Después de nuestra curiosa visita al mercado de Bagan emprendemos viaje,
haciendo una parada en una explotación de palmeras y otros productos
agrícolas. Lo primero es conocer la alta palmera de coco y sus frutos.
Nos hacen una demostración de cómo se recoge el jugo de la palmera,
para lo que el trabajador antes de emprender la tarea realiza una
oración frente al árbol.
Como instrumentos lleva
dos cazos colgando y sobre todo un impresionante cuchillo sujeto por su
espalda en una preciosa funda de madera.
Trepa
ágilmente por la escalera sujeta a la palmera hasta llegar donde
cuelgan algunos cocos, pero sobre todo a los cuencos en los que se va recogiendo
la savia, cambiando los llenos por los vacíos que el lleva. La savia se obtiene
cortando el racimo de cocos antes de que salgan las flores, y le
entendemos a Myo que tiene que hacerse antes de las 12 de la mañana
porque dicen que pasada esta hora la savia es amarga.
Nos
enseña la savia recolectada y nos deja probarla, directamente metiendo
el dedo en el cuenco; yo la verdad es que pasé de refilón por este trámite gustativo.
Luego nos dan a probar la savia en tres versiones, la primera con
azúcar, la segunda algo más amarga tras un proceso de fermentación –como un
vino de palma-, y la última, un orujo de palma, tras pasar el proceso de
destilación, que no es exquisito y resulta bastante fuerte para mí –que
se asombran de que quiera probarlo, y me ofrecen un mini chupito de
señorita-; el empoderamiento no ha llegado a Myanmar.
En la instalación hay un buey moliendo supongo que cocos o ramas de los cocos para obtener el jugo. No sé si se tratara del actualmente famoso aceite de palma.
Hay
un arbusto que me llama la atención, y es que allí están los
cacahuetes, que nunca me había preguntado su origen y de repente me lo
encuentro, no es que fuera una duda existencial, pero me alegré de haber
conocido a la planta.
Luego se pasa por los
puestos de venta -estaba claro que esta demostración tenía un fin comercial-, en los que tienen dulces, los cacahuetes –compramos
dos bolsas y las dos tardes que los comimos acabamos sintiéndonos mal-, y
por supuesto el orujo de palma, del que también compramos, aunque una
vez aquí me parece que nos vendieron orujo aguado, porque no tenía la
misma fortaleza etílica y su sabor era francamente malo, aunque también
pudiera ser que allí nos sintiéramos algo involucrados por el ambiente y
la novedad. La funda de las botellas esconden el licor, resultan
bonitas pero tremendamente olorosas, y no precisamente con buen olor.
Hay
unas pequeñas y coquetas mesas y sillas preparadas para recibir a los
invitados, y así poder realizar una degustación más cómoda.
Nos damos una vuelta por la
“fábrica”, y vemos cómo se elaboran algunos productos que se venden,
pero no os puedo decir qué es lo que hay en cada recipiente o el proceso exacto que se está llevando a cabo.
Sí estoy casi segura que esta es la savia de la palma en proceso de fermentación para conseguir el vino. Esa espumilla de la parte superior en España recibe el nombre de borraja (así la conozco yo).
El vino pasando por el proceso de calentamiento para destilar el orujo.
Una
visita con la que no contábamos en nuestro planning y que nos ha
resultado interesante, hemos conocido y probado un producto autóctono,
aunque luego no nos haya terminado de convencer su sabor. Dicen que
aprender no ocupa lugar, así que bienvenido sea.
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