Los
mercaderes del templo
Antes de comenzar nuestro paseo melbournés agradecer la sugerencia del título a un buen amigo.
Más adelante de la Burnston Reserve se encuentra
una pequeña iglesia luterana, Dreifaltigkkeils Kirche, y al final St Patrick’s
Cathedral, catedral católica, cuyas torres asoman en la fotografía de la Tasma Terrace. En su mayor parte fue construida entre 1858 y
1897 en estilo neogótico, un lapso de tiempo bastante amplio por las
dificultades económicas que surgieron por la depresión de la ciudad en 1891.
Realmente se consagró sin ser terminada, hecho que no se completaría hasta
1939.
El arco gótico de la puerta
de entrada contiene una rejilla de bronce en la que se encuentran San Patricio,
Santa Brígida y Santa Colomba; por encima de ellos, grabados en piedra, el emblema de las
Llaves Cruzadas y de la tiara papal para dejar constancia su estatus de
basílica menor, concedido por Pablo VI en 1974, después del Congreso que tuvo
lugar en la ciudad el año anterior.
Sobre la puerta de entrada
un cartel curioso, ¿se respetará?, en nuestras iglesias o juzgados cada vez es más común la prohibición de tirar arroz, pero viendo el suelo la mayoría de las veces no se respeta, y es que es difícil prescindir de las tradiciones, aunque estas conlleven ensuciar la ciudad.
Del mismo modo que no se debería tirar nada para mantener el estatus de limpieza no seré yo quién tire la primera piedra ni a favor ni en contra, y no por no posicionarme, sino por no tener que comerme mis palabras en cualquier evento futuro.
El interior de la catedral consta de tres
naves, en la central seis columnas a cada lado que representan los Doce
Apóstoles (aquí no falta ninguno como en el mar, en la Great Ocean Road).
Detalle de la pila de agua
bendita.
Detalle del suelo, que cuando están tan impolutos y son tan bellos da miedo pisarlos y se intenta hacer con cuidado.
Detalle de las vidrieras.
No falta el órgano, aunque
más llamativo a nuestros ojos fue uno pequeño que se encontraba protegido por unas vidrieras, solo
faltaba un maese a sus teclas, que bien podría ser el Maese Pérez creado por Gustavo Adolfo Bécquer.
Parece más un pastel de
cumpleaños antes que el lugar de las ofrendas y peticiones.
De la catedral no tenía mucha
información y el folleto que tomamos dentro de la iglesia, muy mal traducido
por cierto, no avisa de las posibilidades del exterior, con lo que cometemos el
error de no dar la vuelta al exterior de la iglesia como solemos hacer y nos
vamos hacia el lado derecho, que nos va mejor para nuestro próximo destino,
dejando el izquierdo sin explorar, donde ahora descubro que hay una estatua de
O’Connell, el nacionalista irlandés. En su lugar me encuentro con la que fue mi
patrona en los años de estudiante, Santa Catalina de Siena.
Por este lado lo que
encontramos es otra bonita fuente, que mira que las hacen originales y bonitas
en el país, derroche de agua supongo. Tanto en la bajada como en los laterales
hay salmos escritos como este: “The Lord leads me by quiet waters to revive my
dropping spirit”, Salmo de David 23 (22).
En los jardines que rodean
la iglesia creo recordar que había una torre exenta como campanario, lo que con toda seguridad había era un edificio
bajo que alojaba una gran tienda de souvenirs y artículos religiosos, creo que
nunca habíamos visto ninguna tan extensa, y con esto se llega a la razón del título de esta entrega (que al César lo que es del César, y a Francisco lo suyo).
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