un paisaje anodino y solitario, es su leyenda lo que nos atrapa a todos. El
siguiente pueblo en el que hacemos una parada es Seligman, a cuya entrada hay
un motel con habitaciones de nombres característicos: Elvis Presley,
Marilyn Monroe, John Wayne, la propia ruta…todo suena tan divertido...y tan americano.
El pueblo es apenas
una calle casi polvorienta con algunas casas principalmente en un lateral,
dedicadas al comercio, aprovechando el tirón de la ruta. Eso sí, la decoración externa de las tiendas está trabajada para llamar la atención.
Los coches de época
salen a nuestro paso, así como salen nuestras sonrisas al verlos, hemos dado un salto al pasado automovilístico, y además hemos entrado en una clásica película de cine negro.
Nosotros seguimos
entrando en las tiendas, y casi siempre salimos con alguna cosa en la mano,
esto es compra compulsiva rutera.
En una antigua
peluquería se ha instalado el Route 66 Visitor Center, un cruce entre museo,
tienda de souvenirs y cacharrería.
Continuamos la solitaria ruta.
La siguiente parada
es en Peach Springs, territorio perteneciente a la tribu hualapai. En esta localidad
aparte de sellar nuestro pasaporte no hay mucho que ver ni que hacer, por lo
menos así del tirón de asfalto, con lo que la parada nos vale para recuperar
fuerzas que hoy no tenemos muy claro si comeremos o no, aunque parece que al
ritmo que vamos va a ser que no lo haremos si queremos hacer la ruta completa, o nos conformaremos con lo que podamos.
La siguiente
localidad es Hackberry, donde destaca la antigua gasolinera y su tienda, un
batiburrillo de cosas, un museo cacharrería de los años cincuenta, bastante oscuro e incluso un poco tétrico si le pones imaginación y en una esquina intuyes la peluca de Javier Bardem en No es país para viejos. El exterior por sí solo ya merece una parada.
En el exterior
destaca un antiguo Studebaker, que no sé si está siendo restaurado o es este su
aspecto de siempre, que ahora nos lleva a la película Bonnie and Clyde (por lo menos a mí me recuerda al coche que utilizaban en sus atracos).
Aparte del Studebaker
hay otros coches, como en el chatarrero, que con una simple mano de pintura
tendrían otro aspecto aunque nunca pudieran ponerse en funcionamiento; no pierden su encanto por su mal estado o yo tengo la ñoñería subida el día de hoy.
Continuamos la ruta
hasta llegar a Kingman, una localidad mucho más grande, importante y
actualizada, donde la antigua estación hidroeléctrica desde 1997 aloja un museo del
transporte, y por supuesto hay una gran sección dedicada a la
ruta 66. Como la hora en la que llegamos es tarde, nos dejan entrar de forma
gratuita (dejamos un donativo para agradecer el gesto), y realmente nos mereció la pena a pesar de la prisa en que realizamos
la visita (hay bastante paneles en inglés para traducir y solo paramos en los expositores que nos resultaron más atractivos).
Hora de decidir, o
paramos y comemos, con lo luego ya nos volveríamos a Las Vegas, o continuamos la
ruta, decisión esta última que seguimos, aunque con su problemática venidera,
así que un sitio que tenía muy buena pinta en su exterior, un auténtico diner
colorido, con comida típica americana y grasienta, lo dejamos pasar.
Continuamos la ruta
66, y con ello comienza una extraña aventura para nosotros. El paisaje anodino de repente
se torna en gran belleza, además acompañado por las luces del atardecer; la
línea recta de la carretera hasta el momento se convierte en una curva tras otra. El problema es
que el depósito de la gasolina está al mínimo, y no hay ni una sola en la carretera (el mapa es claro),
y la decisión es si volver a Kingman, llenar el depósito, o continuar y jugar
hasta llegar a la siguiente localidad, con el riesgo de quedarnos tirados con
una y otra decisión en una carretera por la que no circula ni un solo coche,
donde las casas no existen, y las pocas que vimos no parecían tener vida como
pedir ayuda…¡recemos!, y al tiempo disfrutemos del bonito paisaje, que no tiene porqué estar reñida una cosa con la otra.
Afortunadamente llegamos
a Oatman, en cuyos alrededores se encontraba la mina de oro más grande de
Arizona, descubierta en 1902, que fue cerrada en 1998 por falta de
rentabilidad. La localidad ha sido escenario de un gran número de películas,
entre ellas la mítica La conquista del Oeste y con toda la razón de elegirlo como escenario. Lo bueno, que hemos disfrutado durante el trayecto de un bonito atardecer; lo malo, que la localidad está entrando en noche cerrada, y que la vida parece haberse detenido por completo con la retirada de los turistas diurnos (que no los necesitamos, pero si los locales abiertos).
Hay una calle
principal, Main St, en la que se suceden las construcciones, entre ellas el
Oatman Hotel, donde Clark Gable y Carole Lombard pasaron su noche de bodas en
1939. Dos actores glamourosos en un hotel aparentemente sin nada de glamour, pero alejados de las cámaras de los paparazzi.
Uno de los
restaurantes del pueblo lleva el nombre de Olivia Oatman, apellido y pueblo al
unísono, con lo que llega la hora de una historia. Los Oatman eran una familia
de mormones que tuvieron que huir de Utah por discrepancias religiosas, y se
dirigieron a California. En el cuarto día del viaje su caravana fue asaltada
por indígenas yavapai, que los asesinaron, sobreviviendo Olive, de catorce
años, y su hermana Mary Ann, de siete años. Los indios las secuestraron y
fueron utilizadas como esclavas hasta que decidieron venderlas a los mojave,
donde fueron adoptadas por el jefe de la tribu y su esposa, que siguiendo su
tradición pintaron un tatuaje en la barbilla de Olive, unas líneas y flechas con
tinta azul, como símbolo de protección para entrar en el valle de la muerte,
aunque Olive pensó que se trataba de una identificación como esclava.
Cinco años después,
Mary Ann murió de hambre durante una fuerte sequía. Un día llegó un mensajero
al campamento, y pidió el regreso de Olive a su mundo civilizado, hasta que
finalmente se acordó que la joven, ya de 19 años, fuera trasladada al fuerte
Yuma, pero a ella no le gustó este cambio; y supongo que a los del fuerte tampoco, ya que Olive llegó vestida con ropas
indígenas y el pecho descubierto.
Al cabo de una semana Olive se enteró que su
hermano Lorenzo también había sobrevivido al ataque y que la estaba buscando.
Olive se hizo famosa y todos los escritores querían escribir sobre ella y sus
vivencias. Finalmente Olive se caso con el ganadero John B. Fairchield, al que
no le gustaba la fama de su esposa y quemó todas las copias del libro sobre
ella que encontró y le prohibió realizar más lecturas del mismo como propaganda. Olive no fue una mujer
especialmente feliz, siempre echó de menos su vida con los mojave, hasta que
murió a los 65 años.
En la tienda en la que debían sellarnos el
pasaporte viajero de la ruta 66 nos dan con la puerta en las narices, a pesar
de la intermediación de una buena señora para que nos dejaran entrar; dos modos
de comportarse en el mismo lugar y espacio de tiempo.
En Oatman se mantiene
el ambiente del lejano Oeste, volvemos a entrar en un decorado real. Durante el día por su calle circulan asnos salvajes,
descendientes de los que fueron utilizados para transportar la tierra de la
mina de oro, de los que se dice que no son precisamente amigables, pero tampoco
de ellos hay rastro en las calles, animales y humanos están descansando.
A la misma buena
señora que intercedió por nosotros para sellar el pasaporte le preguntamos por
una gasolinera, comentándole que estamos en la reserva del depósito y que hacia atrás, hacia
Kingman no llegaríamos ni de broma, esa carretera de curvas y de montaña
consumiría rápidamente el depósito, pero nos tranquiliza diciendo que hacia
delante la carretera ya no tiene ese aspecto, es lisa, y que saliendo a la Hwy
95 encontraremos una gasolinera, en la que paramos para repostar y continuar
nuestro viaje a Las Vegas.
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