Descanso en el paraíso escondido
Para comenzar el año 2012
que mejor que una escapada viajera, nuestros cuerpos y nuestras almas estaban
necesitadas de paz y tranquilidad, tanto de ambas que el lugar escogido fue un
hotel casi escondido en el Maestrazgo, en la provincia de Teruel, porque sí, Teruel
existe y es una maravilla de lugares, pueblos, ciudades, paisajes, rutas y
gastronomía, que esta última también es importante en los viajes.
Para llegar hasta aquí desde
Madrid la mejor ruta es por la Autovía A2 dirección Zaragoza hasta Alcolea de Pinar,
desde aquí se toma la N-211 hasta Monreal del Campo (pasando por la bonita localidad
de Molina de Aragón, que merecería otra parada especial). Se continúa por la
misma N-211 pasando por Monreal del Campo, donde nosotros hicimos una parada
para comer, con la primera sorpresa gastronómica de la semana. Paramos en un
restaurante al lado de una gasolinera, ya hacía hambre y no era cuestión de ser
exquisitos sino de sofocar los ruidos estomacales. Un buen menú de buena
presentación a 10,50€.
Siguiendo en la N-211 se
pasa por Montalbán hasta llegar a Calanda, lugar de nacimiento de Luis Buñuel (el cine siempre encuentra una excusa para encontrarnos),
donde se realiza una famosa tamborada (que se debe acabar de los tambores hasta
los…) y donde se recogen unos hermosos y sabrosos melocotones. En Calanda se
toma la N-232 hasta Alcañiz. Se continúa por esta carretera durante unos 14 km
para desviarse por la A-231 hasta Valderrobres, donde se tiene que tomar la A-1414
dirección Fuentespalda. Pasados unos 6 km hay un cartel que indica la pista de
acceso al hotel, de 5,5 km.
Afortunadamente durante el
camino, que la primera vez se realiza más despacio por no conocer el terreno de
la pista, que no es malo pero no deja de ser una pista de tierra, cuando se
piensa que se ha recorrido más distancia de la realizada, por aquello de que al
ir a poca velocidad no se controla bien el tiempo y los kilómetros, aparece un
cartel indicando que vamos bien y la distancia que queda para llegar al hotel.
El paisaje que rodea el
camino es bonito, verde olivo principalmente, y con el adjetivo olivo no me
refiero al color solamente sino también a los árboles, cuyo retorcimiento me
recuerda en la belleza a los mecidos y contorsionados por el viento en la isla
de Mallorca, y es que por el Maestrazgo también sopla con fuerza.
Al final del atardecer llegamos
al hotel, La Torre del Visco, y es que no salimos temprano de Madrid, no somos de prisas al
emprender un viaje nacional a no ser que tengamos horas concertadas. Por una de
estas tonterías, no realizamos ninguna foto al complejo hotelero en su
totalidad durante nuestros días de estancia, así que recurriendo a internet lo
podemos ver.
Fuente: relaischateaux.com
Antes de ver el interior
demos un pequeño paseo por el exterior. Entrar tiene su encanto porque es
entrar en una masía rehabilitada, donde no se oye ni un murmullo y hay que
guiarse más por el instinto que por el ruido de clientes y además la recepción
no es al uso normal.
Se llega a un patio con
luces de navidad en sus árboles y en algunos rincones, estamos en la semana de Reyes y todavía es Navidad.
Por el patio se reparten
algunas de las habitaciones y en el centro un estanque con peces de color, de
color naranja.
Tras el patio hay un pasillo
con los detalles tan bien puestos que la sonrisa inunda nuestros rostros,
parece que hemos acertado. ¿A qué es romántico?
Al final de este pasillo se
encuentra otro patio que al tiempo se va bifurcando en lugares agradables donde
pasar el día o la noche, si esta no fuera de enero y fresca, aunque no tan fría
como suponíamos y como tenemos en nuestro recuerdo de la primera visita que
realizamos a Teruel y Castellón, allá por el año 2001, y que tan buen poso nos
dejo.
Desde el patio del estanque se puede
acceder a la biblioteca, amplia, quizás no tan cómoda como sala de lectura, y
muy bien surtida de todo tipo de libros en castellano e inglés. De aquí tomé
prestado uno que me tendré que comprar por la cantidad de lugares mágicos y
diferentes que se encuentran en la provincia. Su nombre, Matarraña insólito; su
autor, Jesús Ávila.
En el pasillo con tanto
encanto, hay dos puertas a cada lado. La de la derecha conduce a una pequeña
sala con chimenea, completamente acogedora, más propia de una casa que de un
hotel.
Detrás de esta sala se encuentra
la biblioteca. Sobre la mesa grande hay un álbum de fotos de cómo se rehabilitó
esta masía, y al verlas, porque según se ve quedaba poco más que los muros en
pie, cuesta creer y entender cómo Piers y Jemma, una pareja de británicos,
llegaron a este pueblo y a esta masía de Teruel en los años ochenta (eso creo
recordar por las fechas de las fotos), cuando "Teruel no existía", y viendo esos
muros encontraron el paraíso, que lo pusieron cómodo para los viajeros y
abrieron sus puertas para nuestro goce y deleite. También hay una selección de
cds, música clásica, para disfrutar de todos los placeres en conjunción.
Desde la sala anterior se
accede al “minibar” del hotel, donde nos quedamos con la boca abierta por el
coqueto lugar que han creado, donde algunos de los clientes se están
abasteciendo sabiamente.
En esta particular bodega
sólo se pueden abrir las botellas de vino colocadas en la mesa central, el
resto se pueden ir degustando durante las cenas…pero aquí también se realizan
catas de vino, bien como actividad programada por el hotel o bajo petición de
los clientes.
Como no solo de alcohol vive
el hombre, también hay bebidas para acompañarlo o para tomarlas solas. En la
pizarra los precios de las bebidas, al lado de lo que nosotros entendemos como
minibar (entendido como pequeña nevera) unos pequeños aperitivos de frutos secos y aceitunas, y unas cajas con
hojas para rellenar con las consumiciones realizadas.
Unas escaleras conducen a
una gran sala de estar con sofás, donde se pueden tomar las copas, hablar con
los amigos o jugar con ellos con juegos de mesa…es el salón de casa, pero
nosotros no hicimos uso de él y al final se nos pasó hacer la foto.
Pero este recorrido tuvo un
comienzo, y este fue en la puerta a la izquierda del pasillo coqueto, frente a
la que da a las salas arriba mencionadas. Esta puerta da acceso a muchos
lugares, pero a uno en particular, al hogar y al alma de esta casa, cuyas
paredes si pudieran hablar tendrían historias de todo tipo para contar: de sus
viajeros, que aquí comparten el desayuno, y no se trata de compartir como
eufemismo sino como verbo activo; de sus cocineros y trabajadores, que pasan gran
parte del tiempo en ella, y donde es posible encontrarlos, aunque nunca es seguro; de sus
recetas, para chuparse los dedos; de sus talleres de cocina, porque aquí se
realizan talleres de este tipo, a los que tendré que apuntarme y no solo para
aprender sino para disfrutar del arte de preparar y compartir conocimientos y ganas…¡historias y más historias,
placer y más placer.
Aquí fue donde conocimos a
Marga, que fue nuestra guía por el hotel, y este comedor-cocina, o cocina con
office por aquello de utilizar un anglicismo tan bien traído a este lugar, es
al tiempo la recepción, y es por la razón de que casi siempre, e insisto en el
casi, se encontrará alguien aquí, ya sea cliente o colaborador del hotel.
Detrás de los fogones no
hemos conocido a Jordi, el chef actual, pero sí sus creaciones, que no son
minimalistas aunque tienen un toque de modernidad y creatividad, y mucho menos son minimalistas en cantidad, pero lo que sí son es sabrosas, de comer con gusto y chuparse los dedos (aunque no se deba y no se haga).
A las que sí conocimos fue a Anamari, gracias de nuevo por tu trato y tus desayunos, aunque ahora tenga algunos kilos de más, y a Nati, que salía a echar una mano cuando a los clientes nos daba por llegar todos juntos a desayunar (aunque lo normal era hacerlo en cascada, de cuatro en cuatro más o menos). De gastronomía ya hablaremos y veremos en otra entrada dedicada al restaurante del hotel.
A las que sí conocimos fue a Anamari, gracias de nuevo por tu trato y tus desayunos, aunque ahora tenga algunos kilos de más, y a Nati, que salía a echar una mano cuando a los clientes nos daba por llegar todos juntos a desayunar (aunque lo normal era hacerlo en cascada, de cuatro en cuatro más o menos). De gastronomía ya hablaremos y veremos en otra entrada dedicada al restaurante del hotel.
Marga, después de enseñarnos
el minibar, la biblioteca y la sala de estar, a través de la cocina nos conduce
a nuestra habitación, y para ello pasamos por el comedor, ya no el de diario,
sino el de postín para las cenas.
No falta la chimenea, que
siempre está prendida, es un detalle más del calor que se siente en este
hotel…calor de todo tipo, aunque el humano es el que más nos ha calado y calentado.
Desde la cocina hemos
accedido al comedor por una escalera a la que tampoco le falta su rincón con
encanto, cierto es que las dos sillas también tienen la utilidad de poder
utilizarse en la mesa de la cocina si acudimos todos los comensales a tropel,
pero el sitio elegido creo que le otorga un punto más a la decoración.
Desde el comedor
se tiene acceso a la sala de internet, donde hay un pc pórtatil desde donde
poder conectarse con el mundo, porque un detalle que no he comentado es que
aquí no hay comunicaciones. La señal de teléfono es de Movistar así que si tu
compañía es otra, como nuestro caso, es casi imposible realizar llamadas, y los
pinchos de internet tampoco valen, si no son de la misma compañía telefónica del hotel para poder acceder a su red.
Con comunicación directa con
el comedor se encuentra nuestra habitación, se agradece no tener que salir por la noche por el patio en invierno, de bonito nombre Ajedrea.
Para estancias largas, y
esta ha sido mediana, cinco noches, preferimos habitaciones con salón a ser
posible, ya que nunca se sabe si alguno de los días se sale indispuesto (como ocurrió por desgracia uno de los días en mi persona) o si se
llega antes de lo previsto después de una excursión pero no se quiere pasar el
tiempo en los salones comunes, es más como un “por si acaso”, aunque claro,
cuando lo tienes al final acabas utilizándolo.
Como estamos en Navidad
tenemos nuestro propio árbol.
Hay una chimenea, y de nuevo más calor, tanto real como interior,
ya que una chimenea siempre da más sensación de hogar; aunque nosotros no la
utilizamos, la habitación estaba tan caldeada que no era necesario, para ello
había que bajar la calefacción y el dormitorio y sobre todo el baño se
quedarían fríos.
Hay una televisión, un
aparato de televisión, pero no para ver los programas de televisión, sino
para ver las películas en VHS o DVD que están a disposición de los clientes, en
las habitaciones ya hay un buen surtido, pero para novedades cinematográficas
mejor llevarse las propias (y si es necesario el cable para enchufar el aparato a la
televisión).
En el dormitorio la cama es
amplia y acogedora, con sábanas suaves y un edredón que te abraza pero no te
asfixia. Desde hace tiempo, y no sólo en los viajes, yo no sabía que se podían
dormir nueve horas seguidas, y aquí he llegado a hacerlo, y más por no molestar
a mi marido en su espera de mi perezosidad que me he levantado, aunque me hubiera gustado continuar…y esto en mí de
vacaciones es de lo más inusual, que suelo despertarme antes de que suene el
despertador y que luego voy detrás de mi marido para que se levante él, pero en
esta ocasión estamos de auténticas vacaciones, y desde el primer día lo conseguimos,
sin hacer ningún esfuerzo ni sentirnos traumatizados por no correr…y es que en
La Torre del Visco el tiempo corre despacio, y si tú quieres, házle correr
deprisa.
Un detalle de agradecer es
el inmenso vestidor que hay en la habitación, en cuantas ocasiones los armarios
de los hoteles se nos quedan pequeños y hacemos malabares para repartir la ropa.
En esta ocasión está preparado para venirte con la casa a cuestas y vivir una
larga temporada aquí…
El vestidor comunica con el
baño, de nuevo amplio aunque no para compartir ya que tiene un único lavabo,
bañera normal, y el equipamiento básico de supervivencia con gel, champú,
loción corporal, set dental, gorro de baño, set de afeitado y secador de pelo.
Al principio pensaba que la
falta de comunicaciones, y también tenía motivos para estar preocupada por causas familiares, pero
esto es otra historia demasiado personal, y no tener televisión, como señal y
no como aparato, podría acabar resultando difícil e incluso incómodo, pero no
hay nada como estar allí para no echarlos de menos. Las comunicaciones se
pueden tener, bien a través de internet en la pequeña sala del hotel o bien a través de la oficina, ya que
este teléfono se podría utilizar en caso necesario, aunque la experiencia ya me
mostrado que las malas noticias llegan, y que además lo suelen hacer con
rapidez (se supone que así duelen menos al noquearte primero). Respecto a la
televisión, si que he echado en falta llegar por la noche y ver-escuchar las
noticias, porque es casi una acción automática en casa, por lo menos escuchar
los titulares, pero para el resto no se echa en falta, y la verdad ¿quién puede
echar en falta la televisión de calidad de nuestro país? (obviando algunos
programas o series, pero para esto sí que hay colores y gustos).
En resumen, un lugar donde
perderse y donde disfrutar de la comarca del Matarraña como iremos desgranando
poco a poco, de la gastronomía de la zona y del hotel y de la sencillez de la vida, de un buen lugar donde alojarse
y sentirse como en casa, bien cuidado.
Gracias a todo el equipo de La Torre del Visco.
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