Un país turquesa
Uzbekistán nos ha
cautivado, tanto por aquello precioso que se empeñan en enseñarnos, como por
aquello que intentan no hacerlo. Es un país de cara A y cara B, un país de
cartón piedra, de mosaico y cúpulas para los turistas, de barrios humildes y
casas sencillas e incluso ajadas para la población. Para nosotros ha sido uno
de los mejores viajes que hemos hecho, sobre todo porque nos ha sorprendido, y
es una cualidad básica para que un viaje te deje un buen poso.
Lo primero a destacar
es la seguridad, en ningún momento hemos sentido o vivido algún episodio
extraño, alguna mirada anómala, y en todo momento hemos encontrado amabilidad y
simpatía, y por supuesto intriga de nuestra procedencia, aunque este también es
un buen modo de emprender una conversación para intentar establecer una venta.
“Lo estamos
construyendo” es una frase que hemos escuchado continuamente, y es que
Uzbekistán es un país a reconstruir, muchos de sus monumentos estaban
semiderruidos y se está realizando una labor increíble para devolverles su
esplendor, aunque duele un poco como parece que se destina más dinero a esto
que a las necesidades de los ciudadanos; pensemos en la parte positiva, esto
traerá más turismo, el turismo más dinero, y finalmente los ciudadanos se verán
favorecidos (pero es un poco el cuento de la lechera versión Sherazade).
Es un país mitad
historia, mitad leyenda, y las dos perfectamente compatibles cuando se
contemplan sus edificios, no se necesita estar al cien por cien segura de una o
de otra, ¡que vuele la imaginación!, como las alfombras mágicas.
Visitemos este
sorprendente país ya no para restaurar sus monumentos, sino para que éstos no
se pierdan, para que se puedan mantener en pie, que su rico y variado
patrimonio permanezca.
¿Qué se ve en
Uzbekistán?, mezquitas, madrazas y mausoleos son sus monumentos básicos, todos
ellos con patrones arquitectónicos similares, pero siempre con sus diferencias,
que no son tantas como en las construcciones occidentales, o nuestros ojos no
las encuentran a primera vista tan fácilmente (románico, gótico, barroco…). Como
puede convertirse en un planning arquitectónico repetitivo, lo mejor es elegir
lo que se quiere ver, y si se quiere todo, hay que ir preparado mentalmente
para esta repetición.
No hay que perderse
sus mercados, siempre llenos de color, alegría y vida, con gente muy amable con
abiertas sonrisas y cara de sorpresa ante los turistas, sobre todo si son de
países no tan conocidos como es el caso de España, Hispania, aunque ya somos
muchos españoles los que hemos pasado por aquí y la sorpresa es menor. Lo importante es
no dejar de mirar, y sobre todo de ver, con todos los sentidos, que no solo el
de la vista es el importante.
Tashkent
no la hemos conocido a golpe de zapatilla como nos gusta, pero la zona por la
que nos hemos movido ha sido aséptica y fría, mucho ministerio, mucha oficina,
poca vida en la calle. Avenidas amplias, parques a doquier, fuentes a diestro y
siniestro, en parte un despropósito para los ojos de los visitantes ajenos,
pero no parece que para la vida cotidiana y de diario.
Khiva
es la ciudad de cuento, con la que sueñas sin saber que existe. En ella déjate
llevar por tus pasos y donde te lleve la mirada, no te vas a perder, es la
ciudad más fácil de recorrer, y vas a disfrutar como un niño, encontrarás
rincones llenos de magia, la cámara siempre preparada porque el ojo no parará
de descubrir encuadres. Tus ojos se quedarán impresionados para siempre, y tu
corazón tendrá morriña por volver. El color de Khiva es el del desierto, por lo
que desde sus minaretes parece una ciudad de arena.
Bukhara
es una ciudad con sus monumentos dispersos, pero con buena voluntad se podría
llegar a casi todos ellos andando, si bien la recompensa no siempre se
encontraría en el paseo, que podría ser anodino, pero al final estaría
esperando. Sus monumentos son bonitos e impresionantes, por lo que además
sorprende. Es de las que te deja buen sabor con el paso del tiempo, y en la que hay que entrar a sus bazares, no ya para comprar, sino para entender la vida de ayer.
Samarcanda,
la mítica, tiene en contra su gran extensión, por lo que
recorrerla a pie puede resultar agotador, aunque su centro histórico con los
monumentos más importantes está concentrado en la zona de la plaza del
Registan, y esto es más asequible. Es la ciudad con los monumentos más
espectaculares, donde el lujo rezuma por todos ellos, con sus mosaicos,
cerámicas, pan de oro, cúpulas… pero para nosotros ha sido la más impersonal,
quizás su pasado y presente ruso la hace más fría y distante, pero lo que es innegable es que hay que ir y admirarla.
Con toda seguridad no
harían falta tantas noches como nosotros hemos pasado en cada ciudad para
recorrerlas y conocer sus monumentos más emblemáticos, e incluso algunos menos
conocidos, pero es que cuando el calor y el sol aprietan son un enemigo a tener
en cuenta, y las tardes empezarían con el atardecer, por lo que los monumentos
estarían cerrados. Si es verano, recomiendo el descanso y las duchas
refrescantes y tonificantes; en otra estación del año, seguramente es posible
caminar a una marcha más alegre y abarcar más terreno en menor tiempo.
El mayor problema es
el idioma, ya por regla general no se habla inglés, algunos jóvenes se pueden
encontrar que lo chapurreen (como nosotros), y en hoteles y restaurantes cuyos trabajadores se hayan curtido en
el turismo y hayan tenido interés, pero las señas serán el medio general.
Nuestra ventaja ha sido ir con un guía que nos ha abierto el camino, aunque
también es cierto que con esta facilidad se pierde parte del encanto, ya que no
se trata de manera directa con la gente, y lo que se pierde humanamente se gana
en tiempo.
Páginas interesantes
para informarse de un viaje a Uzbekistán:
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