¡Estás
embobado!
Desde La Alberca tomamos la
carretera que se adentra en uno de los valles de la Sierra de Francia, el Valle
de las Batuecas, del que dicen que uno de los más hermosos de esta sierra, pero
claro, si en la villa comenzaba a nevar, al subir un puerto de montaña la nieve
ha sido más abundante y ha cuajado más rápidamente.
Alcanzamos el Puerto del
Portillo, a 1.230 m de altitud.
Lo malo es que desde el
mirador de este puerto se tenían que contemplar unas buenas y bonitas vistas del valle, pero
la niebla impide cualquier visión, aunque el paisaje nevado tiene su punto, yo
y mi fijación por la nieve, como en La Acebeda.
Bajando el puerto nos adentramos en el Valle de las Batuecas, que comunica con otra zona desconocida
todavía para nosotros, y que no hemos podido explorar en esta ocasión, que es
la de Las Hurdes. La nieve desaparece, y la niebla se va moviendo y disipando, con lo que de
vez en cuando nos deja ver el paisaje, lo difícil es encontrar un lugar donde
aparcar bien el coche, que no es cuestión de dejarlo mal puesto para los demás
conductores, aunque no había mucha circulación.
Al fondo del valle hay un
pequeño parking para hacer dos pequeñas rutas, la primera conduce al Monasterio del Desierto de San José, a
poco más de un kilómetro. La primera parte se realiza por una pasarela de
madera con paneles explicativos sobre la fauna y flora del lugar.
El camino se hace bien
cruzando el río Batuecas o bien caminando a su orilla, y además el río baja cargado
de agua, no parece que la sequía en esta zona haya hecho estragos como en el
resto de España.
En el sotobosque las
plantas viven bajo los grandes árboles que las cobijan; se puede ver lavanda, brezo, jara,
piorno serrano, aunque ver nosotros no vimos mucho ya que las plantas no habían
florecido como debían.
Las estampas del bosque con
el musgo son muy diferentes a las coloridas de las primavera en flor, pero así
parece el escenario de un cuento, de aspecto algo tenebroso con las ramas retorcidas de algunos de sus árboles.
El valle fue el lugar
elegido por los padres carmelitas en el siglo XVI para fundar el Desierto de
San José, terminándose en 1688. El monasterio ha sufrido varios incendios y un
progresivo deterioro que lo llevó prácticamente a la ruina, hasta que en el
siglo XX se reconstruye, instalándose nuevamente los carmelitas en él en 1950.
El convento no es visitable
(salvo petición expresa y realizada con anterioridad), con lo que lo único que
se puede hacer es quedarse a sus puertas y caminar algo junto al muro que lo
encierra.
Viendo el lugar donde se
ubica el monasterio se entiende sin ninguna explicación la expresión “estar en
las Batuecas”, como sinónimo de embobamiento.
En el Centro de
Interpretación de las Batuecas se reproduce el monasterio y la vida monástica,
pero como era lunes nuestro día de visita estaba cerrado, aunque nos produjo la
sensación de no tener mucho movimiento o actividad desde hace tiempo (esto es impresión
nuestra y no confirmación).
Desde el monasterio continúa
una ruta, de algo más de un kilómetro, que conduce a las pinturas rupestres de
Cabras Pintadas, datadas en torno a los 7.000-5.000 años.
El comienzo de la ruta ya de
por si apetece hacerlo, pero no estábamos preparados para hacerla, la mente
también tiene su punto para estas acitividades a pesar de lo corta que es, aparte de que el tiempo no
acompañaba si de repente le daba por ponerse a llover fuerte, si hubiera brillado el sol por lo menos lo hubiéramos intentado.
Se tiene que seguir el curso del río
Batuecas, que como baja fuerte de agua no sería de extrañar tener que meterse
de “patas en él”.
Nos hubiera gustado
continuar ruta por carretera por otros pueblos, pero como teníamos que comer y
el día anterior lo habíamos hecho tan bien en el Restaurante Mirasierra,
volvimos a Mogarraz para dar buena cuenta de nuevas y ricas viandas.
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