Terminada la discusión del cambio de habitación, salimos corriendo del hotel y andando vamos a la estación de trenes, aunque se nos ha hecho más tarde de lo deseable nos vamos a conocer un santuario que es famoso por los toriis que tiene, más de cinco mil, el santuario Fushimi Inari. Se dice que en un día de lluvia sería imposible mojarse al pasar bajo ellos.
En la estación preguntamos varias veces ante el riesgo de confundirnos y acabar en cualquier otro lugar, pero todo es muy fácil, se siguen las indicaciones y se llega al andén sin pérdida. Es un tren regional tipo metro, con lo que no hay asientos numerados.
El primer torii de todos, el que avisa de la existencia de un santuario.
Le sigue otro torii y una puerta de acceso.
Inari es el dios del arroz y del sake, y en el país hay multitud de santuarios en su honor, aunque el principal es éste, cuyos orígenes se remontan al siglo VIII. A Inari se le representa con la figura de un zorro, que no siempre presenta este aspecto fiero de guardián. Pero Inari tiene un aspecto negativo, ya que el zorro tiene fama de embrujar a las personas, así que los supersticiosos evitan estar cerca de los santuarios de Inari tras la puesta de sol, y nosotros estamos ya en esta hora. Lo que lleva Inari en su boca parece un arma, pero en realidad es una llave, la que cierra el granero de las cosechas.
Después de unos pequeños toriis que van marcando el camino llegan los pasajes de toriis, que impresionan mucho, tanto el verlos como el pasar por debajo. Quizás no tantos Iranis como toriis, pero figuras de este dios también hay muchas durante el camino, de todos los tamaños.
Entre los toriis se ve bosque, con lo que no solo es arquitectura, es un bonito paraje.
Cada torii es una donación, principalmente de hombres de negocios rogando por la prosperidad de los mismos.
En un punto del camino los toriis se desdoblan, sería complicado dedicarse a contarlos.
Por si fueran pocos, en los altares que vamos encontrando por el camino hay infinidad de ellos colgados, supongo que como ofrendas.
Va cayendo la noche, así que sólo llegamos hasta un pequeño lago que hay a medio camino y decidimos bajar. El recorrido total puede significar unos 4 km hasta la cima, y es una pena no poder alcanzarla. Con lo poco recorrido y visto disfrutamos un montón en este santuario, y creo que es una visita que a ser posible se debe realizar.
En el camino de vuelta conocemos parte de la "fauna" local, alguno de ellos me dejó su marca en las piernas.
Este santuario fue elegido por Rob Marshall, el director de Memorias de una Geisha para los últimos planos de la película.
De vuelta a Kioto en el tren, y ya que estamos en la estación aprovechamos para conocerla, ya que arquitectónicamente merece la pena, hay una ampliación de la misma que llaman El Cubo que es impresionante, nuevamente acero y cristal de la mano y con espacios abiertos.
Nos quedamos a cenar en uno de los restaurantes, que elegimos por mayoría y aconsejados por una pareja que la noche anterior ya había estado aquí, un italiano, es hora de recordar la comida occidental.
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