La visita al Restaurante Vinoteca Garcia de la Navarra comenzó frustada porque fue nuestra primera opción en lugar del Restaurante Palacio de Cibeles con ocasión de la 9ª Feria de Arte Contemporáneo, pero no fue posible porque cerraban los domingos, que fue el día elegido. Uno de los comensales de este día nos había dado el soplo, así que tomamos buena nota y con un buen motivo, ¡Felicidades Padre!, aquí estamos.
La calle Montalbán es tranquila, aunque como junto a este restaurante vinoteca hay otro lugar de tapeo y comida, este tramo está bastante concurrido, sobre todo en buenos días soleados. A la entrada del restaurante una barra donde degustar caldos y tapas, y una gran pizarra en la que encontrar las especialidades del día o las de todos los días.
Como vinoteca que es no podía faltar una decoración alusiva, de la que también tomamos nota.
Como estábamos de celebración y suponíamos que el lugar sería concurrido hicimos una reserva para no tener sorpresas.
En el vino nos dejamos aconsejar ya que al ser vinoteca tienen opciones interesantes, este día fue Abadía de San Quirce, un crianza Ribera del Duero, que nos gustó a todos mucho.
Aparte del pan tradicional, que era el ideal para mojar, había una cesta de picos que estaban de escándalo, con los que había que tener cuidado porque eran como comer pipas, empiezas y hasta que no terminas no lo dejas.
Como todos queremos probar varios platos de la carta, decidimos que todos serán para compartir, porque de otro modo sería un zafarrancho de plato arriba y abajo, así que mejor todos al medio y a ser rápidos para no perder bocado.
Comenzamos con unas exquisitas croquetas de trufa, de las que nos quedamos cortos en ración, lo dejamos en una por persona y hubiera sido mejor dos como mínimo.
Un plato de tomate con ventresca de bonito, que es un plato sencillo pero si los ingredientes no son buenos el resultado no lo puede ser tampoco, pero eran buenos tomates y buen bonito, aderezados con vinagre de Módena.
Si hubo un plato en la carta en el que hubo consenso absoluto a la primera fue con el pisto con huevo frito, ¡para chuparse los dedos!. Un pisto de verdad (y si fuera de lata que me den la marca para comprarla) que me llevó a los pistos manchegos de mi niñez (y no tan niña) como si fuera la magdalena de Proust. Si vuelvo a este restaurante, que es más que posible, creo que pediré uno para mí sola.
Parece que en las comidas últimamente no pueden faltar ellos, unos callos a la madrileña, de los que como en las anteriores ocasiones sólo pruebo la salsa, sabrosa y con picante justo (quizás un puntito más hubiera estado bien).
Entre las dos mujeres de la mesa, dimos cuenta de un rico rodaballo a la plancha.
El plato más extraño para compartir fue un contundente potaje de garbanzos, por la mesa iban y volvían las cucharas cargadas con el rico potaje.
Preferimos no pedir más platos e ir viendo las cantidades y la satisfacción de los comensales, y esta elección nos dejó satisfechos a los cinco comensales, pero como quedaba algo de hueco, hay tres golosones en la mesa, una selección de postres, por supuesto para compartir: canutillos de crema, flan de queso, tarta de manzana y coulant de chocolate. Muy ricos todos, y a pesar de ser chocoadicta los canutillos me gustaron más.
Como marca personal del blog se está estableciendo la del dedo que señala.
Bien comidos decidimos que nos tomaríamos un segundo café o lo que se terciara en otro lugar y así nos dábamos un paseo, la idea era acercarnos hasta nuestro lugar fetiche, la rotonda del Hotel Palace, pero como pasamos junto al Hotel Ritz y no lo conocíamos hubo un cambio de planes. Conseguimos sitio casi de milagro porque presentaba cupo completo.
El té o la infusión se acompañó con pastas, pero a pesar de estar ricas el estomágo no pedía más comida ni más dulce.
El gin tonic en lugar de llevar pepino o manzana llevaba unas frambuesas.
Para que se notara la celebración del día, un cocktail de champagne y rematamos la bonita, entrañable y gastronómica reunión familiar.
El restaurante resultó ser una estupenda elección para la celebración, y la relación precio-calidad es muy buena, con lo que no tendremos más remedio que volver. Respecto al Ritz, nuestro corazón sigue perteneciendo al Hotel Palace, pero puede que en alguna ocasión invernal vayamos a tomar un afternoon tea por aquello de recordar nuestras divertidas y buenas experiencias en Londres y en Dublín.
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