18 de enero de 2011

Vietnam - Hoi An (1) - Tumba japonesa - Mansión Phung Hung - Puente japonés - Barrio Francés - Museo del Folklore - Hoi Phuoc Kien - Museo de Cerámica


Comerciantes, compras e historia

Hoy nos recogen a las 9 h, esto sí que parecen vacaciones, nada de madrugones. Tenemos cambio de coche, a nuestro conductor le reclaman en Hué, ir solo dos en la minivan es una pérdida de plazas, con lo que nos dan el cambio a un coche, que siempre es más cómodo. 

Nuevamente a la carretera, a la salida se ve claramente lo que contaba sobre el crecimiento de la ciudad: hoteles de lujo construidos y construcciones en marcha, la Marbella vietnamita en marcha.

Pasamos por los antiguos hangares de la base norteamericana que se estableció en Danang.


Formaban, y siguen formando, parte del aeropuerto, aeropuerto que se hizo mundialmente famoso por unas dantescas imágenes: tras la liberación del sur por el Vietcong, soldados y civiles intentaban huir del país por las represalias, y la compañía americana World Airways fletó dos Boeing 727 para evacuarlos, haciendo caso omiso a las órdenes del Gobierno. Los que querían subir a los aviones eran más de los que podían hacerlo, con lo que hubo peleas, avalanchas, militares que a golpes o a balas impusieron su fuerza…tuvo que ser un auténtico horror. Una madre logró embarcar a su hijo lanzándolo al interior. Algunas personas se agarraron en su desesperación al tren de aterrizaje, con lo que desestabilizaron uno de los aviones y cayó al mar. Nada mejor que un vídeo para ilustrar lo relatado. 

En el camino a nuestro destino Hieu nos pregunta si queremos parar en una tumba, que él creyó que era por la que le preguntaba el día anterior, y por supuesto le decimos que sí. Por esto pienso que si nos ha llevado por todos los lugares que se le han ocurrido, los que le hemos pedido, ha estado siempre dispuesto para todo, no tiene sentido que no nos llevara  a todos los rincones de la pagoda-cueva de las Montañas de Mármol

Para llegar a la tumba tenemos que entrar por arrozales, en los que había una pareja de novios haciéndose fotos y nuestro guía nos ofrece posar con ellos, pero a mí esto me parece poco respetuoso, otra cosa hubiera sido que los novios como un detalle gracioso para ellos nos hubieran llamado.

Una cosa curiosa sobre esto de los novios y las fotos, es que normalmente las fotos las hacen antes de casarse, incluso con meses de antelación, vestidos con toda la parafernalia, yo les decía que con una vez basta, que a mí me pillan para las fotos pero no para la boda días o meses después.

A la entrada del camino recomendaciones sobre como visitar la tumba del japonés Yajirobi, comerciante del siglo XVII: vestir decentemente, no escalar ni escribir ni cavar en ella, no entrar con animales.

En el camino hacia la tumba un campesino que trabajaba en la plantación de loto se me acerca y me ofrece una flor, cosa que me deja totalmente descolocada, ya no sabes si espera algo (dinero) o no, miro a Hieu desconcertada, le agradezco al campesino y le digo que no, que muchas gracias, pero él me pone la flor en la mano y se va, creo realmente que no esperaba nada, que por algún motivo quiso hacerme ese regalo, no siempre hay razones económicas detrás aunque siempre tendamos a pensar mal (o en este caso yo pensara mal).


Otro campesino que va delante nuestro me da unos tallos de arroz, primero todo pringosos de barro, y luego lo adecenta recortando la parte de abajo. Y por supuesto me encasqueta el non la (si yo no necesito comprármelo, a mí me lo ponen), ante lo que tuve una pequeña lucha de rechazarlo con él, pero al final cedí ante mi marido y Hieu, pero estoy más mona con la flor de loto que con el sombrero para salir en el blog.

Y por fin la tumba, que está orientada hacia Japón. 


En la zona hay más tumbas de japoneses, unos cincuenta, pero esta deber ser la mejor conservada o la más fácil de acceder. 

En el camino de vuelta mi marido le ofrece dinero al campesino del arroz, pero este le dice que no, cuando Hieu nos ha adelantado el campesino se vuelve a acercar a él y se lo pide, él se lo da, y no contento con ello, se acerca a mí y me dice “money money”… que diferencias entre campesinos y modos. A la vuelta busco con la mirada al de la flor de loto porque él si se merece el “money money” pero o se ha adentrado en los arrozales o ha terminado su jornada y se ha ido a su casa.

Llegamos a Hoi An, que desde el siglo X fue un puerto comercial con los chams y durante los siglos XVI y XVII fue de los más importantes del sudeste asiático, en el que recalaban barcos holandeses, portugueses, chinos, españoles, indios, filipinos, indonesios, franceses, ingleses, americanos y japoneses…¿queda alguien por nombrar? Los occidentales llamaban al puerto Fai Fo y comerciaban con todo tipo de productos. 

A finales del siglo XVI, los señore Nguyen que gobernaban Vietnam del Sur invitaron a los japoneses y chinos a asentarse en diferentes zonas de la ciudad portuaria de Hoi An. Permanecían en la ciudad hasta el verano, cuando los vientos cambiaban de rumbo y les permitían el regreso a casa. Durante los cuatro meses que permanecían en Hoi An, los comerciantes alquilaban casas para vivienda y almacén. Con el tiempo, algunos mercaderes empezaron a dejar agentes permanentes para encargarse de los negocios durante los meses de temporada baja.  

Hoi An quedó casi destruida por completo durante la rebelión de Tay Son en el siglo XVIII, y tras su reconstrucción continuó siendo un importante puerto comercial hasta finales del siglo XIX, cuando el puerto cayó en desgracia al empezar a encenagarse el río Thu bon, y el escaso caudal impedía la navegación de los barcos. 

Haciendo honor a su fama de comercio y comerciantes nuestra primera parada es en un taller de artesanía. Antes de entrar en las compras nos enseñan el proceso de creación de la seda, Hieu nos deja en la compañía de una señorita que nos lo contará en inglés, así que algunos cosas las pillamos mejor y otras peor. 

Comenzamos con los capullos.


Continuamos con los gusanos, que están en grandes cestos con sus hojas de morera, y aquí, como supongo cientos de turistas más, le explicamos que nosotros de pequeños teníamos la costumbre de criarlos en casa (todavía no entiendo la gracia de esto, a mí nunca me gustaron). 

Los capullos son puestos a calentar en agua hirviendo para que salga el hilo del mismo con facilidad, con la polilla en su interior para que no rompa el capullo cuando ella quiere salir y así no estropear el hilo.

Para luego ir recogiéndolo con una máquina y hacer una madeja.


De aquí pasamos al telar y al tinte y nos perdimos con las explicaciones en el inglés, y pedir que lo repitiera era demasiado, para ella y para nosotros, aunque el telar es como todos los telares, con su sonido ensordecedor cuando se pone en funcionamiento.

Ahora ya directamente al ¡¡¡shopping!!!. Primero pasamos por la sección de mantelerías y luego a la sección de cuadros bordados, donde caemos con todo el equipo, y no uno, sino tres bonitos cuadros: uno con paisaje vietnamita vivido, un sampán navegando por el río; otro con el símbolo de la felicidad en letras doradas;  y el último, de una vietnamita con un ao dai blanco y melena negra dirigiéndose a un flamboyano, con el fondo negro (preciosos de verdad).

Pasamos a la locura, la sastrería, donde se elige el modelo (aoi dai, camisa, vestido, pantalón, traje….) para señora o caballero, se prueba para saber si realmente gusta como queda, se elige la tela y a medida lo confeccionan. Debería haber pasado de largo, pero me pudo la curiosidad de un ao dai de manga larga, que no me quedaba bien así que me probé otros de manga corta y ¡¡zas!!, yo caí con todo el equipo.

Lo peor es la parte de humillación pública con la toma de medidas, te lo miden todo, lo medible en un cuerpo, menos mal que cantan los números en vietnamita y solo lo entienden ellos, pero rematan ajustándote la camiseta y haciéndote una foto. La ropa estará confeccionada mañana y me la llevarán al hotel. 

Ahora necesito salir mucho por las noches para amortizar las compras.

En el taller hay más productos con los que llenar una maleta: pañuelos, farolillos, tallas de madera, cuadros de marquetería…en esta última sección decidimos cerrar la boquita y la cartera.

En total casi una hora y media de compras que podría haber sido toda la mañana, pero mejor concentrarlo todo en una tienda que en toda la ciudad, que es el paraíso de la compra de la seda y nos desviaría de todo lo que tiene esta ciudad por conocer.

Ahora podemos comenzar a visitarla con tranquilidad, porque además el bueno de Hieu se encarga de las compras ya que no podemos dejarlas en el coche, de nuevo tenemos que cambiar de transporte, el chófer tiene que irse antes porque que hemos modificado los planes del día y del tour, tendrá que venir uno nuevo a recogernos. Las deja en el taller de artesanía a su nombre para recogerlas antes de tener que volver a Danang.

¿Hay mejor propaganda para los farolillos que la propia ciudad y sus árboles?



La primera visita es la Mansión Phung Hung (Nguyen Thin Minh 4), construida en 1780, por la que han pasado ocho generaciones, que conserva los muebles originales de estilo vietnamita. El edificio se alza sobre 80 columnas.

El tejado y las claraboyas de cristal son de influencia japonesa, y como en las casas de comerciantes japoneses de Takayama no se utilizan los clavos para afianzar las vigas y columnas.



La casa también ejerce de tienda que vende de todo, como ya es normal en el país, y en la que una señorita nos va acompañando a cada paso que damos por ella, incluso nos acompaña al piso de arriba, de nuevo como en Hanoi tenemos una guardiana que te hace sentir como si te fueras llevar algo, si queremos comprar ya avisaremos pero la visita así se hace un poco incómoda aunque entiendo la seguridad y el hecho de que si necesitas preguntar algo mejor estar al lado que tener que llamar a gritos. 



Un detalle curioso es la trampilla en el segundo piso, que se utiliza para la época de lluvias e inundaciones. La razón de que tenga los agujeros no la entiendo, el caso es que en 1999 el agua subió al metro y medio de altura y en 1964 a los dos y medio, y tampoco entiendo muy bien su uso, porque subir por allí sería más peligroso que intentar utilizar las escaleras y para ver como desaparece tu casa me parece algo masoquista. 


Como buenos anfitriones nos invitan a un té caliente, que a mí me hubiera gustado más helado, pero nos lo tomamos y agradecemos. Y continuamos fijándonos en los detalles, los muebles, los altares y sus figuras…

La vista sobre los tejados es encantadora, no se puede construir en la ciudad en estilo que desentone con el ambiente y no se puede sobrepasar cierta altura, las fachadas tienen que tener tonos ocres o amarillos. Buenas medidas para mantener la ciudad a salvo de constructores antiestéticos. Además la ciudad fue declarada Patrimonio Mundial por la UNESCO en 1999.


Siguiendo la calle, al lado de la mansión, se encuentra el puente cubierto japonés (entrada por la calle Tran Phu o por la calle Thi Minh Khai), construido en madera a finales del siglo XVI, y uno de los monumentos más importantes de la ciudad. El puente comunicaba el asentamiento japonés con el chino y fue financiado por los primeros, aunque posteriormente los japoneses se retiraron de la ciudad por la prohibición del comercio con el exterior por el emperador Tokugawa en 1663.


Su forma es bastante arqueada y los franceses aplanaron la calzada para que el paso de los vehículos a motor fuera más fácil, y en 1986 tras una restauración afortunadamente recupero su forma original.

El puente cruza un pequeño afluente del río Thu Bon, río que se ve desde el puente.


En una de las entradas del puente dos figuras, un mono y un perro, que se explica porque se comenzó a construir durante el año del mono y se terminó durante el año del perro según el calendario chino.

 
En medio del puente una pequeña pagoda con un letrero a la entrada que reza “Puente para los transeúntes que llegan de lejos”. Los círculos rojos debajo del letrero son los ojos vietnamitas (mat cua), que están en casi todas las casas de origen chino de la ciudad, son ojos guardianes para proteger el edificio y a sus habitantes de las influencias malignas.


Cuenta una leyenda que existía un enorme monstruo marino llamado Cu que tenía su cabeza en la India, su cuerpo en Vietnam y su cola en Japón, y que cada vez que se movía producía terribles terremotos en Japón y tremendas inundaciones en Vietnam, para remediarlo se construyó este puente en pleno corazón del monstruo para matarlo, pero los habitantes de Hoi An se apiadaron del él y construyeron la pagoda para rezar por su alma.

Comenzamos a pasear por esta bonita ciudad, lo hacemos por la orilla del río.

 
En el río por un lado vemos sampanes, la realidad cotidiana, y por otro figuras gigantes, un tigre, una serpiente y una carpa, la imaginación y las leyendas. 


Casi todas las casas y antiguas tiendas ahora son nuevas tiendas, principalmente de ropa y seda, y restaurantes, todos con bonitas fachadas e interiores que apetece entrar a conocer, uno a uno, pero claro para eso hay que tener tiempo y nosotros solo tenemos este día.

La calle que da al río, Bach Dang, y principalmente su continuación y las adyacentes, es el antiguo Barrio Francés, donde se encuentran las casas coloniales, que se alternan con las casas sino-vietnamitas, y es un no parar de mirar arriba y abajo y al interior. 


Como hace un calor de muerte, el trajín de las pruebas del  ao dai y el corto paseo me han agotado y deshidratado voto por parar a tomar una cervecita, fijaros si hacía calor que necesitaba parar y ninguno de los dos solemos tomarnos muchos descansos. Lo hacemos en un local al lado del río, y  aunque no siempre sirven la cerveza tan fría como se merece el calor del ambiente, entra en el gaznate como líquido milagroso de recuperación de energía.

La siguiente visita es el Museo del Folklore, que por supuesto no es solo museo también es tienda, siempre que haya oportunidad de vender hay que aprovecharla.

En la sala de abajo una embarcación de pesca colgando e instrumentos musicales con los que nuestro guía se dedica a jugar, aparte de coquetear con todo descaro con una de las señoritas que atiende el lugar, tiene labia el chico y eso que dice que tiene novia en Saigón.


En la planta de arriba hay muebles, como una curiosa mesa que se transforma en cama y que tiene ruedas, así como maniquíes con vestidos de fiesta o  para sus procesiones. También una interesante colección de artilugios de pesca, como este donde los peces entran en la cesta en busca del cebo y ya no pueden salir. 

 
Pasamos pero no entramos por el Pabellón de Asambleas Chino, fundado en 1773 como lugar de reunión para los marineros chinos de todos los clanes y que actualmente es una escuela de lengua china para niños nacidos fuera de su país y taller artesanal.

Lo que si vamos a visitar es la pagoda Kim Son o el Hoi Quan Phuoc Kien (46 Tran Phu), donde se reunía el grupo chino fujian en el siglo XVII y que se transformó posteriormente en templo.

Una puerta da entrada a un patio al fondo del cual hay una triple puerta.


Detrás de la triple puerta otro patio, y al fondo la pagoda. 


Que aunque parezca difícil a estas alturas de templos y pagodas nos sorprende su decoración, son muchas más filigranas en los tejados y sobre todo hay figuras diferentes e incluso más divertidas en ellos.

 
En el pórtico de la entrada también hay decoraciones atípicas respecto a lo visto hasta ahora, multitud de estatuaria o cuadros con estatuas en cerámica.

Lo que más impresiona al entrar es el incienso cónico colgado del techo, es una visión preciosa, mística y nada cargante de olor. Cada uno con su cartel indicando el donante, no siempre del país, había varios de Europa y USA.

Según se entra a la derecha hay un panel con Thien Hau, diosa del mar, que alumbrándose con un farolillo cruza el mar bajo una tormenta para rescatar a un barco que se hunde, esta es su misión.

En la pared de enfrente el mural representa a los cabezas de familia de seis clanes que huyeron de Fujian a raíz del derrocamiento de la dinastía Ming, y no parecen amigables.

Caminado hacia el altar en el lado derecho se encuentra la reproducción de un junco chino como el que usaban los comerciantes, que tenía sus detallitos, casi como un Playmobil Junco.

En el altar principal por supuesto Thien Hau, vestida con un traje que parece ser le cambian cada año (ha salido coquetuela la diosa).

 
A su derecha otro altar con unas figuras que representan a las 12 comadronas, cada una de las cuales enseña a los recién nacidos una habilidad necesaria para el primer año de vida: sonreír (que bonito), mamar (sin comentarios), estar tumbado panza abajo (anda y que no saben)…Las parejas sin hijos suelen venir a rezar y pedir descendencia. Hay otras figuras más grandes, son hadas, pero no sé su finalidad, supongo que ayudarán en estas enseñanzas. 

Esta pagoda ha sido refrescante, incluso hipnótica por sus figuras, sus colores, sus estatuas diferentes, su incienso…Vértigo (el cine y nosotros vamos juntos en la vida y viajes).

 
Nuestra siguiente visita es al Museo de Cerámica, con piezas incluso rescatadas de barcos hundidos. En el patio por supuesto un mosaico de cerámica como hemos visto en otros templos. 

Enfrente del museo una bonita tienda de farolillos, ¡¡que me los ponga todos oiga!! Se ven tan bonitos que son una tentación completa, pero ya compramos uno en el taller de artesanía y no es cuestión de llenar una maleta con ellos. 

La siguiente parada, nosotros solo seguimos a Hieu de momento, es en un taller de cerámica, del museo a la práctica. Nos hacen una demostración en el torno. Son piezas pequeñas y las hacen casi a ciegas por la costumbre, pero es sorprendente ver la facilidad con la que moldean y cortan la pieza con un pequeño hilo o con los dedos.  


De aquí, donde nos encontramos un grupo de españoles, en todas partes hemos oído castellano y te sientes acompañado, Hieu nos lleva al mercado, está claro que es un punto siempre importante en las visitas y Hoi An no iba a ser menos. 

Es igual de caótico que los demás que hemos conocido, aunque no es tan grande, pero como hay una zanja en medio es más difícil caminar, porque además las bicicletas pasan por allí, todo se hace estrecho en algunos momentos y parece que te vas a caer en los tenderetes o sobre las vendedoras del suelo.




Una de esas imágenes que se nos ofrece y que en cualquier ciudad a lo mejor no llamaba tanto la atención pero allí todo es “atencionable” de otra manera, en un país donde con sólo mirar  la vida en la calle se aprende, se entretiene y se disfruta. 


Salimos del mercado y en las calles tiendas de ropa, una detrás de otra, es la ciudad de las telas y la confección a medida. 



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