¡Por Todos los Santos!
Tras nuestra visita a
los saltos del río Petrohue la siguiente parada es en el embarcadero de la
pequeña localidad de Petrohue.
Donde tomamos una embarcación que surca las aguas del tranquilo lago de Todos los Santos (mirar mapa de localización).
El lago es de origen
glaciar y recibe su nombre al ser descubierto el 1 de noviembre de 1670 por el
misionero jesuita Nicolás Mascardi cuando iba en busca de la Ciudad de los Césares, la ciudad de
Eldorado en la región Austral, que nació de la imaginación por supervivencia de
los expedicionarios que volvían fracasados y arruinados de sus aventuras, para
intentar eludir las deudas, las acusaciones de sabotaje e incluso la cárcel.
El primero en
intentar la aventura de la Ciudad de los Césares fue Juan Díaz de Solís, al que
le siguió Sebastián Caboto y posteriormente, Francisco César, del que recibe su
nombre, que escribió un detallado informe sobre la misteriosa ciudad llena de
tesoros y minas.
Juan Caboto llegó a
elaborar mapas y cartas de navegación que vendía y en el siglo XVII su
ubicación era ya muy detallada, “a 160
leguas de Mendoza, 190 de San Juan y 286 de Buenos Aires, en las laderas de los
Andes, equidistante de Magallanes y de la provincia de Cuyo”. Con estos
detalles, la Corte de Madrid en 1642 ordenó al gobernador del Río de la Plata
que cobrase impuestos a los habitantes de la ciudad, pero aunque la buscó, no
la encontró (tiene "guasa" la historia de los impuestos).
Tras varias
expediciones, en 1670 el padre Mascardi, guiado por una princesa pehuenche que
estaba prisionera, llegó hasta el lago Nahuel Huapi, en Argentina, pasando por
el lago de Todos los Santos, y luego llegó hasta el océano Atlántico hasta en
cuatro ocasiones.
Después del padre
Mascardi, asesinado por los indígenas en su último viaje, otros misioneros
emprendieron la búsqueda de la ciudad, al tiempo que evangelizaban a los
pueblos que se encontraban. Los nativos le contaron al padre Francisco Menéndez
una ruta para llegar a la Ciudad de los Césares, partiendo en su búsqueda en
1794. El padre notó que las mujeres que había encontrado en viajes anteriores
llevan mejores abalorios que los que él les había entregado, y ellas le
explicaron que se las traían de Buenos Aires; de este modo se descubrió que la
Ciudad de los Césares sólo había existido en la imaginación.
El barco zarpa de
Petrohué con un perfecto paisaje montañoso y nevado.
Desde el lago se
tiene una hermosa visión del volcán Osorno. Una erupción de este volcán fue la que cortó la comunicación entre este lago y el de Llanquihue.
El lago tiene fama de
ser el más bonito de Chile, pero creo que este calificativo se lo disputarían
muchos de los lagos que hay en la zona centro-sur del país, que no son pocos.
Por el color de sus aguas también recibe el nombre de Esmeralda.
En las laderas de las
montañas que rodean el lago vemos casas, que nos parece asombroso vivir tan
aislado, dependiendo de una embarcación para poder entrar y salir -no parecen solo casas destinadas al turismo y a la pesca-., ya que no hay carreteras ni caminos que llegan a ellas.
En las
riberas del lago se establecieron muy pocos colonos con el plan de Pérez Rosales.
En 1903 el lago fue
redescubierto por el alemán Roth, un empresario argentino que comenzó a
realizar una excursión llamada Cruce de Lagos, ya que como he contado con la historia de la Ciudad de los Césares este lago chileno comunica
con el lago argentino Nahuel Huapi (mirar mapa de ruta y localización).
El barco navega muy
despacio, afortunadamente luce un sol espléndido, pero ninguno de estos factores quita el frío que hace al pasar la mayor parte del tiempo
en las cubiertas exteriores para disfrutar del paisaje, el aire que da en la
cara es helador.
Por este frío
que pasamos durante la travesía entramos a la cafetería para estar más calientes, que nuestros cuerpos dejen de estar en punto de congelación, cosa que yo hago con una leche con
cacao y unas galletas de chocolate; pero desde dentro se tienen las mismas
vistas que desde fuera, eso sí, algo distorsionadas por el cristal y los
salpicones del agua.
El barco no va
completo de capacidad, se nota que es invierno y que el turismo no acude con la
misma afluencia que en verano, por lo que la mayoría de asientos se encuentra
vacío, y no solo porque la mayor parte de los pasajeros lógicamente estemos en el exterior
disfrutando del paisaje. A pesar de este aforo incompleto hubo un momento de lleno completo en la
cafetería, parece que los humanos acudimos en manada a los mismos sitios: al exterior, al interior.
Pasamos por el volcán Puntiagudo (2.493 m), cuya forma
se debe a la resistencia a la erosión de la roca volcánica de la que está
compuesto.
Pero no perdemos de
vista al volcán Osorno.
Continuamos el viaje
plácidamente, entrando y saliendo de la embarcación, enfriando y calentando -lo mejor para pillar un buen constipado o gripazo-, a veces colocándonos a
popa, en otras a proa.
Durante el viaje
ocurre un hecho, en realidad ocurre en dos ocasiones, en las que una pequeña
barca se acerca al barco donde navegamos para recoger pasajeros, se trata de niños que vuelven
de la escuela, y el único modo de llegar y volver es este. Bravo por los padres
que velan por la educación de los hijos, y bravo por los hijos que aguantan
este trajín diario (suponemos lo del colegio por llevar lo que nos parece un uniforme y mochilas).
El deshielo en las montañas está
comenzando y con él la aparición de cascadas en las laderas.
Allí creíamos que
estábamos fotografiando al volcán Tronador (3.491 m) pero al contrastar la
información no parece ser este -no cuadra con la forma del volcán-, no miramos donde debíamos. Este volcán marca la
frontera con Argentina.
Al que sí parece que
la cámara -y nuestros ojos- capturó fue al Cerro
Techado, más bien la cima o techo que se veía.
Tras dos horas de
navegación tranquila con paisajes perfectos llegamos a destino, Peulla (mirar mapa de localización).
Durante el viaje el guía ha realizado una labor de información de las actividades que podremos hacer en Peulla, y es el momento de apuntarse y pagar la elegida, que en nuestro caso será una pequeña aventura de canopy o tirolina.
El viaje de vuelta por el lago ya no fue bajo este sol espléndido, las nubes nos arroparon durante todo el camino, pareciendo que el cielo iba a descargar de repente los dos días de tregua que nos había dado en la tierra de la lluvia.
No hay comentarios:
Publicar un comentario