Continuamos la navegación tras nuestro encuentro con las mujeres padaung y nuestro paso por los huertos flotantes, nuestra próxima parada no se encuentra demasiado lejos, el monasterio
Nga Hpe Kyaung.
El exterior produce una sensación de paz y tranquilidad, de mucho sosiego, ya que su situación además resulta idílica -por supuesto no hay muchos visitantes que rompan esta situación-.
El monasterio está
construido en madera y por supuesto sobre pilotes de este material; como dato orientativo, su
construcción fue realizada cuatro años antes que el palacio de Mandalay, y este data de 1856.
Entramos por el pasillo techado.
El interior es
una amplia sala con dos ambientes, uno donde parecen pasar mucho tiempo los
monjes a diario, y otro en cuyo centro hay un gran santuario.
En
el santuario hay una gran, bonita e interesante colección de imágenes de Buda, y nos gustan
cuando nos sorprenden y se salen de la norma de las estatuas que hemos ido viendo por el país; estas nos parecen muy hermosas.
Estas imágenes son de diferentes estilos: shan, tibetano, bagan e inwa, aunque muchas
de ellas no son las originales, que han sido robadas y seguramente
vendidas sin escrúpulos. Las figuras están sentadas en tronos muy
ornamentados, en los que hay que fijarse en los detalles escultóricos
que los adornan, o bien están alojadas en el interior de pagodas.
La
posición de las manos de Buda varía de unas imágenes a otras, en las
llamadas mudras, aunque la mayor parte las tiene en el Bhumisparsha mudra, con la mano izquierda hacia abajo, hacia la tierra, tocando el suelo; y la mano derecha como una flor abierta, señalando el cielo con la palma.
Una imagen parece más
importante que el resto, por su situación, por la parafernalia que la adorna, e
incluso por la corona que porta sobre la cabeza.
El mismo letrero se usa tanto para el trono como para los baños (trono de otra manera); de los segundos hay uno en el exterior para los visitantes, que es más lógico avisar de que los de los monjes no los utilicemos, que el trono dorado está claro que no es un juguete.
El monasterio recibía el nombre de
los gatos saltarines porque los monjes habían adiestrado a los gatos
para que saltaran a través de aros como una atracción turística más,
pero desde 2013 no realizan esta actividad, aunque no hace falta visitar
este monasterio por los animales, él por si solo ya se merece que
pasemos; y gatos se pueden ver, que saltarán si ellos quieren.
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