La
vuelta a casa
En el hotel, ya de madrugada, cerramos
las maletas, con todo bien repartido, facturaremos dos y llevaremos la rota
como equipaje de mano, ya que será la única forma de asegurarnos que llegue. Colocamos
bien la documentación de salida del país: las tarjetas selladas de los hoteles
por los que hemos pasado, a falta de colocar el de hoy; el papel de la aduana
dispuesto para entregarlo a la salida, y el pasaporte. Los pocos billetes de soms que nos llevamos
de souvenirs ni mencionarlos, no representan nada en valor monetario, aunque está prohibido sacarlos del país.
El vuelo, de Turkish Airlines, es a las
3.10 de la madrugada, con lo que a la una salimos para el aeropuerto; a estas
horas, como a la llegada, no hay tráfico como para temer un atasco, y el número
de vuelos no debe ser preocupante como para esperar un colapso en facturación y
en el embarque. Oyott nos acompaña al aeropuerto, no hacía falta, con haber dispuesto de un transporte hubiera sido suficiente, pero es una
responsabilidad suya y además quiere despedirse de nosotros, que llevamos casi
quince días conviviendo.
Facturamos y entramos
sin problemas, pasando todos los controles casi con el pasaporte en la boca continuamente. Lo
único que nos queda es esperar la llamada de embarque, y dado que la tienda
está abierta aprovechamos para hacer unas compras de última hora, ¿y a … le
llevamos algo? uppps, ¿y a …? upppps.
Curiosas nos resultan
las tiendas de marca reconocidas en el aeropuerto.
Le decimos adiós a la
Ruta de la Seda, o mejor, un hasta luego.
Embarcamos en un
Airbus 321-200, y nos dan nuestro neceser de viaje.Tal y como ocurrió en el vuelo de ida, al ser nocturno me pierdo los supuestamente bonitos paisajes que
se podrían ver.
Aunque la llegada a
Estambul es a hora temprana, nos dan el desayuno: un pastel de estilo turco con queso,
champiñones, tomate y pimiento verde; o una tortilla de queso gruyere con
espinacas, pimiento rojo y patatas. Para acompañar un surtido de quesos, además
de pan y croissants. Para no pasar hambre.
Vuelo correcto y
llegada en hora, tenemos hora y cuarto para la escala, con lo que sin prisa
pero sin pausa recorremos los pasillos del aeropuerto, que están llenos de
gente por todas partes, es un auténtico caos. A lo que teníamos algo de miedo
es que los controles se intensificaran, porque en Turquía se habían producido
atentados tanto en Estambul como en la capital Ankara, el 10 de agosto, y
sinceramente, no teníamos todas en que el vuelo saliera a su hora y de que todo
fuera sobre ruedas. Pero no hubo problemas, los trámites fueron los normales,
como también los controles, aunque el vuelo finalmente sale con retraso, y es
que este aeropuerto tiene un tráfico aéreo descomunal como para que todo funcione puntualmente.
El vuelo a Madrid lo
hacemos en un Airbus 330-200, también con Turkish Airlines, y dada su configuración tenemos los asientos de
ventana y pasillo, separados precisamente por un pasillo, por aquello de
intentar vernos las caras si fuera necesario.
A pesar de ser
temprano comenzamos con un zumo de limón el viaje.
Sobrevolamos
Estambul, y no tenemos grandes vistas de los preciosos monumentos que hay en
esta ciudad, ya que la parte antigua se encuentra al este y nosotros volamos
hacia el oeste.
Lo único que podemos
reconocer, si no estoy equivocada, es el Estadio Olímpico Atatürk.
En este deja vú
aéreo volvemos a desayunar, o por lo menos a picotear algo, más que nada por si a la
llegada a Madrid nos da un bajón tremendo y en lugar de esperar a la hora de la
comida nos da por ponernos a dormir. Así que no nos comemos todo, compartiendo los
dos platos: la selección de quesos y unas crepes saladas.
Sobrevolamos la
provincia de Madrid y el famoso skyline de la capital (!!!!)
Aterrizamos, bastante
cansados, no deja de ser una noche en danza voladora, a pesar de tener la
fortuna de ir estirados en el asiento-cama. Lo que tenemos los dos es una buena
sensación del viaje sorpresa que hemos realizado, sorpresa porque no estaba en
los planes a corto plazo y ha sido una carambola del destino, y sorpresa porque
Uzbekistán es sin lugar a dudas un país con una gran belleza en sus monumentos, para muchos desconocida, y que merece la pena conocer.
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