Policías y ladrones
Saltándonos el día 2 continuamos con el día 3, siguiendo la visita por Sydney. Vamos en dirección al Circular Quay, pero a su parte interna y terrestre, Alfred St, donde se encuentra el edificio de la Customs House (aduana), construido en 1885, que nos recuerda el tiempo en que los barcos mercantes amarraban en el cercano muelle. En su fachada destaca el escudo de la corona británico (el león y el unicornio) y el reloj, enmarcado entre tridentes y animales marinos.
Se puede entrar a su vestíbulo y a algunas salas, nosotros solo lo hacemos al primero, donde debajo de un suelo de cristal donde se menciona a los antiguos propietarios aborígenes del terreno donde se asienta la ciudad, los eora, hay una maqueta de Sydney y su bahía.
En la azotea hay instalada una terraza, desde la cual tiene que haber vistas interesantes a Circular Quay, pero es muy temprano para estar abierta, seguro que un buen lugar para los noches de primavera.
Desde Alfred St llegamos a Albert St (jueguecitos de nombres) donde se halla el Justice and Police Museum, instalado en edificios que fueron sede de la policía portuaria y el tribunal de policía, construidos en 1856 en un estilo revival, basado en las basílicas donde se situaban los tribunales romanos - ¡Ave poli!-. Coste de la entrada, 10AU$.
El museo resulta ser muy interesante, con una sala dedicada al cuerpo similar de la CIA en Australia, ASIO (Australian Security Intelligence Organisation) con el proyecto VENONA después de la Segunda Guerra Mundial, una colaboración de los servicios de inteligencia británicos y estadounidenses, con la participación de Australia; el seguimiento de supuestos y no tan supuestos miembros comunistas, en un ambiente hippy en muchas ocasiones…la lástima es que todo es en inglés, como es normal, y el traducir todo nos lleva demasiado tiempo, con lo que es una pasada no muy rápida pero no lo suficientemente lenta.
La sala denominada Crimen y Castigo muestra objetos de castigo y tortura de las prisiones de Nueva Gales del Sur, como esta especie de embudo que introducían a los prisioneros charlatanes (se demuestra que el silencio es bueno en ocasiones) o revolucionarios.
Entrar en el Tribunal Policial es como entrar en una película, pero no en blanco y negro sino a todo color. Hay vitrinas con togas y con los pelucones blancos de rizos, aunque se les nota que necesitan un buen abrillantado y cepillado.
En la sala sale el niño que todos llevamos dentro, y a algunas le es muy fácil sacarlo. Con esta carita de buena que voy a ser sospechosa o culpable.
En la sala Museo del Crimen se exhiben armas incautadas a los delincuentes (algunas impresionan tanto por ser toscas como dolorosas).
Detrás de esta vitrina se intuye un panel con fotografías de detenidos (a algunos te los encuentras de noche y aunque solo sea para pedirte la hora se te para el corazón).
En la sala de acusaciones, que era la entrada principal a la oficina de policía, era donde se fotografiaba a los detenidos, donde por supuesto también hay un juego, pero esto se queda en el álbum privado, vosotros me enténdeis y donde se tomaban declaraciones.
Un pasillo conduce a las celdas de detención, donde se esperaba el juicio o finalmente eran puestos en libertad; la primera de ellas, la más pequeña de todas, podía llegar a albergar a 12 detenidos. En ellas ahora hay exposiciones sobre el ámbito policial: la relación con los aborígenes, la ciencia forense y la dedicada a los salteadores de caminos, bushrangers, como el mítico Ned Kelly, aunque él no pasó por aquí. En ellas se cuentan historias trágicas, porque hablar de asesinatos y muertes es trágico pero hasta con su toque de humor, como el caso de un perro, Cherry, que ayudó a esclarecer un secuestro, por el ADN de su pelo y fue disecado (allí está para recuerdo y homenaje).
La última sala que visitamos exhibe trajes de policía, chapas, sombreros -como han ido cambiando con el paso del tiempo-; máquinas de fotografías (incunables instrumentos) y fotografías de sucesos acaecidos (muchas de ellas de accidentes de tráfico).
Con el deber cumplido salimos del museo contentos con su visita, ¡¡no me quiero quedar!!, ni mi marido tampoco que con el payaso que tuvo que soportar durante la visita creo que estuvo a punto de realizar un asesinato…que ideas e instrumentos allí no faltaban.
Una visita instructiva a la par que divertida.
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