Encontrando
a Dorothy, Totó y sobre todo a la bruja mala del Este
Navidades 2015 y
este año para nuestras vacaciones nos toca volar y volar, además de movernos por carretera, ya que
queremos hacer un viaje extraño, con un poco de aquí y un poco de allí, y para
nuestros gustos mejor hacerlo en época primaveral u otoñal, o incluso en pleno
invierno como es el caso, antes que en el asfixiante verano, que este nos
asusta más que el frío.
Primer vuelo, Madrid-
Dallas, con American Airlines, once horas y cuarto de vuelo por delante. La espera para el embarque la
hacemos en la sala VIP de la Terminal 4S con tranquilidad hasta que anuncian el
embarque, donde picoteamos algo, y es que es imposible dejar de hacerlo aunque se tengan buenas intenciones.
En el avión ya tenemos
nuestro neceser en los asientos, en este caso una bolsa de tela tipo fieltro,
que nos desencanta un poco; en su interior, todo lo clásico: tapones para los
oídos, bálsamo labial, cepillo de dientes y pasta… pero no hay un peine para el
pelo, un clásico entre las amenities aéreas.
Volamos en un Boeing
767-300/300ER, con configuración de asientos en business 2-2-2. En el asiento
también hay una bolsa con una manta y una almohada, todo para poder echar una siesta si se
puede.
En mano nos entregan los
auriculares, con sistema anti-ruido pero un armatoste para intentar dormir con ellos puestos; y las copas de bienvenida, aunque en esta
ocasión me inclino a favor de la saludable agua y declino tomar copa de champán
o de vino, no así mi acompañante, que sí se toma una copa.
De aperitivo, unos
frutos secos, que el vino a palo seco se atraganta. Yo sigo con agua.
Llega la hora de la
comida. De primero: prosciutto y mozzarella con melón, melón de la variedad
Charentais; y ensalada de espinacas, fresas, nueces y queso azul (que se puede
aderezar con salsa de yogur y limón o con una clásica vinagreta balsámica; opción
segunda que los dos elegimos).
De plato principal a
elegir entre cuatro opciones, eligiendo: filete de vaca con salsa de pimienta entera,
croquetas de patata y espinacas cremosas con zanahoria; y pechuga de pollo
marinada con salsa hindú de mantequilla, arroz al comino, espinacas salteadas
con piñones y coliflor con cúrcuma. Sin ser una delicatessen se dejan comer, sobre todo el filete de vaca, que suele estar pasado de punto y seco, y en esta ocasión no lo estuvo tanto.
De postre, o bien
no lo comimos o fuimos tan rápidos que no quedo rastro fotográfico. Pero las
opciones: helado sundae, surtido de quesos o trufa de chocolate con
leche. Me extraña que no pidiéramos ninguno postre, y sospecho que el surtido de quesos sería la elección.
El vuelo continúa y
como es de día me distraigo mirando por la ventanilla, escuchando música o
leyendo, últimamente me cuesta más distraerme viendo películas, como que necesito más calma.
Como el vuelo es
largo, el tedio es igualmente largo; con lo que en los paseos al baño o para
estirar las piernas, volvemos con algunos snacks, dulces o salados. De lo que
pasamos es de la comida ligera que ofrecen antes de llegar, a elegir entre un
croque Monsieur o una ensalada tailandesa con carne de ternera.
En la pantalla vemos
que la ruta del avión en su aproximación a Dallas es extraña, o eso nos parece.
Fuera no se ve nada
raro, algunas nubes con tormentas, pero nada del otro mundo; y en el interior del avión, nada de turbulencias más fuertes de lo normal.
Sobrevolamos Dallas y
todo nos parece normal, con nubes que seguramente lleven lluvia abajo.
Aterrizamos, con
lluvia como era previsible, pero no demasiado
fuerte.
Tenemos una escala
larga, no me fío nada de los estadounidenses y de sus controles, de la
meteorología, de los retrasos, porque además tenemos que recoger nuestro
equipaje facturado en Madrid para volver a facturarlo (aunque de otra manera más descontrolada, una absurdez). La escala es de cuatro horas y veinte minutos,
porque la conexión anterior no llegaba a las dos horas, y la idea es tener un
viaje lo más tranquilo posible, sin carreras por los pasillos.
Recogemos nuestro
equipaje facturado, y creo recordar que con él pasamos un control, maletas, líquidos,
tarjeta de embarque…Tras ello, dejamos las maletas que no son de mano en un
caos de maletas, con un pobre señor que no da abasto para recibir el constante
flujo de ellas, solo nos queda rezar y decirles ¡See you later! El trabajador
va colocando las maletas en una cinta como puede y hasta yo diría que con cara de agobio; esto no se puede llamar facturación, más bien es un "apáñense como puedan".
La segunda cola es
porque han instalado unas máquinas donde con tu pasaporte te hacen un control, supongo que es una primera
criba aparte de ser un medio experimental para evitar las grandes colas si todo está en regla para sus trámites de inmigración. Si llega a funcionar correctamente posiblemente será un adelanto.
La última cola es
para pasar el control de aduanas propiamente dicho, ¿tanto les costaría hacer
las cosas más fáciles para el viajero? Si a mí el control no me disgusta y lo
acepto como parte de la seguridad, lo que creo que es demencial es esta locura
de colas y controles, que sobrepasan la paciencia de cualquiera, y eso que
nosotros tenemos el horario a nuestro favor, y por lo menos estamos
tranquilos… de momento. Hay personas que corren desesperadas, y a la
funcionaria encargada de organizar la cola para el control de aduanas le van
enseñando sus tarjetas de embarque, con lo que les va dejando pasar si lo ve necesario, y en
algunos casos, muerta de risa les dice que no van a llegar, ¡madre mía, que
ánimos!, pero les deja adelantarse.
Pasamos el control y
tenemos que pasar de la terminal D, a la que hemos llegado, a la terminal C,
por lo que vamos mirando todos los carteles para no perdernos, aunque de vez en
cuando yo me distraigo, ya que hay una decoración navideña con diferentes
arbolitos de Navidad, casi todos regalos de otros países, y allí está el de
España.
Nosotros todavía
estamos en la inopia, pero el tren que une las terminales no funciona, por lo
que cuando íbamos a subir por unas escaleras mecánicas, estas no funcionan, y un
trabajador que acompaña a otras personas nos hace señas para que le sigamos.
Tras un buen recorrido a pie, llegamos a la terminal C, y entramos en la sala
VIP, que es bastante amplia, con diferentes salones y una zona adecuada para trabajar, con cubículos independientes.
Aquí tomamos
conciencia de lo que está pasando, Dallas está siendo asediada por los
tornados, en las noticias leemos que hay o ha habido ¡quince!, no eran todos en
Dallas, pero tanto en esta provincia como en Texas, Luisiana y Florida, se
están produciendo lluvias torrenciales y tornados. Esto no pinta nada bien, pero no perdemos la esperanza de continuar nuestro viaje.
Nuestro vuelo en
pantalla sigue en su horario previsto, 20.55, pero la situación poco a poco se va tensando, porque los vuelos anteriores se van
retrasando o cancelando, mientras nuestro vuelo permanece inamovible, hasta
algo menos de una hora antes de realizarse, en el que comienza a aparecer
delayed, retrasado. American Airlines a través del móvil envía mails informando
del retraso, provocado porque el avión que tenía que llevarnos venía de Miami,
y de allí no ha podido salir, aunque no parece que de Dallas se pueda salir
tampoco. Parece que estamos atrapados, ¡Totó! ¡Dorothy! (vale, la película de
El mago de Oz se desarrolla en Kansas, pero Texas no está muy lejos).
Pasadas las once de
la noche, tras agónicos paseos a mirar la pantalla, es cuando el vuelo es definitivamente cancelado, nosotros ya estamos
agotados y no sabemos lo que nos espera por delante, solo confiar en el que el
tiempo mejore y puedan acoplarnos en otro vuelo, pero ¿para cuándo? Adelántanos
a todo, ya decidimos que si todo va a peor aguantamos un día más
tirados por el aeropuerto esperando vuelo a destino, lo siguiente sería
intentar lograr un vuelo para regresar a Madrid, no tiene sentido llegar para
tener que volver, esto no son vacaciones, porque además perderíamos parte de la
esencia del viaje, nuestro paso y estancia por Grand Canyon, y nos quedaríamos con un palmo de narices.
Por lo menos en la
sala VIP hemos comido algo, no gran cosa, porque no hay comidas como en otras
salas, es más picoteo; la comida se paga, el agua se paga, la cerveza se paga,
lo único que es gratis es el café y la coca-cola de grifo.
En recepción de la
sala VIP hacemos una importante cola para intentar conseguir otro vuelo, y como nosotros cientos de pasajeros. El
único vuelo en el que nos confirman asientos es en el de las ¡15.40!, en este
momento nuestro ánimo estaba por los suelos, porque además esto podría
convertirse en un bucle, si por la tarde se formaban tormentas nuevas, tornados
nuevos, podríamos volver a quedarnos tirados. La solución que nos dan es que
nos ponen en lista de espera para el vuelo de las 7.05, y que si en este vuelo
no conseguimos entrar, que vayamos pidiendo lista de espera para todos los
siguientes hasta que llegue el vuelo confirmado. La noche se presenta dura y ¡menuda mañana nos espera!
El colmo es que
incomprensiblemente la sala VIP tiene hora de cierre, con lo que tras salir
nosotros tras terminar los trámites de búsqueda de un nuevo vuelo aquello se cierra, y tenemos que esperar hasta las cuatro y media en
la que vuelven a abrir. Pues tenemos tres horas por delante en la terminal,
donde todo está cerrado, y lo que hay es un panorama menos aterrador de lo
esperable, pero con gente tirada por sillones y suelo buscando acomodo. Lo peor
es que hace frío, que ni con los plumas puestos se amortigua.
Pasando el tiempo
camino pasillo arriba, pasillo abajo, y además así entro en calor. De este modo
descubro que han dejado mantas, no muchas, por lo que tomo dos; y botellines de
agua, por lo menos nos hidratan. De lo que no encuentro son camas
plegadas, plegatines -del tipo de campaña-, pero sin colchón, que esto ya sería un lujo, que vendrían muy bien para no tener el cuerpo hecho un
cuatro arrugado en los sillones.
A las cuatro y media
de la mañana vamos entrando los afortunados que tenemos acceso a la sala VIP, y
este es uno de los momentos en los que se pagaría por entrar, no por tener un
café o unas galletas, sino por tener un asiento más cómodo donde poder poner el
cuerpo maltrecho, por tener algo más de silencio (que hasta el momento la
verdad no había sido un problema) y hasta de intimidad.
Aprovechamos para
tomarnos un café mientras vigilamos en las pantallas, con temor, el vuelo en el
que estamos en lista de espera. Cuando anuncian el embarque del vuelo de las siete de la mañana, nos vamos para allá, la señorita encargada del embarque no tiene
precisamente un humor acorde a nuestra desesperación, y al de muchos más que
también están en lista de espera; no con muy buenos modos nos indica que
esperemos, que ya seremos llamados y que dejemos espacio para aquellos
afortunados que sí tienen su tarjeta de embarque. Seremos llamados por orden en
la lista, tenemos los puestos 2 y 3, y esperamos que nos dejen volar juntos, y no me refiero a los asientos, sino al vuelo,
porque otra cosa ya sería el colmo del despropósito aéreo, uno a una hora y el otro a otra. Y por cierto, ¿dónde están nuestras maletas?
Nos ponemos lo más
cerca del mostrador que podemos, ya que nuestros nombres, sobre todo el mío, no
serán fáciles de pronunciar en inglés, y la “amable” señorita ya ha indicado
que solo dirá el nombre una vez, con lo que mejor estar atento. ¡Aleluya!,
dicen nuestros nombres, con lo que de momento entrar en este avión entramos,
cambiando nuestros asientos en business por turistas, pero a estas alturas esto
es lo de menos, queremos llegar a destino cuanto antes.
El vuelo sale a la hora programada y tendrá una duración de tres horas.
No recuerdo si nos
dieron algún tentempié o no, supongo que un café sí nos darían al menos.
Comenzamos a sobrevolar Las Vegas, y desde las alturas me parece una ciudad de
cartón piedra a estas horas del día, a lo mejor si hubiéramos llegado anoche, como estaba previsto,
la percepción con la gran iluminación de esta ciudad la sensación hubiera sido
más favorable.
En pista, un avión de
las líneas hawaianas, con un dibujo en la cola prometedor del paraíso.
El aeropuerto
McCarran de Las Vegas se ve bastante nuevo e impoluto por la zona de salidas al
menos, donde los animales comienzan a darnos la bienvenida.
Con una esperanza más
bien incierta y llena de dudas nos acercamos a la cinta de equipajes, que por
nuestra experiencia en el vuelo Toronto-Boston no nos hace ir pesimistas pero
sí asumiendo un retraso en la entrega, y ¡voila!, salen nuestras maletas en la cinta,
cuando nosotros ya pensábamos en hacer el reclamo para que las llevaran al
hotel. Bueno, parece que las cosas se enderezan poco a poco y que la logística aquí funciona muy bien, pasajeros y maletas viajan a la par.
Los planes están
totalmente cambiados, así que como tenemos alquilado un coche nos acercamos al
mostrador de National para ver si es posible cogerlo con horas de antelación,
ya que la alternativa de ir al hotel para volver al cabo de un rato es absurda
y de pérdida de tiempo. Cargados con las maletas, tomamos un autobús que acerca
sin coste a la terminal donde se encuentran las compañías de alquiler de coches. No hay
problema, lo podemos coger ya mismo; lo único que hacemos es cambiar el modelo,
en previsión por si hay mal tiempo, aunque en Las Vegas el sol es espléndido
pero la temperatura es baja, y como conduciremos al norte, a Grand Canyon nos preocupa que en
la carretera haya nieve.
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