Un
laaaaaaaargo viaje
Esta mañana no
madrugamos como la de ayer por lo que nos conformamos con ver el
amanecer desde las ventanas de la habitación y no junto al lago Llanquihue, aunque los volcanes Osorno y Calbuco siguen escondidos, no como el día que nos dieron la bienvenida.
A las 9.15 de la
mañana nos recogen en el hotel, en esta ocasión no viene Apolo, tiene el día
libre, y nos recoge un compañero para trasladarnos al aeropuerto El Tepual de
Puerto Montt, y tras nuestros paseos por Puerto Varas, Puerto Octay y Frutillar, entendemos el uso de la madera en su
construcción. Es el aeropuerto que más nos ha gustado, supongo que también
porque se nota su reciente renovación.
Hoy volamos con Sky
Airline, la segunda compañía del país, porque no encontramos ningún vuelo
disponible y a una hora adecuada con LAN. Volamos en un Airbus 319 hacia el sur
del país, a Punta Arenas –lo más al sur del país que visitaremos-, a 1.307 km,
con una duración estimada de 2 h 10 m.
En el precio del
billete está incluida la comida -detalle sorprendente porque en los vuelos nacionales de nuestra compañía patria ya sólo dan los buenos días/tardes/noches-: patatas con mayonesa
y lomo apanado (empanado), de postre, macedonia y un bizcocho de chocolate (no
el brownie de LAN, al que ya tenemos algo de manía a pesar de estar realmente rico).
Nuestros asientos
están en el lado derecho del avión, con lo que la cordillera de los Andes queda
a nuestra izquierda y no la podemos ver, pero vamos viendo las cumbres nevadas
del sur de Chile junto al océano (no me atrevo a decir que sean parte del llamado
Campo de Hielo del Sur).
Parece que estemos
volando sobre un planeta helado (más quisiera yo que fuera la Antártida).
Nos acercamos a Punta Arenas y sobrevolamos el estrecho de Magallanes.
Aterrizamos a la hora
prevista (incluso con adelanto de unos pocos minutos) en el Aeropuerto
Presidente Carlos Ibáñez de Punta Arenas.
A la salida del
aeropuerto nos espera el simpático y dicharachero Obdulio, un magallánico que
en sus últimos años de trabajo se dedica al turismo. Lo primero que notamos al
salir al exterior es el fuerte viento que sopla, no es aire, no es viento, es
un desagradable vendaval. Atravesamos Punta Arenas por la avenida Manuel Bulnes y vamos
tomando nota que los lugares visitables no se encuentran tan cerca como parecía
sobre el mapa (no es que creyera que estaban cerca pero sí a un paseo
agradable), y más con este viento. La segunda fotografía corresponde al
Monumento al Inmigrante Croata.
Obdulio nos lleva a
la terminal de Buses Fernández, porque nuestro viaja continúa, pero no podía
ser ni en avión directo ni con conexión, tenía que ser en autobús.
La terminal tiene el aspecto de terminal antigua, tanto en su exterior como en su interior, de los años
cuarenta o cincuenta en España. Nos recogen las maletas, que las dejan en un
pequeño recinto al alcance de cualquiera (y es que en este bendito país nuestro
parece que la honestidad ha pasado a otra vida, con lo que no estamos
acostumbrados a estos actos, o que en este bendito país chileno y en estas latitudes todavía hay buena gente y gente inocente).
En un principio
decidimos salir a dar una vuelta por la ciudad, pero tras pasear por la primera
manzana contra el viento, lo que nos hace luchar en cada paso, o a favor de él, que nos empuja ayudándonos a
caminar o a tropezar, yo decido volver a la estación y esperar a que salga el
autobús, no será algo más de media hora y lo prefiero a caerme o
agarrarme un constipado innecesario. Mi marido, valiente él, decide salir para
buscar una tienda donde comprar bebida y algo de comida para pasar el viaje que
tenemos por delante.
Lo más bonito de la
terminal es el autobús de los comienzos de la empresa que hay en su interior.
A las 14.30
emprendemos el viaje desde Punta Arenas a Puerto Natales, 250 km por delante.
Y lo hacemos viajando
por la pampa patagónica, en la que abundan el coirón, especie vegetal que conocimos y vimos en Atacama, y las estancias ganaderas con
sus ovejas o en ocasiones vacas (siento las fotos pero el fotógrafo oficial estaba en huelga de
brazos caídos).
Al cabo de una hora
de viaje aproximadamente empieza a aparecer la nieve en el paisaje, al tiempo
que las animitas, pequeños altares como homenaje a las víctimas en la
carretera, como las que vimos durante el trayecto de Calama a San Pedro de Atacama y viceversa. En algunos tramos del camino, en esta pampa fría y ventosa, aparece la nieve cubriendo parte del paisaje.
Espero que a la
vuelta, de Puerto Natales a Punta Arenas haya mejores fotos, porque además el paisaje del viaje se lo merece, y de alguna manera fuímos afortunados en este viaje de vuelta.
Tras tres horas de
viaje (que no se hicieron ni largas ni incómodas) llegamos a Puerto Natales.
La alternativa a la suma de avión y carretera para llegar se
encuentra en el ferry, que desde Puerto Montt zarpa dirección a Puerto Natales,
pasando por el archipiélago de Chiloé y haciendo escala en glaciares, pero para este
presumiblemente interesante viaje se necesitan cuatro días, de los que no disponemos, y no siempre es una
travesía grata de realizar, tanto por el mal estado del mar como del clima o
incluso por los pasajeros vacunos que suelen ir en el ferry.
El transfer nos
espera en la estación de autobuses para trasladarnos al hotel. De nuevo el
viento es la compañía en la ciudad, y cuando bajamos las maletas del coche,
como la calle está en cuesta y llevan ruedas, casi salen rodando solas. Esto
cambia nuestros planes completamente, porque pensábamos salir a caminar, ya que
todavía es de día y habíamos visto animación en las calles del centro de Puerto Natales, pero de esta forma se nos quitan las ganas, seríamos empujados a donde
quiera el viento y moverse sería un esfuerzo hasta contraproducente para nuestra salud e incluso integridad física (había que sentir la fuerza del viento allí para entenderme).
A pesar de que
esperamos con optimismo que el viento amainase, no lo hizo, además comenzó a llover un
aguacero tremendo, con lo que finalmente ni paseo ni nada, un recorrido por las
instalaciones del hotel y a cenar en él.
Para esta primera
noche elegimos la mesa debajo de las escaleras del restaurante, que está
dividido en dos pisos, el superior es más tipo un bar lounge, donde tomar cafés,
copas, tener partidos de juegos, conversaciones, pero también se puede cenar en él.
Para beber pedimos
vino de uva carménère, Las Mulas de Bodegas Torres, del Valle Central, que no
nos disgusta, pero que no nos emociona tanto como lo hizo el de la Bodega Santa Rita
en Puerto Varas, para nuestro paladar el mejor de esta clase de uva que probamos en el país. La curiosidad del
nombre del vino radica en que está dedicado a Rufina, una mula que en el viñedo San Luis de
Alico ha contribuido, junto a otras mulas, a fertilizar el suelo, además de ser
depredadores de insectos dañinos para la vid.
Para él, un entrecot
o lomo de ternera con salsa a la pimienta (eso me parece por la foto, pero no
lo recuerdo aunque creo que no era queso casi con 99% de seguridad), sobre una cama de puré de choclo (maíz).
Para ella, salmón con
verduras salteadas, y de nuevo no recuerdo la salsa que lo acompañaba (parece que no estaba allí esa noche), aunque parece una salsa de tomate.
Para ellos, a compartir, un flan.
Por las críticas que
había leído en internet me esperaba más del restaurante, que me decepcionó
desde la entrega de la carta, algo confusa y no muy acorde su diseño con el
glamour del hotel, rematando con no disponer de todos los platos,
principalmente de la famosa centolla del sur, y es que estamos en temporada
baja, el hotel se nota que no está en plena ocupación, y en todo se tiene que
notar. Le podría dar otra oportunidad porque el hotel en general se merece una
segunda visita.
No hay comentarios:
Publicar un comentario