Comida
y cena de despedida
Con el estómago
rugiente tras nuestra visita por el National Food, rugido provocado por el olor y el vapor de sus calderos hirvientes, nos vamos al lugar donde
realizaremos nuestra última comida en Tashkent, lugar que ya le había pedido ir
a Oyott, situado junto a la TV Tower, la torre de comunicaciones de la ciudad,
de 375 m de altura, con un diseño muy soviético y muy de cohete espacial. Se
puede subir a su mirador, situado a 100 m de altura, y diez metros más arriba
hay un restaurante giratorio; no hicimos nada de ello, aunque nos hubiera
gustado, pero tampoco era una prioridad porque hubiéramos podido pedirle a Oyott una parada rápida para al menos subir al mirador, nos conformamos con ver la torre desde
el coche y a pie de restaurante, aunque es una visión recortada.
Junto a la torre se
encuentra el Central Asian Plov Centre, y con este nombre ya podéis imaginar qué es lo que se
come aquí, el típico plov, comida con la que deberíamos cerrar (a falta de la cena) nuestro periplo
gastronómico por el país (cuya primera degustación favorable la realizamos en Rishtan, y la segunda en una tienda textil en Bukhara, que nos resultó más sabroso que el primero). Primero hay que elegir el
cocinero.
Para ayudar en este elección se miran (algunos miran con excesivo detalle) los grandes
calderos en los que se cocina el plov.
Al ir con Oyott no
vimos muy bien el proceso de elaboración y de elección, pero el plato de plov no va contigo, se entra en un
gran salón de dos niveles lleno de mesas y comensales, y eso que la hora ya es
tardía y alguno de los calderos de plov ya estaban vacíos. El salón tenía
aspecto de salón de boda anticuado y pasado de moda, pero esta es la sensación
en muchos restaurantes de Asia en general.
Se eligen los platos
de acompañamiento, si se quiere por supuesto, el pan, la bebida y hasta el postre.
Lo normal podría ser un plato de plov
para dos personas, que con eso si coméis de forma normal tendréis más que
suficiente, porque nosotros no fuimos capaces de terminarlo, al contrario que
nuestro guía y nuestro chófer, que no dejaron ni un solo grano de arroz en su
plato.
Con la comida, las visitas
se han terminado, nos acercan al hotel, tenemos un vuelo nocturno, con lo que
hemos pagado por permanecer en la habitación, no queríamos quedarnos en tierra de nadie ni vagar durante horas por la ciudad o entre restaurantes, cafeterías o
parques, además algo de descanse y una ducha sería lo mejor antes de emprender el peregrinaje
aéreo.
Nuestra intención
inicial era pasar parte de la tarde disfrutando de la piscina del hotel, pero
con la rotura de la maleta los planes han cambiado, tenemos que volver a
desempacar todo y empacar todo, y sobre todo ¡que entre!, que ya habíamos
sufrido para colocarlo todo bien. Por lo que nos quedamos sin piscina y
descansamos, con corta siesta incluida, antes de volver a encontrarnos con
Oyott para la última cena en Uzbekistán.
Cuando salimos al
encuentro con nuestro guía y nuestro chófer, nos acercamos a la cercana plaza de la Ópera y el Ballet, ya que se está celebrando un evento musical, en el que una
cantante está ejerciendo su labor, y los tiene a los dos obnubilados (no por su cantar, pero es que era muy guapa).
Tras el ratito de
despiste nos llevan al restaurante Sher Dor, con el nombre de la madraza Sher Dor de
Samarcanda, que tiene una decoración árabe, con mucho color rojo, y sobre todo con
los techos de madera decorados que hemos visto en los iwán de las mezquitas. A
pesar del tipismo decorativo, resulta un lugar agradable, y parece de nivel alto.
El local está
estructurado en varias salas, para grupos es lo mejor, y creo que hasta realizan espectáculos de danza
para distraer a los comensales.
Unos aperitivos para
empezar, con esas bolitas, que ahora son cuadrados, de queso tan salado, que no me gustan nada, unos hojaldres a modo de nachos, hojaldres fritos sin relleno y pan.
La omnipresente
ensalada de verduras, con mucha berenjena, ¡tenía que despedirse de nosotros!... con lo que me
gustaba a mí este vegetal, y casi he tenido pavor a su aparición en la mesa.
El pan, que Oyott
siempre se ha encargado de trocear y casi de repartir; a este alimento sí que
le echo de menos, en contadas ocasiones nos ha defraudado.
Una empanadilla de
fino hojaldre rellena de requesón, que hasta fui capaz de comer a pesar de este
elemento rellenador. El hojaldre parece que lo dominan en este restaurante.
El plato principal es
una sorpresa, una gratificante sorpresa, una pechuga de pollo a la plancha sobre una cama de verduras.
Agradecimos, nosotros y nuestros estómagos, este planto casi diétetico y
depurativo, eso sí, acompañado de más verduras.
Al finalizar la cena,
Oyott nos entrega un regalo de la agencia uzbeka que se ha encargado de nuestro
tour: una bolsa de tela tipo neceser con postales, un certificado por haber
realizado la Ruta de La Seda -en el que Oyott escribe nuestros nombres-, y un imán. Un detalle simpático que agradecimos enormemente.
Y de nuevo vuelta al
hotel, donde esperamos la hora de recogida para ir al aeropuerto, nos preparamos para el viaje, y terminamos de empacar lo poco que queda. Llegada la hora bajamos a hacer el check-out.
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