La
postal
Salimos del Museo Histórico Colonial Alemán y le preguntamos a Apolo por la posibilidad
que nos lleve en coche hacia un lugar al que nos llegaríamos por nuestra cuenta, y como hay tiempo, no hay ningún
problema, con lo que volvemos a disfrutar de las construcciones de Frutillar,
aunque no siempre es posible capturarlas decentemente desde el vehículo, que parecen sacadas de un cuento o que se trata de una gigantesca casa de juguetes y que en realidad aloja un restaurante y no un cuco.
El sitio no es que
sea precisamente turístico, pero sí que es histórico, el cementerio luterano, localizado en la parte más alta de Frutillar
Bajo. Los que me leéis o me conocéis ya sabéis de nuestra pequeña debilidad por los cementerios, y allá donde haya uno interesante, allá donde intentaremos ir.
Lo que hace especial a este cementerio,
aparte de los apellidos alemanes, es la situación, con unas espléndidas vistas
al lago Llanquihue, sin lugar a dudad un descanso eterno en paz en un buen mirador.
Frente al cementerio
luterano se encuentra el cementerio católico, pero a este no entramos, y no fue
por una cuestión de fe, sino de tiempo y elección. Detrás de este cementerio hay una reserva de bosque valdiviano, con lo
que en lugar de ver tumbas se puede ver naturaleza viva.
Apolo nos deja en el
paseo que bordea el lago Llanquihue,
él se adelantará con el coche para ir haciendo una reserva en un restaurante,
cuya decisión se la hemos dejado a él con la pregunta ¿dónde llevarías a tu
mujer?, y allí nos encontraremos.
El paseo de la
costanera, avenida Philippi, está decorado con símbolos musicales, en honor a la Semana Musical
que se celebra en verano en la localidad. Es un paseo muy agradable, junto a la
playa del lago.
En la avenida se conserva un edificio histórico, la casa
Ritcher, construida en 1895 por el empresario Carlos Ritcher Schultz, que
llegó con 22 años a Puerto Montt, con las primeras cincuenta familias de
colonos. En parte de los terrenos de la parcela agrícola (chacra) y de vivienda
de la familia se construyó el Museo Histórico Alemán. La casa
fue rehabilitada en el año 2008 para albergar la Escuela de la Cultura y las
Artes.
Continuamos el paseo
por la costanera disfrutando tanto del paisaje como de la arquitectura,
sintiéndonos casi transportados a Alemania, incluso por los nombres que vamos
leyendo.
Uno de los edificios
aloja un hotel, un restaurante y una tienda de artesanías, todo en uno, muy
cuco.
En el paseo hay un
pequeño templete de hierro, con un balcón hacia el lago y al fondo ya asoma uno de los elementos más atractivos de Frutillar.
La cúpula del templete está
decorada con dibujos relacionados a la colonización, la agricultura, la
ganadería y a la música, entre otros, una historia rápida en imágenes.
Entramos en la parroquia de la Inmaculada Concepción,
católica, de la que no sé porque no hay ninguna fotografía de su exterior (supongo que elección del fotógrafo y cuestión de buenos ángulos). Se
trata de una construcción típica de tablillas de madera y su interior resulta
sencillo y muy acogedor.
A continuación una
casa de bonita arquitectura, en la que destaca el arco de madera sobre la
fachada (arco que veremos en multitud de casas en Puerto Varas, por el paseo patrimonial, aunque no
todas en tan buen estado de conservación).
El elemento estrella
de este paseo y del lago, además de ser uno de los reclamos visuales turísticos, es el coqueto muelle
sobre él, construido en madera, que hace volar nuestra imaginación al siglo
XIX, nos salen los frufrús de los vestidos, los sombreros y hasta una sombrilla
en la mano. De repente se para el tiempo.
Es una auténtica fotografía
de postal, que con un bonito amanecer o atardecer tiene que resultar
espectacular, pero no tendremos ocasión de disfrutar de ninguno de los dos.
Lo mejor que podemos
hacer es caminar sobre esta plataforma bucólica, y por primera vez echo en
falta el hacerlo en completa soledad, para disfrutar del momento, sin turistas,
sin niños correteando (un ataque de egoísmo puro y duro).
El cielo azulado no podía ser
mejor marco para el lago y el muelle, aunque en la fotografía falta el volcán Osorno, que se quedó escondido entre las nubes durante todo el día. El volcán nos la ha jugado tal y como lo hizo el monte Fuji. Por lo menos tenemos la postal del volcán en el lago Llanquihue desde Puerto Varas y desde el lago Todos los Santos, dos de tres no es mal resultado.
Sólo faltarían unos
bancos en este muelle, aunque si los pusieran creo que sería imposible despegar
a la gente de ellos, porque es uno de esos lugares con carácter propio, con una
gran atracción, en los que piensas que te puedes llevar un libro y enfrascarte
con su lectura al tiempo que disfrutas de las vistas, del momento… acto que
sería imposible por el tráfico turista pero soñar es gratis.
En verano la playa
del lago Llanquihue estará llena de bañistas, ahora como mucho hay alguna
gaviota, pero tampoco vemos demasiadas.
Salimos del
encantador muelle, mirándole desde el otro lado, que por supuesto da lo mismo
que se le mira de frente o de perfil, que todas sus vistas son una gozada.
En este pequeño viaje que hemos tenido en el muelle colabora un coche antiguo que pasa por
la costanera.
Un paseo perfecto y casi lleno de tranquilidad, paseo que continuamos por la localidad tras reponer fuerzas con una buena comida.
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