29 de diciembre de 2010

Vietnam - Hanoi (2) Barrio Antiguo


En el paraíso de las compras salimos sin comprar

Comenzamos el día con un buen desayuno, y a pesar de no haber dormido todo lo que debería no me encuentro cansada, supongo que por la emoción de lo que nos espera por descubrir. En una plaza pequeña al lado del hotel unos dragones de piedra, animales míticos y asiáticos por excelencia.

Lo primero que hacemos es buscar un banco para cambiar dólares por dongs, ya que aunque se pueda pagar en todos los lugares en la moneda americana, los precios siempre están establecidos en la nacional con lo que es mejor para no tener problemas con el cambio aplicado, como ya nos pasó la tarde anterior. Para ello utilizamos el banco nacional del país, Vietcombank. 

Pasamos por el lago, es el camino de ida y vuelta todos los días, ya que el hotel se encuentra en el lado este del mismo, , con lo que por un lado u otro siempre tenemos que pasar. La ciudad se está engalanando para celebrar su milenio.

De nuevo por el Puente del Sol Naciente, The Huc, construido en 1885 en madera lacada y ahora se puede ver mejor su color rojo.

Con más luz que la noche anterior contemplamos la entrada (realmente tiene como tres puertas con arco, como ya comenté sin puertas, pero esta es la más cercana al templo y principal) del Templo de Jade,  más allá de aquí hay que pagar. En la parte de la izquierda veis la tortuga que ya os presenté. 

Esta es la puerta anterior, antes de cruzar el puente rojo, donde llaman la atención los paneles a los lados con animales. A la izquierda un tigre y a la derecha  no lo tengo muy claro, parece una especie de dragón envuelto en bruma, pero podría ser que no. 


Y la primera puerta de todas. En la parte superior de las columnas dos supuestos tinteros, y a ambos lados , en la parte medio-inferior se hallan los caracteres chinos de la felicidad y la fortuna. Recordar que estamos haciendo el camino de salida del templo. 








A la izquierda de esta puerta e encuentra la Torre del Pincel de Tinta (supongo que mojándolo en los tinteros mencionados anteriormente), de la que es imposible tomar una foto completa por el árbol, y aunque alguna japonesita escaló por las rocas para la foto, ninguno de los dos estamos por la labor. Es una especie de obelisco de cinco pisos con los caracteres chinos “escribir, azul y cielo”. 




Saliendo del lago y del pequeño parque que lo rodea, se encuentra el Monumento a los Mártires, dedicado a los que murieron por la independencia del país. En casi todas las ciudades hay monumentos dedicados a sus caídos, aunque no suelen ser de figuras sino más bien estelas.

Nos adentramos en el Barrio Antiguo, al que también se le llama de las 36 calles, donde se asentaron los artesanos en el siglo XIII para abastecer al palacio. Cada una de las calles pertenecía a un gremio, y normalmente sus nombres llevan la palabra hang (mercancía) y el artículo que vendían. 



El caos de cables de electricidad es tremendo, y además sobresale un altavoz entre ellos; por lo que leí de un blog de un estudiante becado, estos altavoces se utilizan para arengas políticas, y no siempre a horas normales sino que ayudan a madrugar. Como esta foto de cables en este barrio y en la ciudad hay varias y a cada cual da más susto. La razón de su existencia en Japón eran los terremotos, supongo que aquí serán los tifones, ante una catástrofe es más fácil recuperarlo todo si se tiene a la vista, sin necesidad de obras…o simplemente desidia o falta de presupuesto. 

De este barrio me esperaba calles más estrechas y no lo son, pensaba que sería más difícil caminar por él y a pesar de las motos por la calzada y las aceras, de la gente aposentada o tirada en las aceras, de los vendedores en cualquier esquina o lugar, no me parece tan complicado, aunque hay que aguantar el tirón del ofrecimiento continuo de los conductores de ciclo a cada momento, y curiosamente lo hacen siempre a los dos, supongo que si uno pica…Además no se cortan un pelo, desde la calzada te llaman la atención bien con “hello” bien con un silbido. 

La escena típica de las vendedoras en los países del sudeste asiático.


Callejeamos por el barrio y andamos por donde nos dejan, pero todo lo que vamos viendo es una auténtica explosión visual, no hay tienda que no esté abarrotada, no hay local en el que no haya una tienda, no hay aceras en la que no haya motos y personas sin hacer nada o haciendo algo que desconocemos…es otro mundo, es un mercadillo más allá de lo concebible, ¡¡ríete del Gran Bazar de Estambul!!, eso sí, no suelen ser productos de alta calidad, solo en ocasiones contadas se ve ropa confeccionada de calidad, el resto suelen ser camisetas y gorras. En la foto una de las llamativas y atestadas tiendas, en este caso de productos de altar de todo tipo, farolillos tipo pagoda y amuletos. 

Pasamos por el Templo de los Gremios (64 Hang Quat) pero está completamente cerrado y solo contemplamos su fachada. Llegamos hasta el Museo de la Independencia (48 Hang Ngang), instalado en una residencia donde vivió Ho Chi Minh en 1945 (todo lo relacionado con él es venerable) y donde escribió el discurso de independencia, pero nuevamente cerrado, aunque realmente parece que no hay mucho que ver, un apartamento casi vacío con una mesa y una silla, y supongo que algún objeto relacionado con Ho para dar ambiente. 

Nos topamos con una pagoda, que no conozco su nombre y lo sigo desconociendo, pero cuya fachada nos llama la atención a pesar de esos fieros guardianes, uno con una espada y otro con una ¿pelota de golf? en sus manos. No recuerdo tampoco la calle donde se encontraba, con lo que no doy muchas pistas sobre ella, pero si alguno la conoce o la encuentra en un viaje futuro le agradecería los datos. Entramos y de nuevo solo a su patio porque el acceso al santuario y altar está cerrado.

Callejeamos con rumbo concreto pero al tiempo nos perdemos en el intento y nos dejamos llevar por el embrujo de sus calles, sus tiendas y su meollo generalizado.

Multitud de vendedoras tienen estos frutos en sus cestas, pero todavía no los conocemos, ya aprenderemos que es el longan (nhan) y que está muy rico, como una uva pero con un pipo negro y grande y muy poca chicha. 



Buscamos y encontramos una tienda en la que se venden frutas confitadas desde 1930 (21 Hang Duong), y también caramelos y todo aquello que sea de galgeo, aunque también estos productos los recomiendan los médicos naturalistas. 

Al doblar una esquina una vendedora nos ofrece plátanos y en un plis plas sin darme cuenta me encasqueta su barra con los cestos y me planta el non la en la cabeza para que mi marido me haga una foto, a pesar de mis negativas a todo. ¡¡Cómo pesaba aquello!!, que las ves caminando con pasos rápidos y cuando notas el peso que llevan las admiras más todavía. 

Por supuesto no es gratis, esto es la caza del turista y yo he sido cazada. Podríamos entrar en una discusión, que no merecía la pena, ni por dinero ni por orgullo ni por nada, con lo que mi marido le da 1$, que es un precio más o menos establecido para todo este negocio aparte. 


Se vende de todo, ropa, juguetes varios y cometas, dinero de papel para quemar como ofrenda, monedas de mentira, velas, figuras…Las vendedoras de frutas están siempre por las aceras, la primera que se ve en la foto de la izquierda y más adelante saborearé con ganas es la fruta de Jack o del pan (mit), que más adelantado el viaje probaremos y nos gustará mucho.






Miremos donde miremos siempre encontramos algo que llama nuestra atención, bien en arquitectura, bien en árbol de forma caprichosa.

                                                                           
 
Una de las compras que al final no realizamos por no hacerla en su justo momento, que es ahora, es el café situado en la izquierda de la fila superior, el de weasel, que aunque su modo de elaboración suena raro y repugnante me he quedado con las ganas de probarlo. Es un café con granos de café comidos y regurgitados por un tipo de comadreja vietnamita, y es un café de lo más caros. Aunque el premio se lo lleva un café de Indonesia, el Kopi Luwak, que se produce en el estómago de un animal parecido a un gato grande, pero que en lugar de regurgitarlo lo defeca.

 
Retrocedemos sobre nuestros pasos y buscamos primero la calle Lang Ong, donde ya el aroma nos inunda la pituitaria y nos dice claramente que estamos en la calle de los herbolarios.
 
Que tiene su continuación en la cercana Thuoc Bac, con hierbas igualmente, pero en este caso más directamente medicinales (¿para dejar de sudar no hay ninguna?)
 
En otra calle no muy lejana, otrora de los herreros hoy  tomada por los ferreteros, un amasijo de chatarra varia, kilos y kilos, el mercadillo de la tuerca y el alambre.
Otra tienda está dedicada al cerdo, pero no al jamón, sino a las huchas y otros cerditos de color rojo para los altares. Entre ellos destaca el lindo gatito de la mano saludando que tantas veces nos encontramos en Japón y que creo que es de origen chino.
 
Pero no podemos bajar la guardia y concentrarnos solo en las tiendas y sus productos, hay que estar mirando arriba y abajo y aun así nos perdemos infinidad de detalles, porque la arquitectura de las casas también tiene su interés. 

Continuamos hasta llegar al mercado de Dong Xuan, donde las autoridades coloniales demolieron el antiguo mercado del Puente Este y construyeron cinco salas con techos metálicos. El mercado fue reconstruido en 1990, preservando la fachada original, pero sufrió un incendio en 1994 que lo destruyó completamente, siendo la estructura actual de 1996. Una placa en la entrada principal conmemora una batalla de 1947 entre los franceses y el Viet Minh.

Su interior es una locura de productos, ¿de dónde salen tantos?. Va por zonas, que si maletas, que si tejidos, que si camisetas, que chancletas (y su olor a goma), objetos para la cocina…Realmente nos impacta, hay que pasar por los pasillos estrechos abriéndose el paso entre el género y los vendedores, que en ocasiones están comiendo o en ocasiones durmiendo en el suelo, en banquetas…donde encuentran hueco. 


Los aledaños del mercado no son menos en su abarrotamiento, pero se hace hora de parar a comer y como está por la zona buscamos uno de los restaurantes más antiguos de la ciudad, con un siglo en sus fogones (o en los nuestros como veréis), Cha Ca La Vong (Cha Ca 14).









Se sube una estrecha escalera y se entra en un comedor de amplias mesas, para seis comensales o más y vemos que no somos los únicos turistas, hay más con la correspondiente guía de Lonely Planet, y también hay autóctonos, esto suele ser una garantía. Sobre la mesa una nota plastificada del menú y su precio (120.000 dongs por persona). Solo hay un plato para comer: pescado a la brasa que se hace en un hornillo de carbón que colocan en la mesa y en el que echan los aderezos de hierbas (principalmente limoncillo o hierba limón, que lo echan en todo y al que llegas no a odiar pero si a temer –mi marido a lo primero-).

Una nota sobre el plato: el pescado se marina con jengibre, azafrán, arroz fermentado y salsa de pescado, salsa que también merece su propia nota. Es una salsa de pescado fermentado de fuerte sabor (y de olor en grado repugnante, tanto que está prohibido viajar con ella en los aviones), que se realiza dejando macerar durante meses tanques de anchoas y sal, van extrayendo el líquido y lo echan de nuevo sobre el pescado y así hasta que se termina el proceso. Afortunadamente no nos da mal olor ni tampoco un sabor desagradable, aunque sí que tienen un saborcillo fuerte esos pequeños trozos de pescado. Este es el resultado del guiso sobre los tallarines de arroz y aderezado con cacahuetes.

No puedo decir que sea un bocado exquisito, es diferente y motiva más el lugar y la preparación que el resultado, pero la experiencia creo que merece la pena. La comida la hemos acompañado de local beer, en este caso Thang Long, que es del norte y de la ciudad, como dice su propio nombre.

Seguimos disfrutando de la arquitectura tan peculiar y con sus templos o pagodas semiescondidas, de sus gentes. Ahora comienzan a ofrecernos pastelillos como buñuelos espolvoreados con azúcar, ya no es la hora de la comida sino del postre o de la merienda.

La tarde anterior ya vimos muchos de estos puestos callejeros de preparación de comidas, generalmente de pho ga (sopa de pollo) y la verdad es que no apetece nada hacer el intento de probarla visto el método de preparación, aunque cuando se ve servida en los cuencos la pinta no es mala, lo que es malo es el calor que hace y pensar en un líquido caliente no es una motivación, acompañada por esa falta de higiene que no favorece el consumo.






Antes de la comida habíamos pasado por el templo de Bach Ma, del Caballo Blanco, pero estaba cerrado, y ya es hora de visita con lo que nos dirigimos hacia él. Fue construido al tiempo que se fundó la ciudad con lo que es el más antiguo, y se ha renovado en varias ocasiones. Al entrar llama la atención un panel de cerámica en su patio.

En su interior el Bach Ma de su nombre custodiado por dos elegantes garzas de madera lacada. La historia (o leyenda) cuenta que mientras el emperador Ly Thai To (el de la estatua del parque) estaba rezando se le apareció un caballo blanco que le condujo hasta el lugar donde debía construir la muralla de la ciudad, ya que hasta el momento cada vez que se levantaba se deshacía. Como agradecimiento al caballo se le erigió el templo y además fue adoptado como espíritu guardián de la ciudad.



En las ofrendas del altar hay pilas de latas muy bien colocadas, ¡¡son de cerveza!! y también las había de ¡¡Coca Cola!!, esto desconcierta un poco a los profanos religiosos, pero sin dudas las segundas (cien por cien american) más que las primeras. 

Destacan las columnas y vigas de maderas rojas lacadas y doradas, con letras chinas (influencia de sus vecinos que no en contadas ocasiones les invadieron).

Callejeamos en dirección norte y nos chocamos con el verdadero mercado tradicional de comida, que no sabría situar exactamente, por la parte noreste del mercado Dong Xuan creo, donde se vende de todo, incluso las baguettes que dejaron de recuerdo los franceses y algo parecido a una empanadilla pero blandita. También hay lo que parecen setas deshidratadas, legumbres de todos los colores, frutas...Tanta variedad de productos lo que aporta es mucho colorido y diversión ante nuestros ojos por aquello de ver lo desconocido. 

Toda esta venta se realiza en no las mejores condiciones higiénicas, entre el tubo de escape de las motos, la basura que se acumula a lo largo del día (o días), la gente pululando a todas horas.

Si el olor se vendiera al peso en algunas zonas se podría vender bastante, terriblemente pestilente el que se desprendía de los puestos de pescado seco y no sé si hasta fermentado como la salsa.





Las motos continúan pasando con sus peculiares mercancías transportadas, aunque en esta caso no es nada pesado y es incluso bonito. 











Abandonamos el Barrio Antiguo, aunque nuestro destino está al lado, el puente Long Bien, de 1.682 m de largo, que como veis está oxidado y en muy mal estado. Fue diseñado por el gabinete de arquitectura que diseñó la torre Eiffel y tres mil trabajadores vietnamitas levantaron el puente entre 1898 y 1902. Durante la guerra de Vietnam fue un objetivo prioritario y bombardeado continuamente ya que era el paso de las comunicaciones terrestres de la ciudad. Se cuenta que cuando los vietnamitas del norte pusieron a trabajar en la reparación del puente a prisioneros de guerra estadounidenses, encadenados a la estructura, cesaron los bombardeos.



Hasta que no se arregle el puente, el tráfico está limitado para bicicletas, peatones y ¡¡trenes!! ¿por dónde quieren que vayan los coches?. Nosotros andamos por una pequeña acera de la izquierda.

Aparte de las razones históricas y arquitectónicas para visitar el puente es que cruza el Río Rojo y aunque lo hemos visto desde el trayecto del aeropuerto al hotel pues no es lo mismo, y sobre él descubrimos las casas flotantes y la vida en pequeños sampanes. 

Hemos callejeado principalmente por la zona oeste y centro del Barrio Antiguo, situado justo encima del Lago Hoan Kiem, y ahora bajamos por su lado este, descubriendo el esplendor de los puestos de fruta; este de la foto era uno de los mejores colocados, incluso con frutas en envoltorios individuales. 







Os presento algunas de ellas: durian (sau rieng), al abrirla tiene un olor nauseabundo según dicen (mi pituitaria dañada me lo evita y ya llegaremos a este episodio) pero su sabor es como unas dulces natillas; rambután (chom chom), divertida apariencia de fruta con una carne blanca muy dulce y rica, y fruta del dragón (thanh long), de apariencia muy original con la carne muy blanca llena de pepitas negras (a mi me gustó, a mi marido no). 





 
Aunque nos cuesta algo (mi marido siempre es el que acaba llevándonos cuando yo me pierdo y es la mayoría de las veces) llegamos hasta la puerta de Quan Chuong, la única entrada a la ciudadela que queda en pie de las dieciséis que tenía, destruidas por los franceses a finales del siglo XIX. Fue construida en 1749, su nombre original era Dong Ha, entrada este al Río Rojo, y se lo cambiaron a Quan Chuong, Comandante del Regimiento, pero no sé la razón del cambio. 


Se hace difícil elegir fotos porque la vida cotidiana de la ciudad a cada momento nos ofrece visiones, que en otros lugares podrían ser normales y no llamarían nuestra atención, pero en Hanoi si nos la llaman, como estos  funambulistas eléctricos, que asusta el modo y dónde trabajan. 









Buscamos la calle Ma May, en su número 87 hay una casa tradicional de dos plantas construida a finales del siglo XIX, típicamente china y dividida en cinco espacios: la que da a la calle está dedicada al comercio, el segundo es un almacén, el tercero un patio descubierto, el cuarto la vivienda y el quinto la cocina (visita previo pago por supuesto).

La construcción más típica de Hanoi son estas llamadas casas tubo, que en este Barrio Antiguo se encuentran a cada paso, y sus cimientos suelen ser de bambú. Normalmente son de dos plantas aunque originariamente las leyes feudales las limitaban a una para frustrar los intentos de asesinato desde el piso superior y también para evitar que se mirara al rey desde arriba. 

Los impuestos fueron los que obligaron a construir casas estrechas, ya que se pagaba por la fachada, por lo que solían ser de 2 o 3 m de anchura, y muy alargadas, entre 20 y 60 m, que en algunos casos podían llegar a 100 m. 

En esta maqueta, más o menos, se puede ver una composición de las casas en el barrio (siento la calidad de la foto pero no hay otra y vale para hacerse una idea sobre las anchuras y larguras que os comento). 


Su interior está acondicionado no solo como museo sino como tienda y en cada de sus estancias hay exposición de todos los artículos imaginables para comprar: de madera, en piedra, de tela…al lado de los muebles originales.

En una pequeña habitación el antiguo aseo, un agujero en el suelo. En el segundo piso, una bonita balconada de madera, con las puertas abatibles lateralmente para que circule el aire. 




Hoy me he contenido para comprar, y eso que había verdaderas preciosidades, pero es el primer día y no es cuestión de comenzar ya a llenarse de bolsas y buscando huecos por las maletas, que si esto empieza así no sé cómo puede terminar. Otra razón es porque no se nos da nada bien lo del regateo, no me gusta pasar el tiempo consiguiendo descuentos cuando se pueden hacer otras cosas, y para socializar me parecen mejor las conversaciones, supongo que viajando más y más por países donde la cultura del regateo es primordial se me quitará esta animadversión. 

Salimos de la casa y decidimos que volvemos al hotel, estamos pegajosos, yo más, que llevo la capa de crema protectora del sol y la capa del repelente de insectos, así que soy puro barro, con lo que volvemos bordeando el lago Hoan Kiem, que siempre me produce paz, a pesar de la gente que siempre se encuentra en él. Nos encontramos con otro dragón, en esta ocasión de hierba, preparado para los fastos del milenio de la ciudad. 


Como el calor sigue siendo asfixiante, decidimos que volvemos a quedarnos en el hotel para cenar, en este ocasión nos vamos al Spices Garden, restaurante de comida vietnamita.
Hay un menú de degustación muy extenso, pero para cenar nos parece demasiado así que para compartir pedimos una selección de rollitos vietnamitas (de escándalo) y una selección de aperitivos (a cada cual mejor), y luego cada uno un segundo plato.





Terminamos la noche en compañía de Andromeda Turre y su jazz en el salón-cafetería del hotel, y yo os dejo con ella y su música. 


Yo me voy a dormir con la cabeza llena de imágenes por el día tan intenso vivido.

2 comentarios:

  1. Tengo que volver a Vietnam y conocer Hanoi. Me hace gracia que algunas fotos son muy parecidas a algunas mías, como la de la fruta del dragón . Qué colorida y chula es esa fruta. El puente me parece una pasada, por seguridad no pasan coches y dejan pasar a los trenes que pesan una barbaridad ¡Qué cosas más curiosas! De todas formas tengo debilidad por los puentes de hierro, me encantan. Ya me he empapado de Hanoi.....y me ha gustado

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  2. Hola Nacho, las fotos suelen ser muy parecidas, sobre todo en este tipo de artículos que nos llaman la atención por desconocimiento. Yo he encontrado fruta del dragón en Madrid pero no es lo mismo.

    Si Hanoi te ha gustado con lo que has visto entonces te gustará más al natural, y tiene una gran ventaja sobre Saigón, que se puede conocer caminando.

    El puente de hierro ya has visto en el estado en el que se encuentra, pero su estructura es muy chula a pesar de su óxido. Para llegar a él no hay nada mejor que atravesar el Barrio de las 36 calles y disfrutarlas, no todas claro.

    Saludos!

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