Piedras,
agua y madera (en el interior del Matarraña)
En Teruel aparte de las piedras monumentales
realizadas por los hombres hay piedras monumentales realizadas por la naturaleza, hay
cientos o miles de diferentes senderos, de diferentes niveles y longitudes,
para disfrutar de los paisajes espectaculares.
Nuestra primera idea al emprender este viaje era realizar al menos dos rutas,
pero de la primera de ellas desistimos, el comienzo se encuentra muy cerca del
Hotel La Torre del Visco, se trata de ir hasta El Salt, un salto de agua del río
Tastavins, pero al preguntar por el caudal del río, que ya habíamos visto seco,
nos comentaron que posiblemente habría un chorro pequeño, y decidimos no
hacerla y dejarla para una próxima ocasión, porque aunque el paisaje estoy
segura que merecerá la pena en sí mismo, sería mejor verlo con la cascada con
fuerza de agua.
Así que nos decidimos a realizar la segunda ruta que
llevábamos en mente, el Parrisal de Beceite, que ya hace diez años intentamos
emprender pero en aquella ocasión fue por la razón contraria a la de El Salt
por lo que no pudimos, las riadas se habían llevado las pasarelas que ayudan a ir
cruzando el río Matarraña y ya desde el comienzo la única manera era meterse en
el agua por lo menos hasta las rodillas y era un mes de diciembre con mucho
frío como para intentarlo. Es una de las rutas más famosas y recorridas en la zona.
Desde Fuentespalda por la A-1414 se llega hasta
Valderrobres y allí se toma la A-2412 hasta Beceite, donde siguiendo las
indicaciones de El Parrizal se sale del pueblo para tomar una pista de tierra
hasta que el paso de unas cadenas cortan el paso, es hora de dejar el coche y
comenzar a caminar.
Se trata de seguir el curso del río
Matarraña/Matarranya.
Poco trecho y tiempo tras haber comenzado la ruta aparece un desvío que
cruza el río para llegar a las pinturas rupestres de La Fenellassa, que se
datan entre el Neolítico y la Edad de Bronce, siendo descubiertas en 1966. Algunas de las pinturas se han perdido y éstas son las que se ven mejor, que
representan a unos jinetes montando unos cuadrúpedos.
Siguiendo el camino algo más adelante a mano izquierda hay una
indicación que conduce a la Cova de la Dona, para llegar a ella hay que subir
una pequeña rampa de tierra y ninguno de los dos lo hacemos, si quedan fuerzas
a la vuelta lo intentaremos (pero ya adelanto que no lo intentamos, y no por cansancio real que la ruta no es agotadora).
La verdadera ruta que sigue el curso del río Matarraña
comienza cruzándolo por una pasarela formada por dos troncos, que hace diez
años se la llevó la riada y alguien hizo una chapuza con un tronco y un tubo de
fontanería, por la que pasamos entonces y nada más hacerlo nos dimos media vuelta al ver como corría el agua.
Pasado este pequeño “puente” se continúa el curso del río y lo vamos
pasando de un lado a otro buscando las piedras que nos permitan el paso (en más
de una me ví con los pies en el agua porque soy un auténtico pato, y no de agua, para estos pequeños equilibrios).
Afortunadamente en los lugares donde el río sería casi imposible cruzarlo
sin meterse en él se han habilitado una serie de pasarelas de maderas adosadas a las piedras para ayudarnos; en la pared además hay un cordón metálico para sujetarse por si a alguien le tiemblan las piernas o se siente insegura (como en el anuncio me toca decir, "c'est moi", que en español podría traducirlo por "verbigracia").
Nos encontramos con pequeños desniveles que producen muy pequeños saltos en el curso del río.
Se trata de seguir el camino del río, en ocasiones saliendo del mismo y
bordeándolo desde caminos laterales en las orillas o más metidos en la
vegetación y disfrutar del paisaje que afortunadamente estamos viendo.
Hora de pocas letras y más fotos que hablen del paisaje que se puede encontrar.
En
estas últimas pequeñas lagunas en verano es típico lanzarse al agua
para darse un chapuzón, aunque creo que está prohibido hacerlo, otra
cosa es tener que meterse en el agua para pasar si las pasarelas no
están en su sitio.
Llega un momento en que seguir el curso del río nos es
imposible, ya no por el agua, a la que dejamos de escuchar, sino porque es complicado por las rocas por las que hay
que ir subiendo, ascendemos hasta que decidimos
no continuar sin saber muy bien hasta donde llegaríamos, y el caso es que creo
que nos quedamos a las puertas de entrar en la zona conocida como las Gubies
del Parrissal, por las que en condiciones normales de cauce del río habría que
mojarse para pasar. Las gubies forman un estrecho con empinadas
paredes calizas esculpidas por la erosión y la ruta terminaría en una gran
cascada con un letrero indicando el Paso del Romaret, que continuaría la ruta
siguiendo el cauce del río y subiendo el sendero por bloques de piedra, en
ocasiones ayudado por instrumentos de escalada.
Hubo varias razones para no continuar el camino: la
primera que no veíamos ni escuchábamos el agua, y esto siempre es indicio de
que se va bien; la segunda, que en las notas que llevábamos avisaban que una
vez se llegaba a unos bloques de piedra, y creíamos que estábamos en ellos o muy cerca, la
ruta era para barranquistas, y la tercera, que actualmente yo tengo un pequeño problema en el pie
que me provoca dolor al caminar y sobre todo al caminar mucho, con lo que todo el esfuerzo que hiciera
ahora de más podría volverse en nuestra contra a la vuelta. Así que tras casi
dos horas andando emprendimos la vuelta, por mi parte con cierta tristeza
porque no me gusta tirar la toalla tan fácilmente.
En el camino de vuelta hacemos una parada para comernos nuestro picnic, preparado en el hotel en el que nos alojamos, La Torre del Visco: cuatro bocadillos espléndidos: uno de queso, uno de jamón de Teruel (Teruel existe y su jamón también), uno de fuet y otro de chorizo; que como matrimonio bien avenido nos los repartimos para saborear de todos algo.
Ha resultado una mañana bien aprovechada, además la
naturaleza nos saca siempre una sonrisa y unos buenos colores en las mejillas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario