Zorros por todos lados
El hotel en esta ocasión se encuentra en la zona de Akasaka, por aquello de variar, aunque lo importante a la hora de elegir uno u otro es que se encuentre cerca de una estación de metro, el mejor aliado para andar por esta inmensa urbe.
La razón de volver a Tokio cuando planificamos el viaje era para conocer algunos de los lugares importantes en los alrededores, o algo más allá, como la ciudad de Kamakura o el Valle de Nikko, pero la ciudad nos atrapó totalmente al conocerla en parte al comienzo del tour y somos de aquellos que nos gusta conocer todo lo que es posible las ciudades, con lo que deshechamos la idea de salir de ella para disfrutarla más, en rincones menos turísticos y en algunos completamente asediados por los turistas y por los tokiotas o japoneses en general.
Antes de volver a caminar por la ciudad conozcamos más de su historia. Edo era una antigua aldea de pescadores que se agrupaba en torno a un castillo en ruinas, que arrebató la capitalidad a Kioto en 1603 y en el siglo XVIII llegó a ser la primera ciudad del mundo.
De 1637 a 1868, durante el período de aislamiento, Edo se mantuvo como la cuna de la cultura urbana japonesa, y a partir de 1868 llegaron las influencias occidentales y su rápida modernización. Del antiguo Edo no queda casi nada, Tokio quedó destruida por el gran terremoto de Kanto de 1923 y las bombas dos décadas después. Con la reconstrucción se fue transformando en la ciudad moderna que es hoy, con vestigios del pasado en algunos enclaves concretos.
En el hotel preguntamos cómo llegar a un santuario que no parece lejos en el mapa, pero el jovencito afortunado con la pregunta no tiene ni idea de donde pilla y nos conduce a otra persona más mayor, que primero mira con cara asombrada y luego con una sonrisa, saca un mapa de la zona y nos señala perfectamente como llegar, diez minutos andando. Supongo que como no es de los más visitados no se esperaba que quisiéramos ir allí. Juventud incrédula contra experiencia con fé.
El santuario es el de Toyokawa Inari, también llamado Myogon-ji.
Dentro de él los edificios altos nos rodean, es la tónica de la ciudad que crece en todas direcciones, y la vertical es una de las importantes.
Las características más destacables son la cantidad de faroles rojos, banderas blancas y rojas en tiras, y sobre todo, muchos Inaris, el dios del arroz (con figura de zorro ¿os acordáis de los miles de toriis del Santuario de Fushimi Inari a las afueras de Kioto?), de todos los tamaños y por todas partes. Resulta simpático este santuario.
En el lavadero de las purificaciones dos dragones enroscados como surtidores.
Varios detalles diferentes que encontramos en este santuario. El primero un rincón de tortugas de piedra, a las que se les deja sobre sus cabezas monedas.
El segundo detalle es una especie de pequeño teatro, por supuesto con Inaris en su interior realizando la representación.
El tercero es una figura maternal, lo más parecido que para nosotros sería una Madonna, que es la primera vez que la vemos, o por lo menos la primera vez que nos hemos fijado en ella (por si acaso el algún templo o santuario no la viéramos en su momento).
Callejeamos en busca de una calle, Mitsuji-dori, que todavía es territorio de geishas, pero no son horas para ellas, demasiado temprano, y aunque encontramos arquitectura tradicional de madera, la zona es principalmente moderna. No vimos ninguna geisha pero si este local que no sabemos lo que era, pero llamativo y curioso si que resultaba.
También nos topamos con una boca de bomberos en el suelo, ¡¡que manga!!.
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