Del buen yantar
Una vez registrados en el
hotel buscamos donde paliar el hambre canina que teníamos, que era mucha.
Justo al lado del hotel hay un restaurante, Restaurante Mirasierra, y vemos que
está lleno, con lo que es de suponer que comer se tiene que hacer bien, y a
pesar de estar completo y de la hora tardía, las cuatro menos cuarto más o menos, entramos
a preguntar por si estamos a tiempo, y ¡afortunados somos!, nos dan una mesa.
Al leer la carta surgen las
dudas, ¡queremos de todo!, solo de leer los platos apetecen y además viendo los
platos que van sirviendo en las mesas apetecen mucho más.
Esta fue nuestra rica
elección del primer día:
Corazones de alcachofas
salteados con ajos y jamón ibérico: impresionantes, creo que llevaban un caldo
de carne porque tenían un sabor riquísimo, y no sólo era un simple salteado en
la sartén, como los que yo hago en casa.
Croquetas de cocido: de
premio nacional e internacional. Un sabor a cocido que llenaba todo el paladar,
y con un toque que he registrado en mi memoria para intentar hacerlo en casa, en el
rebozado hay que añadir unos pequeños trozos de tocino, de modo que se frían y
peguen a la croqueta, dándoles un sabor muy especial. Sueño con estas croquetas desde entonces.
Medallones de lomo de ternera
charra al estilo Mirasierra (sobre brasas de leña de roble): uno de los
medallones era mantequilla pura, el otro no tanto, pero una ternera sabrosa y
en su punto. Había que probar la ternera salmantina estando en la tierra.
Albóndigas de ternera
animadas con boletus y setas de cardo: claramente los guisos son lo suyo, esa
salsa de boletus y setas le daban todo el sabor que necesitaban las tiernas y
jugosas albóndigas.
Natillas y flan: caseros,
sin florituras, pero ¿es que hay que pedir más? A los postres llegó antes la cuchara que la cámara como podéis ver.
Tan bien comimos y con tantas
ganas nos quedamos de saborear otros platos de la carta que decidimos reservar mesa para el día siguiente, puesto
que en algún lugar tendríamos que comer, y si hay que acompañar la comida con
vino mejor hacerlo cerca del hotel por si hay que recurrir a una buena siesta. Y es que en España seguimos aplicando la máxima de estar de vacaciones de placer, sin prisas, con las pausas necesarias.
Al día siguiente, tras nuestra visita por el
valle de las Battuecas volvimos a Mogarraz para compartir en esta ocasión unos riquísimos
boletus confitados en aceite de oliva, que el día anterior vimos pasar platos y
platos de ellos, así que buenos tenían que estar, y damos fe que lo estaban.
También compartimos unas
maravillosas patatas “meneás”, que es un plato muy de la zona y que hemos comido o cenado en varios lugares; plato consistente, con un casi puré de patatas, lo que en mi tierra manchega llamaríamos mojete, con
unos tropezones de torreznos, ¡para morirse!, algo tan aparentemente sencillo, algo tan rico.
Como estamos dispuestos a
reventar, de plato individual para cada uno, unas alubias blancas de la Bastida
con jamón, chorizo y oreja.
Y un puchero de garbanzos
pedrosillanos con níscalos, que estoy yo muy mimetizada con los hongos.
Para acompañar tomamos un
vino que elabora la familia propietaria del restaurante, el título no parece
muy apropiado a primer oído, La Zorra. Es un vino joven y está bueno, aunque nuestro
paladar prefiere otros tonos, elaborado con una uva de la comarca de la
Sierra de Francia que están volviendo a plantar, la rufete,mezclado con uva tempranillo.Con uva rufete compramos otros vinos, y ciertamente nos parece una uva a tener en cuenta.
De postre una tarta
Mirasierra con galleta de almendra…y es que todo lo que se lee en la carta
apetece hincarle el diente.
El restaurante desde luego
es un lugar para repetir y repetir y acabar con unos kilos de más, pero su
nivel de cocina es francamente alto, no es minimalista en su elaboración, sus platos son principalmente de la zona pero con su toque de modernidad en algunos casos, y desde luego sus raciones no son nada minimalistas, con hambre es imposible quedarse.
Así nos lo parece, así nos lo comimos y así lo contamos.
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