En el medievo más empinado
La
última localidad que visitamos en esta Sierra de Francia salmantina, tras nuestro paso rápido por Villanueva de los Condes es Miranda
del Castañar, que fue cabecera del condado de Miranda, el centro señorial de
toda la comarca. Llegamos casi a las cuatro de las tarde y sin comer, la mañana
había cundido pero nos había llevado lo suyo y preferimos jugar a la “ruleta
gastronómica” de llegar a Miranda para intentar comer lo que fuera, así por lo
menos tras la comida podríamos visitarla si bebíamos, cosa que no hubiéramos
podido hacer si de nuevo hubiéramos vuelto al atrayente y fascinante Restaurante Mirasierra de Mogarraz, en el que esas viandas hubieran
necesitado buen vino para acompañarlas.
Lo
primero al entrar en la población es buscar un lugar donde pudieran atendernos, afortunadamente
en el primero en el que entramos a base de tapas en la barra calmamos el
hambre. Con esto nuestra visita por la villa comenzó como a la mitad del
recorrido que tenía que haber sido, así que voy a intentar hacer un recorrido lo más práctico posible (y será más mal que
bien porque no recuerdo las calles por las que caminamos, aunque no es difícil,
sólo hay que subir por unas y bajar por otras).
Desde
la carretera se divisa en lo alto de la colina Miranda, aunque desde el coche
y con mi torpeza fotográfica no se hace justicia completa a la visión. Desde la carretera sólo
se ve el caserío apoyado en la ladera pero no se ve ni se intuye su precioso
interior. La villa fue declarada Conjunto Histórico Artístico en 1973.
Del
año 1457 data la institución del condado de Miranda, con Don Diego de Zúñiga,
título que después pasó a la Casa de Alba, viviendo la villa de Miranda del
Castañar un periodo dorado como solar de nobles linajes.
Aparcamos
al lado del ya clásico ante nuestros ojos Humilladero.
La
calle que parte desde aquí conduce directamente al castillo,
del siglo XV, del que se conserva la imponente torre del homenaje, pero no se
puede acceder a ella, y los lienzos de las murallas que rodeaban el caserío.
A
los pies del castillo se encuentra una amplia explanada cuadrangular, el coso taurino, que se remonta al siglo
XVI.
Al
igual que en San Martín del Castañar se conservan los estrechos burladeros
abiertos en los muros de granito (aunque en esta ocasión éstos son algo más anchos).
Enfilamos
la subida a la villa y al recinto amurallado quedando a nuestra derecha la actual Casa Consistorial, construida en 1585,
pero no destinada a este uso de gobierno municipal sino al de alhóndiga o almacén de granos.
La muralla se conserva en buen
estado, y al lado de la Casa Consistorial se abre en ella la Puerta de San Ginés de Arlés, del siglo XVI, con un arco gótico,
blasonada en la parte exterior y en la parte interior acoge la pequeña imagen
del santo (más parece marioneta y no quiero parecer irrespetuosa).
La
puerta se abre a una pequeña plaza de la que parte la calle principal en
subida, llamada Derecha o Larga, de la que a al ir subiendo parten a derecha e
izquierda calles estrechas. Se puede caminar directamente por ella y callejear
o dejarse “perder” por la villa descubriendo sus tesoros, casones y rincones,
de un modo o de otro se acaba callejeando.
Si
en lugar de enfilar esta calle Larga caminamos por la ronda de la muralla se
alcanza la Puerta del Postigo.
A
cuyo lado se encuentra un pasadizo encantador de arcos góticos, con vistas al verde que inunda el paisaje alrededor de Miranda del Castañar.
Desde
estos arcos góticos girando hacia el interior se llega a una plaza irregular donde se alzan
varios edificios a mencionar. Por un lado la iglesia, sencilla en su fachada, construida en los siglos XIII y
XIV aunque posteriormente ha sido muy modificada.
Frente
a la iglesia se alza su torre campanario,
que es exenta, construida en el siglo XVII. Se sitúa sobre un zócalo y en una
zona que estaba reservada para las propiedades municipales, como el
Ayuntamiento, la Cárcel Real y la Carnicería Real.
Un
detalle es el lugar donde han colocado un reloj moderno, incrustado en el
lateral de un balconcillo almenado. Siempre me produce por partes iguales
sonrisa y estupor estas acciones, algunas con mejor acierto que otras, pero que
el reloj acaba puesto, acaba.
Al
lado de la torre se mantiene el edificio de la Cárcel Real, que data del siglo XVI y que fue una de las mayores
construcciones de Miranda. En el siglo XIX fue quemada por los franceses
durante la Guerra de la Independencia, siendo rehabilitada para pasar a ser sucesivamente
Casa Consistorial, Escuela Pública y Casa del Cura. A mediados de los años
setenta del siglo XX pasó a manos privadas y como se puede ver ahora alberga
una tienda de recuerdos, a la que entramos por si en sus muros quedaban
historias, pero no fuimos capaces de sentir ninguna, y si algún secreto tenía
no los compartió la señora que atendía el negocio, ya que no compramos, y hay
cosas que aunque no tengan precio si tienen un justi-precio por añadidura. Sobre
la fachada destaca el escudo de los Zúñiga Avellaneda.
Casi en la plaza, un
poco más abajo, se encuentra una preciosa tienda de alimentación
y degustación, recuerdos, artesanía local y moderna, cosmética…Bodega La Muralla. El lugar donde la han instalado es una antigua bodega, y su
propietaria, María Ángeles, nos atendió de maravilla, además sin necesidad de
comprar nada cuenta la historia de la bodega, que fue construida en el siglo
XVIII y estuvo en funcionamiento hasta mediados del siglo pasado aprovechando el desnivel de las calles, de modo que por gravedad y
por unas mangueras y tubos convenientemente (y desafortunadamente aunque no se
ve) atravesando la muralla, el vino salía fabricado directo para su venta. Se
conservan cuatro cubas en el interior, y por una de ellas debéis preguntar,
aunque seguro que María Ángeles os lo cuenta todo más y mejor.
Al
final entre charla y charla acabamos comprando varios productos, vino de la
tierra principalmente, que aunque con La Zorra la experiencia no ha sido
plenamente gratificante, hay que seguir catando esa uva rufete. Además María
Ángeles nos da un mapa con los puntos de la villa más importantes y nos aconseja
varios lugares que no deberíamos perdernos, uno por el enclave, y otro por ser
curioso.
No
os perdáis esta visita en Miranda del Castañar, donde además realizaréis buenas
compras y degustaciones.
El
primer destino recomendado por María Ángeles nos hace caminar por la calle
Vivaque, con algún detalle actual que recuerda el pasado musulmán de la villa.
Por esta calle se llega a la Puerta de Nuestra Señora,
que en su parte interna acoge la imagen de la Virgen (en la fotografía no se
ve, sólo se intuye el nicho).
Saliendo
por esta puerta se toma un camino que conduce a la Ermita de la Virgen de la Cuesta, del siglo XVII.
En
esta ocasión tenemos suerte, unas señoras están limpiando el interior de la
ermita y les pedimos permiso para entrar, y nos lo dan, con lo que podemos
contemplar un retablo barroco muy colorido que aloja a la patrona de Miranda,
una talla románica del siglo XIII (los santos y vírgenes parecen todos muñecos).
Pero
sin lugar a dudas para estos ojos algo profanos, y sin desmerecer el impresionante retablo que nos ha sorprendido, lo mejor de la ermita vuelve a ser el enclave en el que se
localiza, y no por el enclave en sí mismo, sino por las hermosas vistas que se
obtienen desde él.
Un
lugar para reflexionar, leer, rezar o cualquier verbo que se quiera conjugar.
Desde
la ermita volvemos a la Bodega La Muralla para recoger y pagar nuestras compras,
que amablemente María Ángeles no las cobró y nos las guardó, un detalle de confianza en
estos tiempos que corren que es de agradecer.
Bajamos de nuevo hacia la
plaza de la iglesia, y allí salimos a la calle
Larga.
Primero
caminamos por ella hasta casi su final, pasando por la esquina donde se
encuentra la Casa del Escribano, con
dos escudos en la fachada.
Luego
nos dirigimos callejeando por calles, algunas más estrechas que otras pero todas con rincones llenos de encanto, hasta la otra zona
del camino de ronda de la muralla.
Llegando
a la última puerta que se abre en la muralla, la Puerta de la Villa, que fue en realidad por la que entramos
nosotros, saliendo por la de San Ginés.
En
Miranda del Castañar, como en Mogarraz, La Alberca y San Martín del Castañar,
hay que estar pendiente de los dinteles y de los blasones en las fachadas de
las casas.
Por
este camino de ronda, situado en la parte derecha de la muralla, se encuentra otro de los lugares
recomendados por María Ángeles, una calle muy estrecha, que originalmente no
era calle sino el lugar donde tirar las aguas fecales, ya que como Miranda era
lugar de vivienda de nobles no estaba bien visto soltar estas aguas en cualquier calle y que le
cayeran a ellos. Realmente son dos calles en cruz, una más larga que la otra.
Y
desde aquí bajando el camino de ronda se llega a la Plaza de San Ginés con su
puerta homónima, concluyendo el paseo por esta empinada y bonita villa.
Esta
noche es la cena en la bodega del hotel, y tanto vino y tanto chupito me
hicieron mella, de modo que los planes de la mañana siguiente no los
realizamos: acercarnos a la Peña de Francia y a Las Batuecas si el tiempo era
favorable, cosa que así fue, para tener las vistas que la niebla nos impidió, y
además tenía la idea de volver a Madrid dando un rodeo, es una de mis manías si
se puede hacer, bajando por la zona de Las Hurdes extremeñas, sin parar en los
pueblos, más que nada una toma de contacto para otro viaje. Será en otra ocasión.
Todo lo que hemos visto en la zona de la Sierra de Francia nos impresionó, por la buena conservación de sus villas, y por supuesto nos gustó mucho, con lo que recomiendo este viaje para aquellos que no lo conozcan todavía.
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