Después de nuestra visita a Mahamuni Paya, donde hemos visto la imagen
de Buda deformada por las láminas de pan de oro que se le aplica n
constantemente, nos toca ir a una fábrica de este material, King Galon,
para aprender algo sobre él.
La base es un papel de bambú, y para llegar a él se tiene un gran trabajo por delante, laborioso y que lleva bastante tiempo.
El
bambú hay que limpiarlo bien, quitándole los nodos y las hojas, luego
se lima para dejarlo liso. A continuación se hacen pequeños palos, que
se sumergen en tinajas con agua para que se vayan ablandando (en teoría
durante tres años, aunque me parece demasiado tiempo y tomé mal las notas). Luego se hace una masa que se tiene que estirar para
finamente poder cortarla en láminas pequeñas.
Entre
las láminas de papel (sobre unas 200) se introducen láminas de oro algo
gruesas (el proceso de fabricación de estas láminas gruesas no lo contaron, pero es realizado con máquinas y
comienza con un lingote que se va estirando y aplanando hasta poder
cortarlo en láminas, que son las que llegan aquí), así se elabora
un paquete de láminas de bambu y oro al que golpearan durante unos 30 minutos. Este proceso se va
realizando varias veces –unas cinco horas-, según se va estirando el oro
se va cortando el paquete y se realizan nuevos paquetes para golpear. El mazo con
el que golpean pesa una barbaridad, yo lo cogí y me pareció un mundo
levantarlo solo del suelo un palmo, así que alzarlo continuamente me
parece un milagro.
El mecanismo para medir el tiempo es el de una clepsidra o reloj de agua: un cuenco con un agujero en su base se coloca en una pequeña tinaja de agua, cuando se llena se va al fondo, cuando han pasado los 30 minutos de golpear el paquete.
Al final de los golpeos sucesivos en los paquetes quedan láminas de oro muy finas y de forma redondeada.
El
proceso de empaquetado está a cargo de mujeres, que tienen que cortar
esta lámina redondeada en pequeños trozos cuadrados principalmente, que
son colocados entre nuevas hojas de papel de bambú, con gran cuidado
porque son muy delicadas.
Los paquetes ya están listos para su venta, y para aplicar a los Budas o pagodas.
Tras
ver el proceso de elaboración se pasa a la tienda, un ritual siempre tras la visita a cualquier fábrica,
donde se pueden comprar artículos con este producto o directamente las láminas; el
artículo más llamativo fue un tarro de crema de thanaka en la que incorporan láminas de oro. El
thanaka se elabora con la corteza molida del árbol del mismo nombre, que
se mezcla con agua, y que en Myanmar hombres y mujeres lo usan para
protegerse del sol, extendiéndola principalmente por la cara (en
ocasiones realizando dibujos artísticos, como círculos concéntricos u otras formas), pero también por los
brazos y el resto del cuerpo (en menor medida).
Un tarro de thanaka sin oro, que además puede llevar perfume o no.
Un tarro de thanaka sin oro, que además puede llevar perfume o no.
Con
estas primeras visitas se termina la mañana y es hora de comer, más
temprano que ningún otro día, Myo nos pregunta si nos gusta el pato
laqueado chino, obteniendo una respuesta afirmativa por nuestra parte,
así que nos lleva a un restaurante que a él le gusta, Golden Duck.
Un
pato junto a una botella de whisky (la marca se adivina fácilmente) nos
recibe a la puerta, que no sé yo para que esta bebida alcohólica junto al pato, que es golden y no drunk…
El
salón del restaurante es un amplio espacio que se nos asemeja al típico
lugar de banquete de bodas de los años sesenta-setenta, en el que no
hay muchos comensales.
El pato laqueado va
con todo, es decir con sus vísceras, cosa que yo no había tenido en
cuenta ya que en Madrid estoy acostumbrada a comerlo limpito, así que no
lo miré cuando llegó a la mesa, y cuando tome el primer bocado de mi crujiente pechuga un sabor a
hígado me inundó la boca, como estos alimentos no me gustan
nada, tuve que tragármelo rápidamente acompañado de un buen sorbo de
cerveza. No estaba malo, porque a mi pareja le encantó, solo que a mí no
me gustó por lo que os comento.
Al pato le acompañan tres salsas: una agridulce, una con cilantro y otra con chile verde, muy picante.
Además comimos unas
ricas y crujientes verduras salteadas (a falta de pato, me hice vegetariana compulsiva); y tampoco faltaba el arroz blanco, con
un camarero siempre dispuesto a servirte más (era un poco incómodo
tenerlo siempre revoloteando alrededor de la mesa, pero el servicio
birmano es así, diligente a más no poder).
De postre, un contundente pastel-pudin de zanahorias.
Precio de la comida, 13.900 kyats; 7.200 por el pato y complementos; 2.300 por la cerveza, 1.300 por el agua.
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