Corazón
alemán
Tras nuestro pequeño paseo por el lado oeste del lago Llanquihue, con cortas paradas en Puerto Octay y la península del Centinela llegamos a Frutillar (mirar mapa de localización),
otra localidad junto al lago Llanquihue. Frutillar fue fundada en 1856 por colonos
alemanes que recibe su nombre por una plantación de frutillas (fresas) y es uno
de los pueblos con encanto a orillas del lago, y es que el lago por sí solo ya es un valor añadido. La ciudad se
divide en Frutillar de Arriba y Frutillar de Abajo, nosotros visitaremos
solamente el segundo.
Apolo había parado en
el Museo Histórico Colonial Alemán
para conocer su horario antes de seguir camino hacia Puerto Octay
porque es una de las visitas concertadas en la excursión y no quería que por no ser previsor nos pudiéramos quedar sin conocerlo.
El museo fue
construido con subvenciones alemanas y está administrado por la Universidad
Austral. En el terreno se han construido cinco edificios según el estilo del periodo colonial,
destinados a diferentes usos, en los que hay objetos de la vida cotidiana
familiar y de uso agrícola, ganadero o laboral. Todo el proyecto ha tardado en
realizarse más de diez años, siendo inaugurado con solo dos edificios en 1984.
No tienen folletos
sobre el museo, con lo que hacemos una fotografía del mapa de la entrada para
tener una guía del terreno, porque además Apolo nos dejará por libre, y no nos
parece mal, así podremos llevar nuestro propio ritmo, parando o no donde
queramos. Todos los caminos conducen a todos los sitios, pero hay una maraña de
senderos, de modo que te puedes saltar alguno si no estás atento al mapa o como en mi caso si tienes un mal sentido de la orientación, menos mal que llevo mi GPS personal (marido) y mi cabezonería en buscar los sitios.
En el museo todos los
edificios están en sintonía arquitectónica, hasta la tienda de artesanía, la
taquilla de billetes y los baños; se ha intentado cuidar hasta el mínimo
detalle.
El primer edificio es
el de un molino de agua, un galpón
(construcción grande destinada a depósito de mercancías o maquinaria) de madera
de dos pisos, en su interior cuentan la historia de la zona y de la
colonización alemana. En el año 1845 se promulgó la Ley de la Colonización,
bajo la presidencia de Manuel Bulnes; al comenzar la Primera Guerra
Mundial en Chile había 30.000 alemanes,
6.000 de los cuales se localizaban en la zona sur del país.
Con la molienda de
granos, especialmente de trigo, se obtenían productos como la harina, el afrecho
(salvado) y el afrechillo, que constituían la base de la dieta alimenticia de
los colonos, con los que elaboraban pan. Además con la cebada y la avena
molidas se alimentaba al ganado.
En el primer piso del molino hay una
exposición de objetos de todo tipo y de todo uso de los pioneros alemanes, para adultos, para niños, de uso práctico o de uso lúdico.
También hay
fotografías de la época, con las que se entra en contacto de forma visual con la vida de los colonos, su vestimenta, su trabajo, sus casas...
En el segundo piso
hay una exposición de fonógrafos, que son una auténtica maravilla, una preciosa colección.
Hacia la derecha del
molino se encuentra el edificio que recibe el nombre de campanario, una construcción según dicen de influencia española,
pero yo no he visto ninguna en España de estas características (lo que no
quiere decir que no lo sea, solo que no las he visto, y será que el término español es demasiado amplio).
El campanario se
utilizaba para echar al trote en círculo a los caballos y mulas para realizar la
trilla o la cosecha de granos. En su interior se exhiben objetos de uso agrario
o doméstico de los siglos XIX y principios del XX, de todos los tamaños y para
todo tipo de material: prensadoras, trilladoras, etc., hasta un carricoche de
los que eran tirados por caballo, un elemento que nos encanta y que nuestra mente enlaza con los
amish.
De nuevo también hay
fotografías que muestran cómo era el trabajo en el campo, aunque supongo que no
sería siempre con estas grandes sonrisas porque sería duro, pero había que posar para la
fotografía.
El terreno donde se
localiza el museo y las construcciones es elevado, con lo que vamos hacia donde
nuestros ojos se han encontrado en altura con uno de los edificios.
Se trata de la
recreación de la casa del herrero, a
la que se puede llegar por el camino por el que hemos llegado nosotros o por
otro, que parece que es el más idóneo ya que es allí donde se encuentra el
panel explicativo; pero todos los senderos en este museo conducen a todas
partes. No sé si en esta recreación se ha utilizado madera de alerce en el
exterior, como las construcciones de antaño, o se trata de madera reciclada de
alerce de otros edificios o de un sucedáneo que soporta igualmente bien la
lluvia y las temperaturas extremas.
Se accede al primer
piso de la casa, donde se encuentra la cocina, con cantidad de detalles, todos
ellos resultan muy coquetos, como la propia cocina, la plancha sobre ella, una
estufa de hierro, un molinillo de café, un estante con compartimentos sobre la
pared...es como una casa de muñecas al natural.
Hacia el otro lado de
la cocina se encuentra la salita y el comedor, de nuevo con todos los detalles
para tener agradables veladas (aunque no todas serían agradables, pero aquí
intentan reflejar esta sensación), donde no falta un piano y los detalles de las puntillas
de ganchillo adornando los muebles.
Se accede al
segundo piso por una formidable escalera de madera.
En este segundo piso se
encuentran los dormitorios, donde las camas parecen estar dispuestas para ser
utilizadas, y donde nos gustan la maleta ajada (si estas maletas hablaran, la
cantidad de historias que podrían contar), el sombrerero, la estufa, el orinal,
y el calentador de cama.
Han cuidado el
detalle al milímetro, como los visillos de ganchillo de las ventanas.
En un costado de la
casa se encuentra la herrería, donde
el herrero trabajaba para el dueño del predio, y en su interior la fragua, el
yunque y otros instrumentos. Con esto entendemos que la granja era propiedad de
un terrateniente, y en ella había diferentes edificios destinados a las labores
propias de la granja, aunque esto es sólo un ejemplo, porque no creo que todos
los inmigrantes alemanes que llegaron tuvieran una gran capacidad económica, más
bien esto se daría con el tiempo y el trabajo.
Hacia arriba se
encuentra la casona de campo, la
casa del terrateniente.
Es curioso, por lo menos a mi me lo me parece, que la
fachada que da a Frutillar y al lago Llanquihue no es la principal, más parece que se
trata del acceso a lo que hubiera podido ser un almacén o bodega, o incluso
caballerizas. Las
vistas desde este lado de la casa hacia el lago son más bonitas y el problema
de la fachada deja de tener sentido, porque desde las ventanas de los pisos
superiores y sus terrazas o galerías se verían de igual manera.Puede que se deba solo a una cuestión de la morfología del terreno y la menor obra posible.
La entrada principal
da un jardín. Como la
casa se encuentra en un terreno inclinado, al entrar por esta puerta el primer
piso se encuentra elevado sobre el que suponemos almacén, y que nos saltamos la
visita o no estaba abierto al público.
En este primer piso se encuentra la cocina, y curiosamente nos gusta menos que
la de la casa del herrero (para gustos los colores), que en teoría es más sencilla y de menor impoprtancia, aunque también está llena
de detalles, como la porcelana sobre la mesa.
Hay un amplio salón
con un piano; el comedor; y una zona de costura, donde destacan las máquinas de
coser, sobre todo la que tiene un águila imperial.
Se puede salir a la
galería cerrada de este piso, donde destaca un bonito juego de bolos en el
suelo, y a un pequeño balcón. Es fácil imaginarse con un libro y un buen sillón en esta galería.
Accedemos al segundo
piso por las escaleras en las que hay fotografías de colonos alemanes. En este
piso se encuentran los dormitorios de la familia, donde en uno de ellos destaca
un castillo de juguete, y en otro la cuna y un fonógrafo (¿menos tele y más música?).
Por último, el
espacioso baño, con una bonita bañera de hierro fundido con patas, un precioso
juego de jofainas, un barreño de hierro o estaño (de aquellos en los que me bañaban en el patio
de la casa de mis abuelos en el pueblo) y una preciosa toalla de hilo.
Salimos al jardín,
donde vemos uno de los grifos a manivela que se utilizaba en esta época para recoger agua (y es que había pozo pero no había grifos en las casas, todo a su debido tiempo, que en nuestra cómoda vida nos olvidamos de la vida no tan cómoda de nuestros antepasados).
En los jardines, en
un pequeño apartado, se ha reconstruido un cementerio familiar de los colonos,
ya que el cementerio “oficial” se encontraba en Puerto Montt, pero los
distintos credos religiosos, las inclemencias del tiempo, las grandes
distancias y las difíciles circunstancias dieron lugar a la existencia de más
de cien cementerios de este tipo, familiares, en la cuenca del Llanquihue, que
solían estar cerca de la casa principal, en un terreno donde no estorbara a las
labores agrícolas. Los ataúdes solían ser de madera de coigüe (los mismos por los que nos deslizamos en tirolina y eran enterrados
a aproximadamente 1.30 m.
No sé si las tumbas,
es decir, la ornamentación sobre ellas, es una reconstrucción o se encontraron
en este terreno o fueron trasladadas, con permiso supongo, de algún otro
cementerio, pero parecían muy reales.
Al fondo del jardín
se puede ver un tractor, y es que no hay que olvidar que la finca era agrícola
y ganadera.
Continuamos el paseo
por un sendero que sale desde la casona.
Y por él llegamos al estanque
de lotos, que supongo sería como una atracción en la época o sencillamente un toque actual, porque no le encuentro
demasiado sentido a su existencia.
Emprendemos el camino
de vuelta, que es como pasear por un bosque preparado con caminos si te evades de las construcciones del museo.
Paramos en el mirador, para tener vistas del lago Llanquihue y
de Frutillar. Lástima que las nubes tapan la visión de los volcanes, que
parecen no existir porque no hay ni rastro de ellos, pero al fondo del lago en
un día sin nubes, y eso que por lo menos hemos tenido un día soleado con
chubascos intermitentes, se podrían ver perfectamente, sobre todo el volcán Osorno.
El único lugar al que
no entramos, pero vimos perfectamente desde el mirador o desde el jardín de la
casona, es al pequeño jardín tipo laberinto que hay a la entrada del museo. Entrar a este particular museo ha sido dar un paseo por la historia.
Conocida más la historia de colonización y de sus colonizadores vamos a dar un pequeño paseo por Frutillar.
Conocida más la historia de colonización y de sus colonizadores vamos a dar un pequeño paseo por Frutillar.
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