Por el oeste del lago
El día anterior,
mientras desayunábamos desde las ventanas veíamos un maravilloso amanecer,
rosáceo y blanquecino, despejando las nubes y asomando un sol espléndido, con
lo que esta mañana madrugamos un poco, ya que Apolo nos recogerá a las 10.30 y no tendríamos porque hacerlo,
para bajar al lago Llanquihue para contemplar el amanecer desde su orilla.
De los volcanes Osorno y Calbuco no hay ni rastro, parece mentira que estuvieran allí
ayer y antes de ayer, ¿alguien los pone y los quita?
Poco a poco la luz
del día ilumina la ciudad y el lago.
No estamos
disfrutando del amanecer que ayer veíamos desde las ventanas del hotel, no está
lleno de bonitos colores, pero aún así, ha merecido la pena el intentarlo, el
agua siempre ofrece bellas visiones y sensaciones de paz.
Con el alba volvemos
hacia el hotel para preparanos e irnos de excursión todo el día.
Un poco antes de la hora concertada con Apolo, 10.30, él llega al hotel y nosotros ya estamos preparados, comenzamos el viaje bordeando el lago Llanquihue por su lado
oeste, llegando a la pequeña localidad de Llanquihue (mirar mapa de localización),
en la que hay bastante actividad industrial en sus afueras, como la de la industria cárnica Modinguer,
famosa por sus salchichas, aunque a Apolo le gustan más de otra marca cuyo
nombre no recuerdo -y este es uno de esos datos prácticas a memorizar-.
Llanquihue tuvo una
época de esplendor económico con industrias de azúcar, pero durante la dictadura de Pinochet se vendieron estas empresas estatales a empresas privadas que
se llevaron la producción a Santiago aunque el producto base era de la zona.
También hay una
fábrica de agar-agar, una gelatina de algas, alga que es parecida al pelo del maíz
por lo que también recibe el nombre de pelillos. El agar-agar se ha hecho
famoso por el boom de la nueva cocina, ya que es un producto que utilizan bastante al ser
más rápido y eficaz su acción que la típica gelatina de cola de pescado (yo todavía no la he utilizado aunque estoy segura que lo he probado sin saberlo, pero me ha picado la curiosidad).
En Llanquihue se
celebra la Bierfest o Fiesta de la Cerveza, una réplica de la famosa fiesta de
Münich, y es que el pasado alemán de la zona sigue flotando en el ambiente, en
los apellidos, en la gastronomía.
Nos llaman la atención
las vías ferroviarias, es la primera vez que la vemos durante el viaje, y es
que el tren no es el medio de transporte más utilizado, e incluso en algunas áreas
del país se ha suprimido completamente, como el tramo de Santiago a Puerto
Montt, trayecto que sólo se ofreció durante ocho meses, con una inversión en
trenes comprados a Renfe, de los que nadie sabe nada (hasta en los despilfarros fuera de nuestro país estamos implicados).
El lago Llanquihue ofrece sus bucólicas, románticas y
preciosas imágenes.
Hacia atrás dejamos
el pueblo de Llanquihue, donde sobresale el pequeño campanario de la iglesia.
Por la carretera
vemos casas coloniales con marcado carácter alemán, algunas en mejor estado de
conservación que otras, unas parecen sacadas del decorado de la serie Los Monster, y otras de una maqueta o de una tarta de las que se están de moda ahora.
El lago sigue
ofreciéndonos preciosas imágenes, la calma se adueña del momento y del lugar.
El paisaje, aparte
del lago, es de una granja tras otra, de diferentes tamaños, algunas de
extensión más grande, y otras nos parecen de tipo muy familiar. Por supuesto, la
ganadería es una de sus actividades.
En el lago también
hay instalaciones, supongo que piscifactorías, y supongo que de esos salmones que le hacen bien a la balanza positiva de la economía y un mal excesivo al medioambiente.
Llegamos a Frutillar,
cuya visita de momento nos queda pendiente.
En Frutillar, Apolo hace una parada para realizar una consulta sobre el horario de una de las visitas que tenemos
concertadas, al Museo Histórico Colonial Alemán y una vez realizada continuamos el viaje, ya que hemos ampliado la
excursión contratada, sabiendo que hay tiempo para hacer una pequeña extensión.
La siguiente parada la hacemos en
un mirador sobre el lago y sobre el
pueblo de Puerto Octay. A pesar de la claridad del día, las nubes tapan el
horizonte y los volcanes, lo que terminaría de completar una imagen
pluscuamperfecta.
Se ve la península del Centinela.
Las vacas pastan con
unas vistas increíbles, y no sólo de ancho verde, aunque ellas al azul no le harán ni caso.
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