Ice Age
Desde Puerto Natales
se pueden hacer varias excursiones, y hoy comenzamos el día, a las 8 de la
mañana, con una de ellas, rumbo al norte, pasando al comienzo junto al Seno de Última Esperanza.
Según vamos avanzando nuestros ojos van encontrándose las cumbres
nevadas del Parque Nacional Torres del Paine.
Hacemos la primera
parada en las proximidades del cerro Benítez para caminar por la que llaman senda de la
historia, en la que cuentan la historia de la población de la zona.
Los primeros hombres
que llegaron al Seno de Última Esperanza lo hicieron hace
alrededor de 11.000 años; avanzando desde el norte, recorriendo el territorio
en muchas direcciones y de forma discontinua, progresando a medida que
necesitaban más recursos o encontraban mejores espacios para vivir.
El cambio ambiental
que se produjo en esa época se tradujo en un aumento de la temperatura y el
avance del bosque sobre la estepa, transformando el área en un espacio con
variados recursos y alimentos. Cuando estos primeros habitantes llegaron al
extremo más austral de América, los seres humanos terminaron de ocupar todos
los continentes del mundo, excepto la Antártica (¿cuanto le quedará de existencia y de soledad al continente helado?).
Alrededor del siglo
XIII los aónikenk ya habitaban la zona. Era un pueblo cazador recolector que se
desplazaba por la Patagonia aprovechando los recursos para subsistir en este
ambiente extremo. Cazaban guanacos, ñandúes y pumas, entre otros animales,
utilizando flechas, boleadoras y perros; también recolectaban calafate (un
arbusto), zarzaparrilla y varios tipos de hongos. Decoraban sus cuerpos con
pulseras, collares, tobilleras y pendientes, además de pinturas corporales. Se cobijaban
en toldos que fabricaban cosiendo entre 30 y 50 pieles de guanaco.
Cuando los primeros
hombres llegaron a Última Esperanza había una amplia diversidad de animales de
diferentes dimensiones y aspectos. Entre ellos, algunos de gran tamaño denominados
megafauna, hoy extintos. En el ambiente de tundra de hace 11.000 años, esta
megafauna convivía con varios animales que lograron sobrevivir a los cambios
ambientales (al final de la última glaciación, hace 14.5000 años
aproximadamente, se registró un aumento de la temperatura, comenzando a
aparecer pastizales y bosquetes, aparte de producirse varias erupciones
volcánicas de gran magnitud) y que aún están presentes, como el puma, el huemul, el
guanaco, el ñandu, el zorro, el zorro colorado y la vizcacha (a la que tuvimos la suerte casi de saludar en el altiplano, de vuelta de los Géiseres del Tatio).
De los animales
extintos hay unas figuras realizadas en hierro, que no es que sean buenas
figuras pero por lo menos ofrecen la visión de cómo era su aspecto, como el
milodón, el macrauchenia, el caballo extinto y el tigre de sable (entramos de lleno en la película de Ice Age).
El caballo extinto
era robusto, de 200 kg y con patas cortas, y era una de las principales presas tanto
de animales carnívoros extintos como de los primeros cazadores humanos; sus
restos son abundantes en este sector.
Uno de los grandes
herbívoros de la región fue el macrauchenia, un mamífero de unos 900 kg de
peso, con una retracción de las fosas nasales, lo que se relaciona con una
trompa corta, y de cuello largo; hay pocas evidencias de su existencia.
El tigre dientes de
sable, smilodon, era el felino de
mayor tamaño de la Patagonia, semejante al de los tigres actuales. Tenía un
peso de 220 a 400 kg, con colmillos extremadamente largos en forma de sable
curvo, que sobresalían unos 10 cm fuera del hocico. No realizaba grandes
carreras y depredaba milodones, caballos y camélidos utilizando la táctica de
la emboscada.
El milodón era un
gran mamífero, antiguo pariente del perezoso actual, se desplazaba a cuatro
patas (hay que olvidarse de Sid, el oso perezoso de la película Ice Age, aunque es casi imposible), medía
alrededor de 2 metros de cabeza a cola, pesaba cerca de una tonelada, y estaba
cubierto de un pelaje largo y grueso. Era un herbívoro de hábitos lentos, pero
podía resultar un temible contrincante para depredadores como grandes félidos
por su tamaño, poderosas garras y pequeños huesecillos que tenía incrustados en
la piel, vestigios de una antigua coraza protectora como la de los armadillos.
Es el animal extinto más presente en los sitios excavados en esta área, que la
habitó hace unos 10.000 años.
En 1895 el colono
terrateniente de origen alemán Hermann Eberhard encontró un extraño pedazo de
piel de 1,2 m de longitud en el suelo de una cueva, situada en el terreno de su
estancia. Al año siguiente fueron hallados un fragmento de un enorme cráneo de
mamífero, una garra y un fémur humano de gran tamaño. Nos dirigimos a la cueva,
conocida como la cueva del Milodón.
Para evitar
aglomeraciones en el ir y venir de los paseantes y turistas hay un camino de entrada y otro de salida, aunque hoy
precisamente no somos tantos los visitantes como para provocar un caos circulatorio humano.
La formación de la
cueva comenzó alrededor de hace 18.000 años, con el avance y retroceso de los
glaciares, que erosionaron las laderas del cerro Benítez, dejando las primeras
marcas de la cueva. Hace 14.500 años, el hielo retrocedió hacia el océano
Pacífico, formando un lago proglacial que rodeó el cerro, transformándolo en
una isla. Las olas del lago
erosionaron las capas más blandas del cerro, compuestas por lutitas y
areniscas, formando una cavidad, de forma que quedaron las paredes y el techo
de la cueva, que estaban compuestas por conglomerado, una roca más resistente a
la erosión.
Por los restos de
animales encontrados en la zona se sabe que hace alrededor de 13.500 años el
lago bajo su nivel, conectando la cueva con el continente, permitiendo el
acceso de la megafauna.
El arqueólogo sueco
Otto Nordenskjold, el primer científico que exploró la cueva, encontró tres
estratos: uno superior, con vestigios de asentamientos humanos; otro
intermedio, con huesos de animales ya extintos; y uno inferior, con restos de
milodones. Nordenskjold envió parte de sus descubrimientos a la Universidad de
Upsala, atrayendo la atención del conservador del Museo de Historia Natural de Buenos Aires, de apellido Listai, que al poco tiempo anunció en Argentina que la piel pertenecía a un
Milodon Listai, el gigantesco oso perezoso prehistórico,
endémico de Latinoamérica (al que "generosamente" bautizó con su nombre).
Desde entonces las
distintas cuevas, aleros y rocas del cerro Benítez han sido objeto de diversos
estudios geológicos, arqueológicos y paleontológicos, encontrándose importantes
descubrimientos sobre el origen de la Patagonia y de quienes la habitaron hace
miles de años. En el curso del siglo XIX ya se habían descubierto más huesos de
milodones, que Listai aseguraba que el trozo de piel estaba tan fresco que
posiblemente había muerto hacía poco tiempo, y que tendría que existir alguno
vivo (¿conservador del Museo de Historia Natural?, pues se lo tendría que haber
mirado mejor).
Cuando Nordenskjold
exploró la cueva iba con él un alemán, un buscador de oro, que inamitó la cueva para
ver si había algo más, y como no encontró oro se llevó varios metros de piel para
venderlos. Uno de estos trozos fue a parar, como regalo de boda (curioso,
extraño y atípico regalo de este evento), a casa de los abuelos del escritor
Bruce Chatwin, autor de En la Patagonia,
libro que que comienza así: “En el comedor de la casa de mi abuela materna
había una vitrina con un trozo de piel en su interior, un trozo pequeño, pero
grueso y correoso, con mechones de pelo ásperos y rojizos…”.
La publicación de
Listai dando a
entender que aún existían ejemplares vivos, y relatos como los del gobernador de
Santa Cruz de Argentina, que juraba haber matado a uno en una cacería (de
imaginación dicen que también se vive), avivaron la fantasía de los
científicos, que empezaron a imaginarse un mundo de animales gigantes viviendo
entre árboles descomunales (la premonición del libro Parque
Jurásico).
En Gran Bretaña la
expectación y el interés generado fue tanto que el periódico Daily Express financió una expedición
científica con el objetivo de encontrar al milodón vivo, pero por supuesto, no
encontraron ninguno.
Lo que más me llama
la atención de la cueva es su profundidad, no sé porque no me la había
imaginado tan grande (supongo que referencias verbales de otros viajeros que no quedaron entusiasmados con la cueva habían bajado mis expectativas de todas las formas posibles). Mide 200 m de profundidad, 80 m de ancho y 30 m de alto.
En el techo hay pequeñas estalactitas, y por él sigue filtrándose agua.
De la cueva sólo se
ha descubierto y excavado una pequeña parte, por lo que se supone que en su
suelo habrá más restos de animales extintos y de humanos (aunque las leyendas
muchas veces son mejores que la propia historia). Muchos de los agujeros en el
suelo de la cueva corresponden a estas excavaciones, algunas realizadas por
arqueólogos e investigadores, otras en cambio, por saqueadores.
(Con la historia del oso perezoso y de sus buscadores se podría haber
compuesto la “Milonga del Milodón”).
Tras dar una vuelta por el interior de la cueva, al finalizar se llega a una
especie de pequeña “plaza” (si no se realiza el recorrido en el sentido sugerido se puede empezar por aquí). En la plaza nos espera una
réplica del milodón, que lo que más provoca son sonrisas (y sí, porque no decirlo incluso risas), aunque supongo que el
público infantil lo mirará con otros ojos.
Más de un adulto tiene
alma infantil porque no puede dejar la ocasión de chocar los cinco con Sid.
Alrededor del milodón
hay vitrinas en las que se exhibe partes de su cuerpo (algunos originales y
otros réplicas): un trozo de fémur, un trozo de cráneo, una garra, unos
pelillos y los pequeños huesos que tenían sobre la piel. Las pruebas del
carbono 14 determinaron que la piel tenía unos 10.000 años de antigüedad.
Hasta el año 2012 se
celebraba en la cueva un festival de cine; no dudo que el escenario y el
paisaje son únicos, pero creo que actos multitudinarios no son lo más adecuados
para preservar un lugar de estas características.
Salimos de la cueva y
los árboles nos muestran la fuerza del aire en la zona (a mí me recuerdan el
paisaje de la película Sleepy Hollow).
En el cerro Benítez y
sus alrededores hay senderos a varios miradores y a otras cuevas, así como a la
formación rocosa conocida como Silla del Diablo, pero nosotros no vamos a
ninguno de estos lugares (ya sabéis, el tiempo es oro), nos dirigimos hacia los picos nevados y los lagos
azules, vamos hacia el Parque Nacional Torres del Paine.
Tenía muchas dudas sobre
esta visita, si sería demasiado “peliculera” porque leer lo de la réplica del
animal no daba mucha confianza, pero para nosotros el paraje y la propia cueva merecen la
pena, además de aprender más sobre la vida humana y animal en estos parajes
de hace miles de años.
Situación de la cueva:
Situación de la cueva:
No puedo terminar esta entrada sin el tráiler de una de las películas de la serie de Ice Age, que es de la segunda porque en el de la primera, genuino y fantástico, no salen algunos de los animales mencionados aquí.
Desde el fin del mundo o casi, que todavía os queda daros una vueltecita por la Antártida.
ResponderEliminarBonito hotel a pesar de su aspecto exterior.
Tanto lio con el milodon y A.S. a las primeras de cambio, ha fotografiado una milodona
No estaría mal lo de la Antártida, sobre todo antes que nos la carguemos por bien de la "civilización y el progreso" aunque los viajecitos salen por un pastón.
ResponderEliminarA.S. y la milodona te damos las gracias.