Nobles, castañas y un santo
Desde
Cereceda de la Sierra nos dirigimos a San Martín del Castañar, donde la afluencia turística es mayor que en los pequeños pueblos por los que hemos estado, sobre todo en
los puntos principales de la localidad, aunque no en el grado que lo es en La
Alberca. La villa fue declarada Conjunto Histórico Artístico en 1982.
Aparcamos
fuera del casco urbano, por aquello de las calles estrechas, con lo que para entrar en San Martín tenemos que cruzar la vega
huertana que lo rodea, para finalmente entrar en estas calles medievales con las típicas casas de entramado de madera y
barro o piedras, con balcones asomados a las calles.
Llegamos a la Plaza Mayor, que gira en torno a
una gran fuente, en cuya barandilla hay apoyada una colección de bonsáis, no
sabemos si municipales o a título individual de los lugareños. La fuente era el
clásico pilón, que antiguamente era el abrevadero para el ganado y también para
abastecimiento de los habitantes.
En
uno de los lados de esta plaza se abre el gran soportal del antiguo palacio que poseía el Obispo de
Salamanca antes de pasar estas tierras y esta población a manos del condado de
Miranda. Actualmente alberga el Ayuntamiento, y en esa planta de soportales
antiguamente se reunía el concejo.
Al
fondo de este soportal una escalera conduce a la parte alta de la población, donde se
encuentra la alhóndiga y actualmente también hay una cancha de deporte.
Bajamos de nuevo a la Plaza Mayor y paseamos por sus calles, y lo
que nos llama la atención en las casas de San Martín son las magníficas portadas,
que delatan su pasado nobiliario, datadas entre los siglos XV y XVI.
La
calle principal desde la Plaza Mayor conduce hasta la iglesia.
La
portada de la iglesia es románico mudéjar, del siglo XIII, siendo reformada en
los siglos XVI y XVII, destacando especialmente su esbelta espadaña.
Rodeamos
la iglesia, encontrando otra visión de la torre-espadaña y su balcón, así como rincones
coquetos de las calles.
Detrás
de la iglesia por un lado se encuentra la plaza
de toros, una de las más antiguas en piedra construidas en España, cuyas
primeras referencias datan del siglo XVII.
En esta plaza de toros destacan los burladeros de piedra originales, tapados ahora por unos de madera. Las aberturas de la piedra son fracamente estrechas, imposible entrar por ahí entrdito en carnes y huyendo de los cuernos de un toro.
Por
otro lado, al fondo de la calle se encuentran la antigua muralla que rodea las
ruinas del castillo del siglo XV, a
cuyos pies se asentó la población en un principio.
Lo
único que se mantiene en pie del castillo son dos muros de la torre del homenaje.
El
interior del recinto del castillo acoge el cementerio, un marco majestuoso para
descansar en paz, aunque realmente no tanta paz porque se acude al castillo en plan
turístico, pero no hace falta ser irrespetuoso con la visita y respetar tanto los que moran este lugar como a los que les presentan sus respetos.
Al
estar situado el castillo en terreno algo más elevado se obtienen vistas sobre la zona alrededor de
San Martín del Castañar, y es que en estas localidades de la Sierra de Francia uno de los alicientes es
el emplazamiento, el paisaje.
Entramos
de nuevo en la villa y callejeamos un poco, que al fin y al cabo es de lo que
se trata, aparte de ir buscando los lugares y monumentos que se lleven
marcados, y por supuesto no faltan rincones coquetos de la arquitectura tradicional.
Caminando
salimos de San Martín del Castañar por el puente medieval sobre el río Canderuelo, del
que no hay una fecha exacta sobre su construcción, aunque ya se le conocía en
1577, y sobre él la calzada romana.
Por la calzada se extiende un camino de Vía Crucis, pasando primero por la Ermita del Socorro.
Más
adelante se encuentra el Humilladero,
que originalmente no tenía paredes y cobijaba una cruz, pero que por el viento, el
frío y la lluvia se tuvieron que levantar los muros para proteger a los que lo visitaban
y el interior también.
A la
derecha del Humilladero parte el camino
de los huertos, bastante corto según las indicaciones del cartel de información, y a la izquierda parte el camino que lleva hasta
La Alberca, y creo, pero no vimos ninguna señal de ello, a las ruinas del
convento de Gracia, algunas de cuyas columnas vimos en la plaza del Padre Arsenio en La Alberca. No realizamos ninguna de estas alternativas de camino pero seguro
que cada una de ellas, a su manera y grado, son gratificantes.
Volvemos
a entrar en la población por el camino del puente y volvemos a pasar por calles por las que ya hemos pasado, o por otras nuevas, pero siempre
descubriendo su arquitectura, ahora ya con el sonido del ajetreo de los fogones que se van poniendo en marcha.
Sobre las fachadas de las casas, al igual que en los portones, en los escudos también hay rastros del pasado nobiliario de la villa.
Salimos de Sa Martín del Castañar por donde entramos, por el camino que cruza las huertas, y algunos de sus balcones están
adornados y coloridos con sus balcones de flores, detalle este que en primavera
en estas casas serranas son uno de los atractivos típicos, pero como más que primavera parece que estamos en invierno es un espectáculo que nuestros ojos no han podido disfrutar en esplendor.
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