18 de enero de 2017

EEUU - Las Vegas - Vuelo Madrid - Las Vegas



Encontrando a Dorothy, Totó y sobre todo a la bruja mala del Este 

Navidades 2015 y este año para nuestras vacaciones nos toca volar y volar, además de movernos por carretera, ya que queremos hacer un viaje extraño, con un poco de aquí y un poco de allí, y para nuestros gustos mejor hacerlo en época primaveral u otoñal, o incluso en pleno invierno como es el caso, antes que en el asfixiante verano, que este nos asusta más que el frío. 


Primer vuelo, Madrid- Dallas, con American Airlines, once horas y cuarto de vuelo por delante. La espera para el embarque la hacemos en la sala VIP de la Terminal 4S con tranquilidad hasta que anuncian el embarque, donde picoteamos algo, y es que es imposible dejar de hacerlo aunque se tengan buenas intenciones. 



En el avión ya tenemos nuestro neceser en los asientos, en este caso una bolsa de tela tipo fieltro, que nos desencanta un poco; en su interior, todo lo clásico: tapones para los oídos, bálsamo labial, cepillo de dientes y pasta… pero no hay un peine para el pelo, un clásico entre las amenities aéreas. 




Volamos en un Boeing 767-300/300ER, con configuración de asientos en business 2-2-2. En el asiento también hay una bolsa con una manta y una almohada, todo para poder echar una siesta si se puede. 




En mano nos entregan los auriculares, con sistema anti-ruido pero un armatoste para intentar dormir con ellos puestos; y las copas de bienvenida, aunque en esta ocasión me inclino a favor de la saludable agua y declino tomar copa de champán o de vino, no así mi acompañante, que sí se toma una copa. 




De aperitivo, unos frutos secos, que el vino a palo seco se atraganta. Yo sigo con agua. 




Llega la hora de la comida. De primero: prosciutto y mozzarella con melón, melón de la variedad Charentais; y ensalada de espinacas, fresas, nueces y queso azul (que se puede aderezar con salsa de yogur y limón o con una clásica vinagreta balsámica; opción segunda que los dos elegimos). 



De plato principal a elegir entre cuatro opciones, eligiendo: filete de vaca con salsa de pimienta entera, croquetas de patata y espinacas cremosas con zanahoria; y pechuga de pollo marinada con salsa hindú de mantequilla, arroz al comino, espinacas salteadas con piñones y coliflor con cúrcuma. Sin ser una delicatessen se dejan comer, sobre todo el filete de vaca, que suele estar pasado de punto y seco, y en esta ocasión no lo estuvo tanto.



De postre, o bien no lo comimos o fuimos tan rápidos que no quedo rastro fotográfico. Pero las opciones: helado sundae, surtido de quesos o trufa de chocolate con leche. Me extraña que no pidiéramos ninguno postre, y sospecho que el surtido de quesos sería la elección.


El vuelo continúa y como es de día me distraigo mirando por la ventanilla, escuchando música o leyendo, últimamente me cuesta más distraerme viendo películas, como que necesito más calma. 




Como el vuelo es largo, el tedio es igualmente largo; con lo que en los paseos al baño o para estirar las piernas, volvemos con algunos snacks, dulces o salados. De lo que pasamos es de la comida ligera que ofrecen antes de llegar, a elegir entre un croque Monsieur o una ensalada tailandesa con carne de ternera. 




En la pantalla vemos que la ruta del avión en su aproximación a Dallas es extraña, o eso nos parece. 





Fuera no se ve nada raro, algunas nubes con tormentas, pero nada del otro mundo; y en el interior del avión, nada de turbulencias más fuertes de lo normal. 




Sobrevolamos Dallas y todo nos parece normal, con nubes que seguramente lleven lluvia abajo. 





Aterrizamos, con lluvia como era previsible, pero no demasiado fuerte. 





Tenemos una escala larga, no me fío nada de los estadounidenses y de sus controles, de la meteorología, de los retrasos, porque además tenemos que recoger nuestro equipaje facturado en Madrid para volver a facturarlo (aunque de otra manera más descontrolada, una absurdez). La escala es de cuatro horas y veinte minutos, porque la conexión anterior no llegaba a las dos horas, y la idea es tener un viaje lo más tranquilo posible, sin carreras por los pasillos. 


Recogemos nuestro equipaje facturado, y creo recordar que con él pasamos un control, maletas, líquidos, tarjeta de embarque…Tras ello, dejamos las maletas que no son de mano en un caos de maletas, con un pobre señor que no da abasto para recibir el constante flujo de ellas, solo nos queda rezar y decirles ¡See you later! El trabajador va colocando las maletas en una cinta como puede y hasta yo diría que con cara de agobio; esto no se puede llamar facturación, más bien es un "apáñense como puedan". 


La segunda cola es porque han instalado unas máquinas donde con tu pasaporte te hacen un control, supongo que es una primera criba aparte de ser un medio experimental para evitar las grandes colas si todo está en regla para sus trámites de inmigración. Si llega a funcionar correctamente posiblemente será un adelanto.


La última cola es para pasar el control de aduanas propiamente dicho, ¿tanto les costaría hacer las cosas más fáciles para el viajero? Si a mí el control no me disgusta y lo acepto como parte de la seguridad, lo que creo que es demencial es esta locura de colas y controles, que sobrepasan la paciencia de cualquiera, y eso que nosotros tenemos el  horario a nuestro favor, y por lo menos estamos tranquilos… de momento. Hay personas que corren desesperadas, y a la funcionaria encargada de organizar la cola para el control de aduanas le van enseñando sus tarjetas de embarque, con lo que les va dejando pasar si lo ve necesario, y en algunos casos, muerta de risa les dice que no van a llegar, ¡madre mía, que ánimos!, pero les deja adelantarse. 


Pasamos el control y tenemos que pasar de la terminal D, a la que hemos llegado, a la terminal C, por lo que vamos mirando todos los carteles para no perdernos, aunque de vez en cuando yo me distraigo, ya que hay una decoración navideña con diferentes arbolitos de Navidad, casi todos regalos de otros países, y allí está el de España. 





Nosotros todavía estamos en la inopia, pero el tren que une las terminales no funciona, por lo que cuando íbamos a subir por unas escaleras mecánicas, estas no funcionan, y un trabajador que acompaña a otras personas nos hace señas para que le sigamos. Tras un buen recorrido a pie, llegamos a la terminal C, y entramos en la sala VIP, que es bastante amplia, con diferentes salones y una zona adecuada para trabajar, con cubículos independientes. 



Aquí tomamos conciencia de lo que está pasando, Dallas está siendo asediada por los tornados, en las noticias leemos que hay o ha habido ¡quince!, no eran todos en Dallas, pero tanto en esta provincia como en Texas, Luisiana y Florida, se están produciendo lluvias torrenciales y tornados. Esto no pinta nada bien, pero no perdemos la esperanza de continuar nuestro viaje.



Nuestro vuelo en pantalla sigue en su horario previsto, 20.55, pero la situación poco a poco se va tensando, porque los vuelos anteriores se van retrasando o cancelando, mientras nuestro vuelo permanece inamovible, hasta algo menos de una hora antes de realizarse, en el que comienza a aparecer delayed, retrasado. American Airlines a través del móvil envía mails informando del retraso, provocado porque el avión que tenía que llevarnos venía de Miami, y de allí no ha podido salir, aunque no parece que de Dallas se pueda salir tampoco. Parece que estamos atrapados, ¡Totó! ¡Dorothy! (vale, la película de El mago de Oz se desarrolla en Kansas, pero Texas no está muy lejos). 


Pasadas las once de la noche, tras agónicos paseos a mirar la pantalla, es cuando el vuelo es definitivamente cancelado, nosotros ya estamos agotados y no sabemos lo que nos espera por delante, solo confiar en el que el tiempo mejore y puedan acoplarnos en otro vuelo, pero ¿para cuándo? Adelántanos a todo, ya decidimos que si todo va a peor aguantamos un día más tirados por el aeropuerto esperando vuelo a destino, lo siguiente sería intentar lograr un vuelo para regresar a Madrid, no tiene sentido llegar para tener que volver, esto no son vacaciones, porque además perderíamos parte de la esencia del viaje, nuestro paso y estancia por Grand Canyon, y nos quedaríamos con un palmo de narices.


Por lo menos en la sala VIP hemos comido algo, no gran cosa, porque no hay comidas como en otras salas, es más picoteo; la comida se paga, el agua se paga, la cerveza se paga, lo único que es gratis es el café y la coca-cola de grifo. 


En recepción de la sala VIP hacemos una importante cola para intentar conseguir otro vuelo,  y como nosotros cientos de pasajeros. El único vuelo en el que nos confirman asientos es en el de las ¡15.40!, en este momento nuestro ánimo estaba por los suelos, porque además esto podría convertirse en un bucle, si por la tarde se formaban tormentas nuevas, tornados nuevos, podríamos volver a quedarnos tirados. La solución que nos dan es que nos ponen en lista de espera para el vuelo de las 7.05, y que si en este vuelo no conseguimos entrar, que vayamos pidiendo lista de espera para todos los siguientes hasta que llegue el vuelo confirmado. La noche se presenta dura y ¡menuda mañana nos espera!


El colmo es que incomprensiblemente la sala VIP tiene hora de cierre, con lo que tras salir nosotros tras terminar los trámites de búsqueda de un nuevo vuelo aquello se cierra, y tenemos que esperar hasta las cuatro y media en la que vuelven a abrir. Pues tenemos tres horas por delante en la terminal, donde todo está cerrado, y lo que hay es un panorama menos aterrador de lo esperable, pero con gente tirada por sillones y suelo buscando acomodo. Lo peor es que hace frío, que ni con los plumas puestos se amortigua. 


Pasando el tiempo camino pasillo arriba, pasillo abajo, y además así entro en calor. De este modo descubro que han dejado mantas, no muchas, por lo que tomo dos; y botellines de agua, por lo menos nos hidratan. De lo que no encuentro son camas plegadas, plegatines -del tipo de campaña-, pero sin colchón, que esto ya sería un lujo, que vendrían muy bien para no tener el cuerpo hecho un cuatro arrugado en los sillones. 


A las cuatro y media de la mañana vamos entrando los afortunados que tenemos acceso a la sala VIP, y este es uno de los momentos en los que se pagaría por entrar, no por tener un café o unas galletas, sino por tener un asiento más cómodo donde poder poner el cuerpo maltrecho, por tener algo más de silencio (que hasta el momento la verdad no había sido un problema) y hasta de intimidad. 


Aprovechamos para tomarnos un café mientras vigilamos en las pantallas, con temor, el vuelo en el que estamos en lista de espera. Cuando anuncian el embarque del vuelo de las siete de la mañana, nos vamos para allá, la señorita encargada del embarque no tiene precisamente un humor acorde a nuestra desesperación, y al de muchos más que también están en lista de espera; no con muy buenos modos nos indica que esperemos, que ya seremos llamados y que dejemos espacio para aquellos afortunados que sí tienen su tarjeta de embarque. Seremos llamados por orden en la lista, tenemos los puestos 2 y 3, y esperamos que nos dejen volar juntos, y no me refiero a los asientos, sino al vuelo, porque otra cosa ya sería el colmo del despropósito aéreo, uno a una hora y el otro a otra. Y por cierto, ¿dónde están nuestras maletas?


Nos ponemos lo más cerca del mostrador que podemos, ya que nuestros nombres, sobre todo el mío, no serán fáciles de pronunciar en inglés, y la “amable” señorita ya ha indicado que solo dirá el nombre una vez, con lo que mejor estar atento. ¡Aleluya!, dicen nuestros nombres, con lo que de momento entrar en este avión entramos, cambiando nuestros asientos en business por turistas, pero a estas alturas esto es lo de menos, queremos llegar a destino cuanto antes. 


El vuelo sale a la hora programada y tendrá una duración de tres horas. 




No recuerdo si nos dieron algún tentempié o no, supongo que un café sí nos darían al menos. Comenzamos a sobrevolar Las Vegas, y desde las alturas me parece una ciudad de cartón piedra a estas horas del día, a lo mejor si hubiéramos llegado anoche, como estaba previsto, la percepción con la gran iluminación de esta ciudad la sensación hubiera sido más favorable. 






En pista, un avión de las líneas hawaianas, con un dibujo en la cola prometedor del paraíso. 




El aeropuerto McCarran de Las Vegas se ve bastante nuevo e impoluto por la zona de salidas al menos, donde los animales comienzan a darnos la bienvenida. 





Con una esperanza más bien incierta y llena de dudas nos acercamos a la cinta de equipajes, que por nuestra experiencia en el vuelo Toronto-Boston no nos hace ir pesimistas pero sí asumiendo un retraso en la entrega, y ¡voila!, salen nuestras maletas en la cinta, cuando nosotros ya pensábamos en hacer el reclamo para que las llevaran al hotel. Bueno, parece que las cosas se enderezan poco a poco y que la logística aquí funciona muy bien, pasajeros y maletas viajan a la par.


Los planes están totalmente cambiados, así que como tenemos alquilado un coche nos acercamos al mostrador de National para ver si es posible cogerlo con horas de antelación, ya que la alternativa de ir al hotel para volver al cabo de un rato es absurda y de pérdida de tiempo. Cargados con las maletas, tomamos un autobús que acerca sin coste a la terminal donde se encuentran las compañías de alquiler de coches. No hay problema, lo podemos coger ya mismo; lo único que hacemos es cambiar el modelo, en previsión por si hay mal tiempo, aunque en Las Vegas el sol es espléndido pero la temperatura es baja, y como conduciremos al norte, a Grand Canyon nos preocupa que en la carretera haya nieve. 

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