El
homenaje de un nieto a sus abuelos
Tras la visita a la iglesia
nos quedan algunos puntos de la villa por conocer, pero antes de emprender
este camino de salida entramos a visitar la Casa Museo Sátur Juanela, la casa de unos albercanos donde criaron
a sus cuatro hijos y a algunos de sus nietos, entre ellos, Sátur, que en colaboración con su esposa, devoción y buen
saber han hecho una preciosa labor, para que los que no sepan lo que es vivir
en un pueblo puedan conocerlo a través de las vivencias de los demás; y es que
los pueblos ya no son lo mismo que fueron pero no hay que olvidarlos jamás.
Las casas albercanas suelen
ser de tres plantas, y los niveles se disponen en saliente, de modo que los
grandes voladizos y aleros de las casas se juntan en altura produciendo sombra
en el interior de la calle, aparte de una protección casi natural a la lluvia y
la nieve.
Se accede a la casa por la
planta baja, que era donde se encontraban las cuadras, y que Sátur ha decorado
con todo lujo de detalles, de aparejos de labranza y otras faenas, solo faltaban
los animales. Aparte de encontrarse la taquilla para pagar la entrada, 2,5€,
también hay una tienda de recuerdos, incluyendo artículos comestibles, como
perrunillas y galletas.
En el primer piso se
situaban los dormitorios, que no sólo eran dormitorios al uso actual, eran
salas multiusos. En el techo sobre las escaleras un hueco albergaba el llamado noque del estraperlo, donde se
escondían los productos que llegaban de contrabando de Portugal, una manera más
de ganarse la vida en unos años de pobreza o miseria o malas cosechas…de todo
un poco.
Hay dos grandes salas, la
primera es la sala de adelante o de
diario, donde destaca sobre todo a nuestros ojos de pueblo, un gran brasero,
¡la de tardes de invierno que habremos pasado comiendo pipas y frutos secos a
su calor! y las historias contadas a su alrededor...letras de amor y cariño.
Alrededor de la sala hay
tres huecos o salas, uno es la alcoba de
diario (el de matrimonio Juanela, en la fotografía), otro es la alcoba del mozo (para los hijos
mayores) y otro más pequeño era la alcoba
de los niños, donde se colocaba la cuna, y ahora incluso tiene el detalle de un taca-taca de madera.
Los colchones se rellenaban
de vainas secas de judías, de envolturas de mazorca o de mazorcas, lo que no
parece muy mullido, dato que Sátur que nos confirmó. Yo no conocí estos tipos
de colchones, mi cuerpo recuerda los rellenos de lana de oveja, que había que
golpear a menudo para que estuviera blanda y bien asentada para que no estuviera dura, pero creo que nada que ver unos con otros.
A mí estas habitaciones,
pegadas a los muros me daban sensación de frío, a pesar del brasero colocado en
el centro, que yo por la noche hubiera arrimado a mi cama haciendo trampas respecto al resto de los durmientes.
En este primer piso, hacia
el otro lado del pequeño pasillo, se encuentra la sala de atrás o sala buena, donde se celebraban los acontecimientos
familiares: bodas, bautizos, comuniones…, donde no falta un detalle por colocar
en la alacena o en las paredes.
En esta sala hay otros dos
pequeños huecos o salas en uno de los lados. El primero corresponde a la alcoba buena, que era el cuarto de
huéspedes y también donde se cuidaba a los enfermos; el segundo es el cuarto de las patatas o despensa, donde se guardaban alimentos
para agasajar en las celebraciones o visitas de los familiares o amigos.
En el segundo piso casi todo
gira en relación a la cocina y a los alimentos. La cocina, casi en el centro de la planta, está decorada cual si
hubieran terminado de comer; un lugar donde encontrarse todos y donde contarse
el día. Un cuarto trasero en esta cocina aloja la despensa.
Hacia un lado de este piso
se encuentra el que llaman campocasa,
un espacio iluminado (aunque no lo parezca por la foto, pero es que el día era
más allá de negro por las nubes y la lluvia) donde reunirse en torno a un
brasero. Junto a la cocina era el corazón de la casa. En los muebles se exponía la
loza más vistosa y mejor que poseía la familia.
Desde esta sala se accede a
un balcón, la solana, que aparte de
tener vistas a la calle para ver qué pasaba en ella, se utilizaba para secar
frutos y para ventilar la casa.
El tercer piso, el sobrao, era almacén de alimentos y
materiales, donde se realizaban varias tareas, y en las que Sátur proyecta un
vídeo muy instructivo sobre la construcción de la casa, y las costumbres de La
Alberca, que podrían ser de cualquier pueblo de la geografía española, con la
diferencia de los trajes (que ahora son regionales y antes eran de diario) que
se visten en unos u otros pueblos.
Por un lado se encuentra el horno del pan, donde se cocía el pan
para varios días, tanto de trigo como de centeno.
Por otro, las mazorcas con
las que rellenar colchones o hacer cestos con las envolturas, además de la
elaboración de muebles y su labrado, a los que también se dedicaba el abuelo
Juanela, éste era su pequeño taller.
En y desde el piso de arriba se
observan dos detalles alimentarios: por uno, las castañas, que con calor y humo
se convertían en castañas pilongas porque se podían almacenar más tiempo que
frescas, y por otro, la chacina, los embutidos, que se curaban y ahumaban con
el humo del fuego de la cocina. El cuarto
de la chacina se encontraba en el segundo piso, detrás de la despensa de la
cocina.
En el interior, una de
las paredes nos muestra el entramado, no se ha enfoscado en la rehabilitación de
la casa de blanco como era lo normal hacerlo para que podamos verlo.
En la Sierra de Francia en la artesanía destacan los
trabajos de bordados, que se suelen lucir en los trajes típicos, pero también
los típicos “paños de nuestras abuelas”.
La casa está llena de
múltiples detalles: los muebles, la loza, la ropa de cama, los utensilios, las
puertas…hay que llevar los ojos bien abiertos y con ganas de descubrir cosas o
de redescubrirlas para aquellos que las han conocido en sus pueblos, con sus
abuelos.
Gracias Sátur por tu labor,
por tus recuerdos, por el hermoso homenaje a tus abuelos, por recordarnos
nuestros orígenes y por hacernos partícipe de alguna manera.
Pedirle a Sátur que os
enseñe la “caja fuerte” de la abuela, aunque seguramente él lo hara al finalizar la visita, que termina con un chupito y una degustación de unas galletas pequeñas redondas que están para pillarse un empacho y unas perrunillas.
Salimos del casco histórico
de La Alberca nevando pero sin cuajar, por la calle del Tablado para llegar a
la plaza del padre Arsenio, o plaza
del Tablado, donde hay una cruz y unas columnas traídas del convento de Nuestra
Señora de Gracia de la localidad de San Martín del Castañar.
En coche visitamos El
Humilladero, al lado de la Ermita de San Blas, y la Ermita de San Antonio, situadas en las carreteras de circunvalación de La Alberca.
Si Mogarraz tiene un encanto muy particular en su pequeño casco histórico, La Alberca lo tiene en un casco mucho más grande, y las dos son localidades a conocer en una visita por la zona, como lo son otras villas señoriales que iremos conociendo.
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