Guten
Appetit!
Después de nuestro paseo por la costanera, es hora de reunirnos con Apolo, que nos espera en
el restaurante Guten Appetit, que no es que sea precisamente una sorpresa un restaurante alemán en
una ciudad fundada por colonos alemanes, aunque también tienen cocina chilena.
En la terraza hay
unas cuantas mesas, pero el día no está a pesar de ser soleado para disfrutar
de la comida al exterior. El interior no tendrá más de diez-doce mesas, y está
decorado por botellas y latas de cervezas (no sé si todas alemanas, mis ojos y sus lentillas no
me dan para leer desde tan lejos y no utilicé el zoom de la cámara para
comprobarlo). Apolo nos ha reservado una mesa con vistas a la costanera y de
refilón al lago Llanquihue; nosotros le ofrecimos que comiera con nosotros,
pero él declinó la oferta (ya sabemos que la comida de los guías está incluida
en las excursiones, nos llevan a un restaurante y allí tienen la comida pagada,
como la comisión establecida por los turistas aportados) y luego esperó
pacientemente a que nosotros terminaremos nuestra comida.
Para beber nos
volvimos a decantar por una cerveza chilena que ya sabemos que nos gusta, cuyo
origen y nombre es alemán, Kunstmann Torobayo.
Un rico pan caliente
para los aperitivos, mantequilla y no recuerdo la salsa, porque pebre no era, y
si lo era me fallan tanto la memoria y la vista (¡Ay Maca, los años!), como el paladar.
Para entonar el
cuerpo, y no hemos pasado frío durante el día pero tampoco calor, un rico
consomé o caldo, que estaba menos graso y por lo tanto más rico para nosotros
que el del día anterior en Peulla.
Para él, un estupendo
pernil asado acompañado de puré de patatas.
Para ella, una
escalopa Gutten; un escalope de ternera con una tira gruesa de panceta sobre
él, acompañado de espárragos verdes y puré de patatas. Rico, grande y contundente.
Para él, porque a
ella no le quedaba ningún hueco en el estómago ni en el esófago creo, un strudel
de manzana, aunque el pastel de la zona con más fama es el kuchen de manzana,
que nos quedamos sin probar, y que creo que la diferencia es que el primero
lleva hojaldre y el segundo es con bizcocho. A mí las manzanas, en sidra
asturiana.
Tras la comida le
preguntamos a Apolo si sería posible acercarnos a un último lugar, a lo que
asiente, nos acerca con el coche un poco y él nos esperará. Continuamos el paseo por la costanera del lago Llanquihue que sigue teniendo referencias musicales, como este
piano que es utilizado por los niños para jugar; arte lúdico que se diría.
También hay un
recuerdo para el cuerpo de bomberos, recordemos que se trata de un cuerpo de voluntarios, lo que lo hace más valioso y solidario.
Llegamos hasta el Teatro del lago, situado junto a la
orilla del lago Llanquihue, al que hemos visto durante nuestro paseo por la
costanera y desde el muelle romántico y de postal.
En el teatro se
celebra la Semana Musical de Frutillar a finales de enero y principios de
febrero, con interpretaciones de música clásica, ópera, jazz.
El teatro está construido en el solar del antiguo Hotel Frutillar, destruido por un
incendio en 1996, iniciándose su construcción en 1998 con financiación privada,
con el diseño de los arquitectos Gerardo Köster y Gustavo Green. Tras varios
retrasos se inauguró el 6 de noviembre de 2010.
El edificio nos
gusta, por su forma y su colorido; la forma se asemeja a la de los galpones
(como el del molino de agua del Museo Histórico Colonial Alemán), en
versión moderna, y está revestido con listones de tejuelas, como las casas de
los colonos (supongo que no es madera de alerce sino de algún otro tipo de madera o incluso de algún tipo de material
sintético), queriendo mostrar los diferente colores el desgaste del paso del tiempo (aunque a mis
ojos me parecen teclas grandes de piano).
Damos un paseo
alrededor del edificio y buscamos alguna entrada, pero no hay ninguna abierta,
además en la puerta un guarda de seguridad controla el acceso. El teatro en
parte se encuentra sobre unos pilotes de cemento sobre el lago.
Hacia la izquierda del teatro tenemos la visión del bonito muelle de
madera sobre el lago, y nuestros ojos se van continuamente hacia él.
A la derecha, una
isla pequeña en el lago, muy cerca de la orilla, no sé si natural o artificial, y
tampoco conozco si tiene un fin determinado o ninguno.
Desde la terraza exterior del teatro tenemos la
visión , ahora sí la fotografía aunque lejana, de la Parroquia de la Inmaculada Concepción.
Buscamos a Apolo, ya
es hora de dar por finalizada la excursión del día, y aunque nos hubiera
gustado pasear más por Frutillar y pasar al interior de la iglesia
luterana, construida también con tablillas de madera, no lo hacemos por
respeto a Apolo, que ni se lo planteamos, él tiene una vida, una familia, tiene
que dejarnos en Puerto Varas y luego llegar hasta su casa en Puerto Montt y no puede
estar al pendiente de dos turistas que parecen no tener prisa, y eso que esta
visita no hubiera llevado más de diez minutos aproximadamente, pero en algún
momento hay que saber parar, y creímos que era éste.
Dejamos Frutillar con una amplia sonrisa, nos ha
encantado esta localidad así como la de Puerto Octay, las dos de
raíces alemanas, con la diferencia que la primera es mucho más turística y
visitada, y la segunda más tranquila y placentera.
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