Mingalabar!
Nos toca un buen madrugón, por lo que no disfrutaremos de nuestra
inmensa habitación y nuestra confortable cama del hotel Burj Al Arab
como su precio se merecía, y desayunamos en la habitación. A
las 6.45 el transporte concertado con Emirates pasa a recogernos, y ya
tenemos que tener el check-out y las maletas listas; el vuelo es a las 9.15 y aunque a estas horas de la mañana el tráfico no será un problema, en la terminal del aeropuerto puede haber mucho jaleo ya que a primera hora es cuando hay infinidad de salidas.
La primera sorpresa que nos encontramos en el Aeropuerto Internacional de Dubái es que hay una entrada independiente para los viajeros en business y first class, cocn lo que no solo hay mostradores independientes, por lo que el registro es mucho más rápido y tranquilo. No recuerdo si nos volvieron a pedir nuestras visas para entrar en Myanmar, ya que este trámite lo habíamos realizado en Madrid.
La entrada turística para viajar a Myanmar se pide por internet, no hay embajada en España, la más cercana se encuentra en Francia. Se rellenan los datos, se tiene que subir una fotografía actual y se pagan 50$, en dos-tres días (creo que nosotros la recibimos al día siguiente) se recibe un correo con la aprobación o denegación de la e-visa. La visa tiene una validez de uso desde su concesión de tres meses, y es válida para 28 días de estancia, pero en caso de entrar y salir de Myanmar a países vecinos hay que solicitar nuevas para cada entrada.
La primera sorpresa que nos encontramos en el Aeropuerto Internacional de Dubái es que hay una entrada independiente para los viajeros en business y first class, cocn lo que no solo hay mostradores independientes, por lo que el registro es mucho más rápido y tranquilo. No recuerdo si nos volvieron a pedir nuestras visas para entrar en Myanmar, ya que este trámite lo habíamos realizado en Madrid.
La entrada turística para viajar a Myanmar se pide por internet, no hay embajada en España, la más cercana se encuentra en Francia. Se rellenan los datos, se tiene que subir una fotografía actual y se pagan 50$, en dos-tres días (creo que nosotros la recibimos al día siguiente) se recibe un correo con la aprobación o denegación de la e-visa. La visa tiene una validez de uso desde su concesión de tres meses, y es válida para 28 días de estancia, pero en caso de entrar y salir de Myanmar a países vecinos hay que solicitar nuevas para cada entrada.
Lo primero es localizar la puerta de embarque para saber la distancia hasta ella, y luego buscamos el lounge de Emirates para clase business, aunque nuestra intención no es comer, como mucho picotear, porque esto de esperar siempre es un aburrimiento, y al final aunque no quieras algo terminas masticando. El lounge es muy grande, creo que casi ocupando la segunda planta del edificio, de modo que tiene varias puertas de acceso para facilitarlo, y por supuesto consta de varios mostradores con comida y bebida, que no es cuestión de realizar un maratón para nutrirse.
Las botellas de agua no son de las marcas normales, esta en España ronda los 3€.
La
verdad es que nos sorprende la normalidad decorativa en la puerta de embarque para
el vuelo a Yangón, comparada con el resto del aeropuerto es como de
otra categoría, incluso sin ánimo de molestar con el adjetivo, hasta un poco cutre; con gente sentada en el suelo, supongo que cansada de esperar y no tener asiento donde colocarse.
Comienzan a llamar para el embarque, pero al contrario que en la mayoría
de los casos, primero llaman a los viajeros de turista, y cuando los
tienen a todos en cola, llaman a los de business y first, que acabamos
pasando antes que ellos para entrar en el bus que nos llevara hasta el
avión. Un detalle francamente feo, así nos lo parece, creo que es
innecesario esta separación y trato tan diferente, y además tan borreguil. El autobús que nos
lleva también es diferente al de otros aeropuertos, vamos sentados la
mayoría, aunque también dejan ir a la gente de pie para aprovechar el espacio y el viaje.
Subimos al Boeing 777-200.
La configuración de asientos es 2-2-2, y en esta ocasión vamos en primera
fila, así que todo despejado para los despegues y aterrizajes.
Por
un momento me asomo al mundo de first class, con asientos en cabinas
independientes, hecho que me resulta tanto a favor como en contra, porque viajando en
pareja esa puerta puede significar un portazo, y a mí me gusta hablar y hablar...y tocar las narices diría alguno. En esta clase no viajó ningún pasajero.
Nos ofrecen las clásicas bebidas, optando a esta hora temprana de la mañana por dos zumos de manzana.
La botella de agua de cortesía que nos ofrece la compañía Emirates.
Despegamos
con quince minutos de retraso aproximadamente y sobrevolamos la ciudad que no es turística,
donde viven los ciudadanos de a pie, no las empresas corporativas ni los turistas en sus hoteles, una ciudad casi completamente plana en contraposición a los rascacielos, pero en la que se pueden ver edificios de pocas plantas.
La arena comienza a apoderarse del paisaje, aunque todavía se ven algunos enclaves de vida, que no sé si corresponden a poblaciones o a lugares industriales.
Jugueteamos con las persianas (dobles)
de las ventanas que suben y bajan con un mando, nada de pelearse con
ellas porque se atascan, y por supuesto nada de ruidos al realizar estas acciones.
Se acaban las vistas terrestres y comienzan las de las nubes hasta que cruzamos el golfo de Omán para sobrevolar la India.
Llega
la hora de la comida. De aperitivo, un mezze arábigo tradicional:
hummus, alcachofas con champiñones, hojas de parra rellenas de arroz y
una ensalada Shanklish (como una versión de la ensaladilla rusa). Además
del pan normal, dos rebanadas de pan pita, que el hummus está más rico
con ellas.
Para él, un pescado marinado con
especias orientales acompañado de arroz aromático y verduras; para ella,
unas costillas de ternera deshuesadas, arroz blanco y champiñones de
los tipo sombrilla, que su nombre es shimeji. Muy ricos los dos platos.
Para
el postre los dos nos decantamos por el surtido de quesos: un manchego
español, un Stilton británico y uno de cabra sin especificar su origen.
Comenzamos
a sobrevolar Myanmar, con su verde infinito en la tierra y sus ríos marrones surcándola, ríos
que hacen que la zona del delta de Yangón sea un inmenso arrozal.
Nos acercamos a Yangón y aterrizamos en su nuevo Aeropuerto Internacional tras unas 5 horas y 30 minutos de vuelo.
Pasamos
nuestro control de inmigración, entregamos los papeles que hemos
rellenado en el avión (hay que quedarse con uno de lo laterales para la salida) y mostramos los pasaportes y nuestras visas (que son selladas).
Recogemos
nuestras maletas, paramos en un banco para cambiar moneda, no demasiada
porque puede representar un fajo de billetes descomunal, y además es
preferible ir cambiando poco a poco según los gastos que vayamos
realizando. El cambio es 1.345 MMK por 1$ (llevamos dólares porque en el
momento parecía tener mejor cambio y como moneda de pago también la
aceptan más fácilmente que los euros, pero eso sí, hay que llevarlos bien estirados,
sin cortes, sin pliegues, sin tachaduras…). La moneda es el kyat,
pronunciado como “chat” (más o menos).
Salimos en busca de nuestro transfer, conociendo a Myo, el que será nuestro guía (y compañero) para nuestra aventura por Myanmar. La diferencia de horario con España es de 4 horas y medio más, y aquí no cambian la hora durante el año.
Mingalabar Myanmar!, Mingalabar Yangón!; Mingalabar será la palabra más repetida durante el viaje, ya que es el saludo birmano, que utilizaremos para hablar con los birmanos y con los turistas de todas las nacionalidades, incluidos los españoles.
Salimos en busca de nuestro transfer, conociendo a Myo, el que será nuestro guía (y compañero) para nuestra aventura por Myanmar. La diferencia de horario con España es de 4 horas y medio más, y aquí no cambian la hora durante el año.
Mingalabar Myanmar!, Mingalabar Yangón!; Mingalabar será la palabra más repetida durante el viaje, ya que es el saludo birmano, que utilizaremos para hablar con los birmanos y con los turistas de todas las nacionalidades, incluidos los españoles.
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