En una carambola de azar hemos conocido uno de esos restaurantes que estaban en cartera, Ars Vivendi, pero al que hasta el momento no habíamos encontrado la fecha oportuna, principalmente porque la ubicación fuera de Madrid capital siempre condiciona el traslado y sobre todo la bebida alcohólica a consumir (vino preferiblemente), pero ya que estábamos en la localidad de Majadahonda por ese azar que menciono, aprovechamos la ocasión, lástima que no coincidiera con el famoso mercadillo que se celebra aquí.
Durante muchos años ha sido conocido como uno de los mejores restaurantes italianos de España (que no es poca la mención), dato que es un excelente reclamo, y que por un problema de salud de su chef y propietaria, María Rosa García Manso, había pasado por una etapa de declive, pero vuelve a resurgir con fuerza en el panorama gastronómico (felicidades por esa mejoría en la salud). Su cocina se nutre de las recetas italianas y de las alemanas, ya que ella y su marido han vivido en ambos países, por lo que es una cocina italiana o transalpina creativa.
El local, muy céntrico (difícil de encontrar aparcamiento) no es muy grande ni tampoco excesivamente pequeño, está decorado con mucho gusto, coqueto, acogedor y con buenos detalles. El único pero es que quizás por ese problema de espacio y en su momento de exceso de reservas las mesas están muy juntas y presiento que la acústica en salón completo tiene que ser un punto negativo, aunque hoy no sufriremos la cercanía de otras mesas (la crisis es arrolladora para todos), y por ello encontramos mesa sin necesidad de hacer una reserva semanas antes como era lo habitual.
Nos ofrecen de aperitivo una contundente crema de verduras, y aparte de su concentrado sabor nos gusta la taza y su cuchara.
Hacemos una selección de dos platos para compartir y un segundo plato para cada uno, pero el maitre, Dinno Nani, marido de María Rosa, decide el orden de salida de la cocina y con ello nos cambia (previa consulta) la idea original. Uno de los clásicos de su carta, considerado plato estrella, al que Dinno nos aplaude la elección, es el huevo frito sobre timbal de patatas con queso ahumado y trufa aderezado con láminas de setas frescas.
Si señor, un acierto este plato, y una pena haberlo tenido que compartir porque estaba tan rico que uno se volvía egoísta. Reminiscencia en boque a ahumado y trufa, y todo un acierto las láminas de setas. Había que romper el huevo para que los ingredientes se mezclaran y el reparto fuera lo más equitativo posible.
En un principio la elección fue de unos raviolis rellenos de pesto, pero Dino nos avisó que se estaban preparando unos raviolis de carne y que si nos gustaría cambiarlos, cambio que aceptamos sin problemas, los de pesto ya tendrán su ocasión. Impresionantes estos raviolis, por la propia pasta y por el relleno, una carne guisada muy tierna y jugosa (el guiso era para pedir la receta, ya que con la pasta casera no me atreveré nunca).
De plato principal para uno de los comensales más pasta, tagliatelle en guiso de boletus con daditos de foie de pato salteados y gambas. Como yo no era el comensal del plato, sólo hice una pequeña cata del mismo, con lo que mi valoración es buena pero tampoco le puse mucho interés sobre todo por esos daditos de foie, pero el que se lo comió peleó por no dejar nada en el plato de lo rico que estaba.
Para el otro comensal, carnívora que es una, tacos de costillar de ternera marinados en soja aromatizada, su salsa, gnocchi salteados y hojitas de cebollita francesa con vinagreta de balsámico blanco. Riquísimo todo lo que estaba en este plato: el gnocchi o ñoqui era un señor gnocchi, que era como un pequeño pan para acompañar a la carne; la cebolla con tiras de calabacín con el contrapunto del balsámico, y la carne, que se deshuesaba casi sola, muy tierna y exquisita.
Casi tenemos que salir a darnos una vuelta a la manzana para tomarnos el postre, pero no podíamos dejar pasar la ocasión de probar al menos uno de ellos, y como desde que nosotros elaboramos un tiramisú en casa vamos haciendo pruebas allá por donde vamos, pues una espuma de crema de tiramisú entre crujiente de galleta de chocolate, y bizcocho ligero al amaretto con gel de café aromatizado y helado; que resulta ser un tiramisú deconstruido, al que hay que ir uniendo con la cuchara y recorriendo el plato para tener el sabor completo. Ya que íbamos a darle nota, que sea un notable.
Como había que conducir perdimos la ocasión de probar alguno de los vinos de la bodega que también tiene su fama, aparte de tener una vinoteca en el mismo Majadahonda, en la calle paralela (no era cuestión de que me bebiera yo sola la botella), solo tomamos dos copas de vino, y este detalle fue el que hizo que la cuenta no quedara desorbitada, aunque lo cierto es que la calidad es magnífica y esto tiene su precio.
Un restaurante del que hemos tomado buena nota y al que posiblemente volveremos acompañados (los buenos descubrimientos se comparten) y es que la cocina y la mesa forman parte del arte de vivir.
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