Hanoi, Je t’aime
El viaje de nuestras vacaciones de agosto de 2010, fue un tour combinado de Vietnam con Camboya. La entrada al primero la hacemos vía Singapur por Hanoi, la capital del país después de la guerra y la reunificación, tras unas quince horas de vuelo. Salimos de Barcelona el día 1 y llegamos el día 2.
El aeropuerto de Hanoi se encuentra a unos 35 km de la ciudad, y es feuchón, muy desangelado, casi siempre la zona de las llegadas suele ser más triste que la de las salidas, pero en este caso me da que las dos son muy parecidas. Pasamos sin problemas, de uno en uno por favor, el trámite de inmigración y nos sellan el pasaporte donde tenemos adjunto el visado para un mes, que se tiene que solicitar en la embajada y que puede ser de múltiples entradas si se quiere salir y volver a entrar al país.
En el aeropuerto ya se nota algo de calor, mitigado ligeramente por el aire acondicionado suave que está en marcha, pero al salir a la calle la bofetada de calor es tremenda, realmente insoportable, nuestros cuerpos y nuestras mentes no están preparados para ello a pesar de ser conscientes que viajamos en la estación más calurosa y con más riesgo de tifones.
Tenemos contratado un tour que incluye el traslado desde el aeropuerto al hotel, con lo que no voy a ser útil respecto a las formas de transporte, tanto en practicidad como precios. Vamos teniendo nuestras primeras impresiones por la carretera desde el aeropuerto al hotel, y tomando contacto con Ho Chi Minh, eterno omnipresente en todos las ciudades y lugares, y es que el Partido Comunista no quiere soltar el poder, aunque actualmente el país es una contradicción económica y social de órdago.
La conducción en este país merece un tratado aparte, aquí todo vale, y el que más vale es el vehículo más grande o más veloz. Todos pueden circular por cualquier carril, motos incluidas, y se puede adelantar por cualquiera de ellos, aunque lo normal es hacerlo por la izquierda, a base de pitidos y dando luces para que se quite el de delante…. No salimos de nuestro asombro entre miradas cómplices y risas, pero en ningún momento sentimos miedo a pesar de lo temerario que parece así contado, principalmente porque las velocidades no suelen ser muy altas, con lo que el peligro de accidentes más parece que sean roces. Aunque Vietnam tiene un alto índice de accidentes mortales en carretera, estos suelen producirse por la noche.
Estamos sorprendidos por todo, por el paisaje, por sus construcciones, por sus gentes, trabajando o reunidos en descanso o descansando de forma permanente, eso es lo que parece, o vendiendo…
Un elemento que parece que no ha cambiado con los años, es el increíble uso de le dan a las motos, para transportar todo lo posible o lo imposible. En este caso solo se puede comentar, ¡¡manda huevos!!.
Un elemento que parece que no ha cambiado con los años, es el increíble uso de le dan a las motos, para transportar todo lo posible o lo imposible. En este caso solo se puede comentar, ¡¡manda huevos!!.
Nos alojamos en el Sofitel Metropole, bien situado, en el corazón de la ciudad, clásico y con reminiscencias francesas en sus cimientos. En él, Graham Greene escribió parte de El americano impasible y de él salió el fotógrafo Robert Capa para después morir al pisar una mina (una frase suya es la de “si tus fotos no son lo suficientemente buenas es porque no te has acercado lo suficiente” -creo que sobran los comentarios-).
Nuestro acompañante se despide de nosotros y nos deja la cita para el día 4 con la que será nuestra guía en la ciudad y alrededores. Si los días de vacaciones nos dan para tener libertad al comienzo o al final, o ambos, del tour, nos gusta aprovecharlos a nuestro modo, ya que durante él, la libertad es restrictiva y se depende de la flexibilidad del grupo, del guía…esto es la cara y la cruz de los viajes concertados: la comodidad, seguridad y en teoría el conocimiento que ofrecen como ventaja, contra la rigidez y el horario como desventaja.
Como dato curioso de la cama de la habitación es que viste un buen edredón, ya que el mejor modo de evitar a los mosquitos durante la noche es mantener el aire acondicionado encendido y para ello nada mejor que taparse muy bien.
Hanoi significa “ciudad en el recodo del río”, el río Rojo, y fue nombrada así en 1831 por el emperador Tu Duc (cuya increíble tumba visitaremos en Hue).
Nuestra primera vista de la
ciudad a pie es esta: en ella no se aprecia claramente el caos
circulatorio que hay, y tampoco se reflejan los miles de motos que
circulan por sus calles y lo que es más difícil de captar es el método
autosuicida de cruzar la calle (auto por transporte, que sino sería reiteración en la palabra), que cuando se busca información
desconcierta y no se comprende que funcione hasta que se practica y
sorprende eficazmente su resultado.
Hay que mirar lo justo para comenzar a andar (la cosa ya parece difícil), en Hanoi los semáforos o los pasos de cebra se respetan en contadas ocasiones, cada vez más por el tráfico en aumento y principalmente en los cruces importantes, con lo que se puede cruzar a media calle tranquilamente (es un decir) sin esperar al semáforo, de modo que se comienza a andar cuando ni automóvil ni moto están cercanos (lo que no quiere decir lejanos, sino con posibilidades de que no te atropellen instantáneamente), pero una vez comenzado a andar hay que mirar más hacia delante que a derecha o izquierda ya que serán las motos las que nos esquiven, y para ello hay que mantener un paso firme y continuo para que ellos puedan controlar nuestra velocidad y decidir por donde nos van a pasar…increíble pero cierto. Con los coches hay que tener más cuidado, porque a ellos si hay que evitarlos, en cualquier momento y situación siempre tienen la prioridad y además te la demuestran. Las motos serían unas vaquillas y los coches unos toros Miura.
Además, no en pocas ocasiones las direcciones no se respetan, lo normal es que te lleguen en una sola dirección, la permitida en la calzada, pero de vez en cuando puede aparecer algún motorista en dirección contraria. Y donde hay que tener más cuidado es en las esquinas, porque al no respetar semáforos las doblan tranquilamente y es difícil para ellos esquivarnos, y tampoco nosotros podremos hacerlo.
Así contado parece más difícil de lo que realmente resulta.
Andando en este caos circulatorio y peatonal, y comenzando a acostumbrarnos a que todos los conductores de ciclo (medio de transporte que consiste es una bicicleta con remolque-asiento con techo) ofrezcan sus servicios hasta más de en cuatro ocasiones (one hour, one hour, one hour, one hour) a los que hay que contestar con educación y simpatía siempre (no thanks no thanks no thanks no thanks) llegamos a la Ópera, construida a semejanza de la de París entre 1902 y 1911.
Esta foto me gusta mucho y no es solo por el edificio de la Ópera, sino por la circulación que se ve, por el señor en bicicleta con su non la (sombrero cónico) en la cabeza, por el de la moto de detrás cargado de cajas, y por el edificio de la derecha, el Hotel Hilton. Creo que refleja muy bien lo que es Vietnam actualmente, pasado, presente y futuro de la mano.
La Ópera tiene un aire a la de París, sobre todo en la fachada con los arcos, pero lógicamente esto no es París y no tiene la magnificencia de la parisina, pero es un edificio bello. No se puede entrar o no son horas de visita, entramos por un lateral y preguntamos si por allí podemos entrar, pero solo es hasta la puerta, nada de entrar dentro, así que con esto nos conformamos, tristemente.
Lo que os puedo contar ya en este corto espacio de tiempo es la sudada que ya llevábamos, o es que mi memoria corporal se olvida de estos momentos incorporados al turismo vacacional y al final solo se quedan los buenos momentos del resto de los sentidos. Esto no ha hecho más que empezar, y la pregunta podría ser, ¿podremos soportarlo sin desfallecer?
Enfrente de la Ópera se encuentra el Museo de la Historia Vietnamita, terminada su construcción en 1932. Es un bonito palacio colonial del que se dice que es una obra maestra del estilo indochino, pero está tapado porque lo están reformando y sólo asoma su cúpula, con lo que nos quedamos nuevamente con un palmo de narices, aunque no había planes de entrar al museo, sí de disfrutar de su arquitectura exterior y de sus jardines si era posible.
Enfrente del hotel se encuentra el llamativo Palacio del Gobernador francés que sirve como sede del gobierno y donde el omnipresente Ho Chi Minh durmió en 1946.
Enfrente del hotel se encuentra el llamativo Palacio del Gobernador francés que sirve como sede del gobierno y donde el omnipresente Ho Chi Minh durmió en 1946.
Caminando nos vamos
encontrando con el Hanoi de construcciones clásicas, casas tipos tubo (visitaremos una en la calle Ma May) o
coloniales y sus tropecientas mil tiendas de todo, arriba y abajo.
Alcanzamos el lago Hoan Kiem, un lugar de paz y tranquilidad en el bullicio de esta ciudad, un lugar que me ha encantado pasar por él una y otra vez y en el que por la mañana temprano los ciudadanos realizan sus ejercicios de taichi o gimnasia, y donde a todas horas se reúnen para descansar o amarse (arrumacos, miradas y nada más, a ver esas mentes peligrosas), rodeados siempre de una vorágine de turistas de todas las nacionalidades.
La traducción del nombre del lago es de la Espada Restituida, porque la leyenda cuenta que al emperador Ly Thai To (el de la estatua del parque del mismo nombre) una tortuga dorada le entregó una espada mágica con la que derrotó a los chinos que ocupaban el país, y en un día posterior que él caminaba por la orilla se le apareció la tortuga y se la tragó, restituyéndola al lugar de donde había salido. Es de buena suerte ver una de las tortugas que dicen habitan en el lago, pero nunca conseguimos ver ni un triste caparazón; la suerte no estaba de nuestro lado, o más bien, no lo estaba la tortuga.
En el centro (más arriba diría yo según mi percepción visual, aunque de esta mejor no fiarse ni un ápice, que no es buena) del lago se alza sobre un islote la Torre de la Tortuga, construida en 1886, el símbolo de Hanoi, que es donde supuestamente se concentran las tortugas.
En esta ocasión, no nos quedamos junto al lago aunque apetece, ya volveremos a pasar por él una y otra vez, y en su lugar, nos adentramos en el Barrio Francés, que se encuentra en las calles al sur del lago, que ahora es el Barrio de las Embajadas. Nos vamos acostumbrando a las típicas escenas de circulación y vida en la ciudad; por una parte la de la calzada, con sus motos, coches y ciclos; y por otra, la de las aceras, más alucinante si cabe todavía, atestadas de personas haciendo algo o no haciendo absolutamente nada (por lo menos antes nuestros ojos).
En el barrio, como en muchas calles de la ciudad, nos llama la atención una maraña de cables eléctricos que asusta, porque en más de una ocasión están sueltos, con la sensación de inseguridad que esto produce.
De estas escenas de acera que os comento, es porque la gente hace la vida en la calle, supongo que por el calor asfixiante que debe hacer en sus casas, y no es que precisamente fuera se esté a gusto, que vamos sudados por todos lados, nos corre el sudor de la frente a los pies y creo que hasta las uñas nos rezuman. Las motos comparten espacio con las personas, con los restaurantes de taburetes mínimos, con tenderetes improvisados en el suelo…
Y tenemos la primera visión de la típica porteadora con los cestos de mimbre a modo de balanza (suelen ser mujeres las que portan), a la que le hago la foto, y otra mujer le avisa del acto, con lo que acelera el paso para no ser captada fotográficamente (cosa de lo más normal, en nuestras vidas tampoco nos gustaría que nos hicieran fotos sin previo aviso, o por lo menos a mí no me gustaría).
Y tenemos la primera visión de la típica porteadora con los cestos de mimbre a modo de balanza (suelen ser mujeres las que portan), a la que le hago la foto, y otra mujer le avisa del acto, con lo que acelera el paso para no ser captada fotográficamente (cosa de lo más normal, en nuestras vidas tampoco nos gustaría que nos hicieran fotos sin previo aviso, o por lo menos a mí no me gustaría).
A estas alturas estamos completamente derretidos y deshidratados, con lo que entramos en un café de aspecto occidental para intentar refrescarnos por dentro y por fuera. Mi marido toma su primera cerveza vietnamita, y yo hago aquello que no se debe hacer, tomarme un café con leche congelada y triturada (supongo que algo de agua también), un ca phe sua da, y es que necesitaba frescor y vida en mi cuerpo. A la hora de pagar pedimos la cuenta en dólares y tras un intercambio entre ellos deciden intentar cobrarnos de más, 7$, y mi marido dice que no, que más bien serán 5$, ya que eran 100.000 dongs y el cambio más o menos es 20.000 dongs – 1 dólar, finalmente, sin problemas ni discusiones pagamos esos 5$ (lo de ser turista tiene esta diferencia de precios, si cuela bien).
Una vez recargados llegamos hasta la Pagoda del Embajador,
Chua Qua Sun, nuestra primera pagoda de las muchas que a partir de
ahora veremos. Fue construida para recibir y alojar a los dignatarios
budistas de países extranjeros de visita en el siglo XV, aunque la
construcción actual data de 1942. Parece que es una de las pagodas más
populares de la ciudad.
Mi
marido en principio es reacio a entrar porque parece que no está
abierta, pero por el lateral por donde entran los coches se puede
entrar, así que allá que voy y él decide seguirme. Hay veces que es
preferible intentarlo, preguntar si se puede acceder y si se puede pues
mejor, aunque en ocasiones nos quedamos paralizados entre el querer y el
poder, porque por lo menos hay que intentar no molestar.
En su interior altares donde se dejan ofrendas, pero no a nuestro estilo sino al propio, es decir, comida y bebida para los espíritus, así como dinero de mentira (vale todo en este mundo ficticio, dongs y dólares), aparte de las siempre omnipresente varillas de incienso que impregnan el ambiente de misticismo (para otros, lo recargan, sin más parafernalias ni sentimientos, solo sensaciones olorosas).
Por la parte de detrás de la pagoda, un edificio que parece un monasterio, ya que el lugar es la sede del budismo mahayana (es que hay más de un budismo, pero me he perdido en estas clases de religión para explicar sus diferencias, con lo que prefiero no intentarlo para no dar datos erróneos).
Una de esas escenas de calle con los que nuestros ojos se siguen asombrando, y nuestras cámaras intentan capturar. Aparte de los ciclos y las ofertas insistentes de sus conductores, también te ofrecen productos de todo tipo para comprar, sin necesidad de entrar en tiendas (el negocio está en la calle). En una calle, una chica en moto nos llama la atención y nos presenta un surtido de camisetas, y como he leído que hay que ser amable y nunca enfadarse o gritar nos lo tomamos con buen humor y pasamos un rato con ella, ella intentando que compremos y nosotros en la negación.
Una de esas escenas de calle con los que nuestros ojos se siguen asombrando, y nuestras cámaras intentan capturar. Aparte de los ciclos y las ofertas insistentes de sus conductores, también te ofrecen productos de todo tipo para comprar, sin necesidad de entrar en tiendas (el negocio está en la calle). En una calle, una chica en moto nos llama la atención y nos presenta un surtido de camisetas, y como he leído que hay que ser amable y nunca enfadarse o gritar nos lo tomamos con buen humor y pasamos un rato con ella, ella intentando que compremos y nosotros en la negación.
A estas alturas ya puedo decir que Hanoi me gusta (a los dos nos gusta), es una ciudad a medio derruir o a medio construir, no lo sé, no tiene la belleza deslumbrante de las capitales europeas, no encontramos grandes edificios, más bien posee la decadencia de dos guerras y un fiero y duro régimen comunista, pero aún así tiene un resplandor muy particular…o seré yo quién se lo encuentro.
Nos dirigimos hacia la Catedral de San José, construida en estilo neogótico en 1882, que es casi como cualquier catedral europea, aunque algo abandonada y sucia (vaya, que coincidencia, como algunas iglesias europeas). La catedral fue construida por un misionero francés, monseñor Puginier, que logró la autorización para organizar dos loterías con el fin de recaudar los fondos necesarios para construir el edificio. La realidad es que no está construida en piedra como parece, sino que es de ladrillos recubiertos de cemento. La fachada está enmarcada por dos torres cuadradas de 31,5 m de altura, cada una con cinco campanas.
En
su interior un altar como casi todos los altares, con sus dorados y sus
vidrieras pero nada recargado, una decoración sobria. Como detalle
curioso, rodeando la iglesia hay un patio semicircular, donde se puede
ver un relieve de los Tres Reyes Magos, un detalle diferente y
simpático, y es que cualquier fecha del año puede ser Navidad.
La catedral se sitúa al final de la Nhat To (nhat to significa iglesia), una calle de moda llena de tiendas que venden productos locales, sedas exclusivas y otros objetos. También hay restaurantes principalmente dirigidos hacia el turismo occidental. Suele llenarse de fieles los domingos y en las fiestas más importantes, como Semana Santa y Navidad.
Otra imagen de las calles, en la que se puede apreciar de nuevo los miles de motos aparcadas en las aceras.
Y sin buscarla nos aparece la pagoda de Ba Da, de la Dama de Piedra, cuyos
orígenes se remontan a 1056, su construcción es del siglo XV y fue
reconstruida en 1793. Su nombre original era Linh Quang o Luz Sagrada,
pero el hallazgo de una estatua femenina de piedra durante su
construcción le granjeó el nombre normalmente utilizado por los
vietnamitas. Se entra
por un estrecho callejón sin gracia, al final del cual se abre un patio
con un edificio de monjes a la derecha y la pagoda al frente.
El interior está cerrado por
unas puertas de madera que solo dejan entrever algo a través de los
barrotes pero es muy oscuro, con lo que no vemos las imágenes de Buda
Thich Ca ni dos campanas antiguas de bronce.
Comienza a atardecer, aunque aquí los atardeceres casi no existen, porque en verano durante el día el cielo comienza a cargarse de nubes, que a la vez se cargan de agua, con lo que no se ve el ocaso del sol, solo que la luz se va apagando poco a poco. Callejeamos para salir de esta zona, disfrutando de la arquitectura tan peculiar de esta ciudad, donde siempre aparecen detalles sorprendentes, en este caso un Buda Feliz o Buda del Futuro, una de las reencarnaciones de Buda (menudo jaleo me traigo con estos Budas). Y es que en todas las casas hay altares, dedicados principalmente a los antepasados pero con imágenes de Budas en su mayoría, aunque en este caso parece que se han pasado un poquito en el tamaño.
Volvemos al lago, la torre de la tortuga la tenemos que ver iluminada, aparte de que es casi zona obligada de vuelta al hotel sin tener que dar rodeos. En contraposición, la zona de los alrededores del lago se ve mucho más moderna y limpia que por donde hemos estado paseando.
Sobre el lago el Puente del Sol Naciente, The Huc, un puente de madera roja lacada que como estamos en horario nocturno no se distingue con claridad en la lejanía cercana, y que está lleno de gente. No inserto foto de momento y ya lo veremos con su característico color de día. El puente conduce al Templo de Jade, que está incluido en la visitas del tour que comienza el día 4, así que de momento solo disfrutamos de su arquitectura externa , y al igual que con el puente ya lo conoceremos más adelante. A los lados de las puertas (sin puertas) paneles decorativos con todo tipo de animales, donde por supuesto no puede faltar la tortuga de la espada.
Se puede ver el templete de la parte de atrás del templo y está iluminado psicodélicamente, con luces rojas y verdes. Y por supuesto, la Torre de la Tortuga ya iluminada, que para eso estábamos aquí los turistas cámara en mano (aquí la tenéis con un color lila).
Llega la noche, y con tanta comida en los aviones no nos ha apetecido parar a comer, pero ahora ya el estómago reclama su ración, y el resto del cuerpo una ducha fresquita para quitarse toda la pegajosidad que llevamos. Solo en pensar tener que salir del hotel a buscar un lugar donde cenar nos hace sudar, así que decidimos quedarnos en él, hoy nos vamos al restaurante francés que para comida vietnamita tenemos tiempo durante los próximos días.
A estas horas, y no son nada nocturnas, lo mejor que podemos hacer es subir a la habitación a descansar, que los dos días (el del vuelo y este del paseo) han dado mucho de sí. A eso de las cuatro y media de la madrugada una tremenda tormenta me despierta, aparte de la lluvia torrencial, unos rayos y truenos de susto total, con lo que me quedo despierta hasta la hora en que sonará el despertador del móvil para comenzar un nuevo día.
Me gusta la arquitectura de Hanoi. A Manuel le llamaría la atención el adoquinado. Es curioso, ya que no se si te habrás fijado pero muchas ciudades europeas o Nueva York, simplemente tienen pavimento.
ResponderEliminarLo de las sillas liliputienses es otro cantar; en Yangón fue una de las cosas que más me llamó la atención; aunque también es cierto que los asiáticos deben de tener una elasticidad sorprendente, ya que descansan en cuclillas ¿Has probado a estar un rato en esa posición? Para mí es un imposible.
La verdad que esa primera foto de pasado y presente, bien podría ser una postal de casi todas las ciudades asiáticas... creo que es un punto a favor suyo: el encajar una cosa con otra sin parecer "demodé".
Por cierto, ¿no sabrás cual es la variedad de árbol que predominan en sus calles?, ¿Acacias? ¿Jacarandas?.
Estoy segura que Hanoi te gustaría, y mucho.
ResponderEliminarCon lo del adoquinado no lo tengo claro, seguramente por una errónea concepción mía, lo normal es que las calles estén cubiertas con losetas de cerámica, no en vano es un material muy utilizado, y al lado de Hanoi hay un pueblo, Bat Trang, dedicado a esta labor, aunque sus productos conocidos son los blancos y azules.
Lo de las sillas es demasiado, yo tampoco podría, pero para los asiáticos es la posición de descanso adecuada, y además la que favorece la digestión y el funcionamiento intestinal, por eso lo de sus inodoros en el suelo. Si me pongo en cuclillas más de cinco minutos me tienen que llevar al hospital para desencajarme las rodillas con tres en uno.
No te puedo ayudar con los árboles, si acacias o jacarandas, la botánica y yo no somos buenas amigas, la disfruto visualmente y olorosamente cuando corresponde, pero no me fijo lo suficiente y no la retengo en mi cabeza.