Los
reyes de la Patagonia
El sur de la
Patagonia (mirar mapa de localización) se compone de archipiélagos y una estrecha franja de tierra
continental, todo cubierto por fiordos, campos de hielo, cumbres escarpadas y
praderas azotadas por el viento. Patagonia está separada por el Estrecho de Magallanes de Tierra del Fuego, un territorio en su mayoría deshabitado que
llega hasta el mítico (y temido) Cabo de Hornos.
La Patagonia Sur está
repartida en tres cuartas partes en Argentina, y una cuarta parte en Chile,
abarcando más de un millón de km2. Las fronteras entre los países
son algo difusas y llenas de controversia, para ello están los guardias
fronterizos.
Fuente: moon.com
La Patagonia Austral
Chilena se divide en la XI Región de Aisén (por la que no pasaremos nada más que
sobrevolando) y la XII Región de Magallanes y la Antártica Chilena, con capital en
Punta Arenas, región que engloba las provincias de Magallanes, Antártica Chilena,
Tierra del Fuego y Última Esperanza. Dentro de la
totalidad de la Patagonia se incluye también la Región de los Lagos.
La vegetación de esta
región tiene que ser resistente a la escasez de agua, al frío y al viento (los humanos también deben ser resistentes). El
clima es especialmente duro, y en el mismo día se puede pasar por las cuatro
estaciones del año (cosa que no ocurrirá durante nuestra visita, tendremos invierno total).
Por esta variedad climática la Patagonia coloquialmente ha recibido el nombre
de Putagonia, “puta agonía”, porque
los cambios de clima provocan cambios de humor y de estados de ánimo (a no ser que estés de vacaciones y tu humor sea excelente a pesar de las limitaciones climáticas).
En 1977 el escritor
inglés Bruce Chatwin publicó el libro En
la Patagonia, sobre su viaje de seis meses por esta zona, fascinado desde
la niñez por una pieza de piel de oso perezoso que su abuela tenía en una
alacena de su casa inglesa, regalo de un excéntrico pariente que vivía en Punta
Arenas. Un libro que no me ha enganchado del todo y del que esperaba más (el siempre dilema de las expectativas y
los resultados). Este oso perezoso recibe el nombre de milodón y lo "conocimos" en su cueva, la cueva del Milodón.
Las cuevas han
demostrado que el sur de la Patagonia ha estado habitado por el hombre desde el
año 10.000 a.C., cuando el pueblo aonikenk llegó a la zona que hoy recibe el
nombre de Magallanes. Tanto el sur de Patagonia como Tierra del Fuego fueron
habitados por los pueblos indígenas onas o selk’nam, yámanas o yaghanes,
tehuelches o aonikenk y alacaluf o kawésqar, en la actualidad comunidades
desaparecidas (o casi).
En 1520 el navegante
portugués Fernando de Magallanes fue el primer europeo que recorrió la zona, empujado
por una tempestad a través del estrecho que ahora lleva su nombre en dirección
al océano que él bautizó con el nombre de Pacífico. Magallanes eligió el nombre de Patagonia para la zona cuando se encontró con los nativos tehuelches, a quienes llamó patagones por el gran tamaño de sus pies (contado así, mi mente me lleva a los grandes y peludos pies de los hobbits).
El Seno de Última Esperanza estaba habitado por tribus kawésqar y aonikenk, y fue recorrido en
1557 por el navegante español Juan Fernández Ladrillero en busca de una salida hacia
el Estrecho de Magallanes. Ladrillero lo bautizó con el nombre de Última
Esperanza porque así consideró el seno en el intento de localizar el estrecho (desesperado estaba el pobre).
Ladrillero vivía en
una encomienda peruana y fue enviado a Patagonia por el virrey Hurtado de
Mendoza. Tras dos años de penoso viaje, incluso tuvo que pasar un invierno
refugiado en un fiordo, volvió a Perú para contar lo vivido y lo visto, que
contó en un informe que se perdió en el Archivo de Indias, con lo que durante
largo tiempo fue un personaje olvidado en la historia, hasta que finalmente fue
sacado a la luz en el siglo XIX.
Los contactos de los
españoles con estas tierras magallánicas no fue especialmente bueno; un grupo
de trescientos conquistadores al mando de Pedro Sarmiento de Gamboa trató de
establecer un asentamiento en el Estrecho de Magallanes, pero murieron de
inanición durante el crudo invierno; tres años más tarde el pirata inglés
Thomas Cavendish halló un único superviviente, que lo logró conviviendo con los
indígenas. A partir de entonces el lugar recibió el nombre de Puerto Hambre.
Durante los siglos
siguientes muchos exploradores, cartógrafos y naturalistas llegaron a la
región, pero no encontraron razones para quedarse. Entre los naturalistas,
llegó Charles Darwin con el navío Beagle
en su viaje por el mundo hacia 1830. Los participantes pusieron sus nombres a
los accidentes geográficos que descubrieron: Fitz Roy (un monte), Skyring (un
seno, un canal del mar), Kirke (un canal)…
En 1830 el gobierno
chileno puso su interés en el lejano sur para anexionarlo, y ello provocado por la
ocupación británica de las islas Malvinas (o Falkland) en 1833. En 1843 el
presidente Manuel Bulnes reclamó las tierras en torno al Estrecho de Magallanes, Tierra del Fuego y Patagonia Meridional, para lo que envió una
partida compuesta por veintiún soldados con la misión de fundar el Fuerte
Bulnes en el estrecho, pero el emplazamiento elegido fue tan desapacible e
inhóspito que fue abandonado, y cinco años más tarde se fundó la ciudad de
Punta Arenas, situada más al norte, que poco a poco fue creciendo.
Chile finalmente tuvo
que renunciar a sus pretensiones sobre gran parte de la Patagonia, Argentina se
aprovechó de la rivalidad entre Chile y Perú por los territorios del norte en
la Guerra del Pacífico en la región de Norte Grande, para hacerse con la práctica totalidad del sur.
Los primeros años
estuvieron marcados por los ataques continuos de los indígenas, y viceversa. El
nomadismo de las tribus chocó contra los intereses de los colonizadores (con toda lógica).
Los kawésqar fueron
capturados por la armada chilena y fueron recluidos en la reducción que los
salesianos tenían en la isla Dawson, llamada entonces Misión de San Rafael, y
que tras el golpe de estado de Pinochet fue utilizada como
campo de concentración diseñado por un nazi alemán refugiado en Chile, llegando
a albergar a 400 prisioneros (Miguel Littín grabó el documental Dawson, isla 10, basado en las vivencias
de uno de sus prisioneros, Sergio Bitar).
Los asentamientos
europeos permanentes no se establecieron hasta el siglo XIX, con la llegada de
misioneros, aventureros y comerciantes de España, Gran Bretaña, Croacia y el
norte de Chile, y también llegaron inmigrantes de varias nacionalidades, como croatas, rusos e italianos, para
trabajar en las estancias de ganado ovino, cuyos propietarios hicieron grandes
fortunas a costa de las poblaciones nativas, exterminadas por los enfrentamientos
y las enfermedades desconocidas por sus cuerpos.
Muchos europeos
llegaron a la Patagonia forzados por la pobreza en Europa, otros para escapar
de las persecuciones política y religiosa (galeses y judíos), otros huyendo del
servicio militar obligatorio que les enviaba a la Primera Guerra Mundial
(desertores).
La comunidad
española, asturiana llegó a finales del siglo XIX, y durante un buen tiempo
las lecherías de Punta Arenas pertenecieron a asturianos. José Menéndez,
natural de Avilés, fue la figura más destacada, llegando a ser dueño de una
gran parte de los terrenos del sur patagónico, y a él se le atribuye en gran
medida el exterminio de la población indígena; fue apodado rey de la Patagonia.
Entre los misioneros
que llegaron a la Patagonia destaca la figura del padre salesiano Alberto María
de Agostini, que fue capaz de compaginar la fe con la ciencia y la aventura, ya
que se convirtió en el último gran explorador y el mejor documentalista de la
región, fotografiando la época en la que los colonizadores capturaron y
exterminaron a los indígenas.
Los salesianos tenían
la encomienda de educar, evangelizar y proteger a las tribus patagónicas de los
abusos cada vez más atroces que se cometían contra ellos (en toda historia hay
dos versiones, y esta es la más benigna). Hay documentos de esta comunidad
religiosa que recogen historias de gran crueldad, como la del inglés Sam Islop,
que se ufanaba de utilizar correas fabricadas con la piel de los indígenas.
Las maravillosas
fotografías del padre de Agostini descubrieron a los europeos a las tribus
indígenas con sus ropajes realizados con piel de guanaco, con sus cuerpos
pintados, montados en sus canoas, y cobijados en sus casas, tiendas hechas con
ramas y pieles (como las de los indios de América del Norte, picudas). El padre
incluso llegó a grabar una película documental, Tierra Magallánica.
Fuente: usch.cl
De Agostini también
cartografió rincones desconocidos de la Patagonia. Entre 1910 y 1929 organizó
numerosas expediciones y en 1937 completó sus experiencias con un vuelo en
avioneta. Un cura al estilo Indiana Jones o David Livingstone. Su última
excursión montañera fue cuando tenía 73 años, al frente de la expedición
italiana que en 1956 coronó los montes Sarmiento e Italia.
La zona comenzó a
desarrollarse cuando la fiebre del oro de California impulsó el comercio, ya
que los buques que navegaban desde Norteamérica navegaban por los estrechos en
sus viajes a Europa, hasta la inauguración del canal de Panamá en 1914, que lo
cambió todo. Tras la Gran Depresión de 1929 la región de Magallanes comenzó un
largo declive, y la competencia australiana, neozelandesa y canadiense desplazó
a Chile y Argentina de los mercados internacionales. Muchos administradores
británicos se marcharon a su país, incluso José Menéndez se mudó a vivir a
Buenos Aires. Actualmente, la mayoría de las fincas o estancias, fuente de riqueza antaño, hoy están
en bancarrota.
La economía dio un
giro en 1945, con el descubrimiento de petróleo y gas natural, con la llegada
de las compañías petrolíferas, Magallanes volvió a prosperar. Del norte del país
llegaron muchos obreros deseosos de ganar un buen sueldo. Al tiempo, la pesca
comenzó a aumentar, asentándose la industria pesquera alrededor de 1970. En
1987 se empezó la explotación de los mantos carboníferos cercanos a la ciudad de
Punta Arenas, que se encuentran entre los mayores del mundo.
Los yacimientos de
petróleo están casi agotados en la actualidad, pero todavía hay gas natural,
estableciendo una empresa canadiense una de las mayores plantas de metanol del
mundo en 1997.
Con esta riqueza
natural y su explotación Magallanes
creció nuevamente, aunque en los últimos años se ha estancado económicamente, y
se ha encontrado el turismo como fuente de riqueza complementaria.
Una historia curiosa
es la de Orélie Antoine de Tounens, el rey de la Patagonia, del que se ha
rodado una película argentina en 1987 con el nombre de La película del Rey.
Tounens era un
abogado de provincias que vivía en Francia, y que en 1859, influido por la
lectura de La Araucana de Ercilla y
otros libros de viajes, navegó hasta el sur de Chile. Tounens pensó que los
indígenas del poema épico eran el paradigma del concepto del “buen salvaje” de
Rousseau, y que lo elegirían como soberano de su nación.
Desembarcó en el
norte de Chile y recorrió el desierto de Atacama, entabló
correspondencia con el cacique mapuche Manil y otros jefes (no sé los cauces
para llegar hasta ellos) y animado por sus respuestas, emprendió el viaje hacia
el sur por el río Bío Bío, viajando con él un intérprete y dos franceses, a uno
de los cuales nombró Ministro de Asuntos Exteriores, y al otro Secretario de
Justicia, de su futuro reino.
Extraño fue que
cuando el cacique Manil estaba muriéndose murmuró que un extranjero blanco con
barba conduciría a su pueblo a la libertad, tal y como lo había predicho una machi. Cuando Tounens llegó, fue
recibido por el cacique Quilapan, y Tounes enseguida preparó un documento
por el que decretaba la monarquía constitucional. Los indígenas de la
Patagonia, tanto del lado chileno como del lado argentino, lo aceptaron como
rey. En 1960 se celebró una ceremonia para establecer el nuevo reino.
Tounens partió hacia
Valparaíso donde redactó una Constitución, pero ni el gobierno chileno ni por
supuesto Francia reconocieron su autoridad. Cuando regresó a La Araucanía lo
hizo con un sirviente, de nombre Rosales, y estaba dispuesto incluso a ir a la
guerra organizando un ejército indígena. La noticia de su idea corrió gracias a
los vendedores ambulantes, y las autoridades chilenas se tomaron más en serio
al francés que hasta el momento habían ninguneado o humillado.
Rosales tendió una
emboscada a su jefe, los chilenos apresaron a Tounens y fue primeramente
trasladado a una cárcel y luego a un manicomio en Santiago, donde pasó varias
enfermedades, entre ellas una disentería, tras lo cual Tounens aceptó dejar el
país, con la mediación del cónsul francés.
Tras su deportación a
Francia regresó al menos tres veces a la Patagonia para reafirmar su autoridad y su reino; en
cada una de ellas, fue detenido por la policía argentina o chilena y devuelto a
Francia. En 1874 incluso llego a acuñar monedas. En 1878 murió en el pueblo
francés de Tourtoirac, donde trabajaba alumbrando farolas.
Aquí no termina la
historia del reino de la Araucanía y la Patagonia. Como Tounens no había dejado
descendientes, su primo, un vendedor de champán francés, decidió asumir el
trono vacante con el nombre de Achille I – Aquiles- (no tengo palabras para esta sucesión). Nunca
viajó a su reino pero hizo negocios vendiendo títulos nobiliarios (timo de la
estampita versión nobiliaria). Los sucesores de Achille I mantuvieron y
mantienen una corte de exilio en París, ya que la monarquía araucana sigue
existiendo sobre el papel, y el actual rey es Phillippe Boiry,
nacido en 1927, con una rocambolesca historia (como las que nos ocupa con esta "familia real") en la
que heredó el título. Además es representante de las comunidades mapuche en el
Comité de las Naciones Unidas sobre poblaciones indígenas en América del Sur.
Si Orélie Antoine de
Tounens hubiera tenido éxito, la Araucanía sería ahora una colonia francesa...
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