De
la nutrición en general
La primera noche que
pasamos en el hotel Nayara Springs hicimos una reserva en el restaurante Amor
Loco, junto a la piscina, pero en esta ocasión no lo haremos ni en las tumbonas
como lo haremos al día siguiente, ni en las mesas del exterior, sino en el
interior, ya que su decoración también merecía la pena ser explorada, con una decoración muy tenue, quizás demasiado para visualizar bien los platos, más adecuada para unas copas.
La cena estuvo
amenizada con un cantante y su guitarra, la música es pregrabada. No lo hace
mal aunque tampoco es un prodigio, pero acompaña suavemente en la tranquilidad
del local hasta que llegó un grupo de cinco personas, a los que
desafortunadamente para el cantante los colocaron frente a él, con su plática
algo elevada de tono.
Para cenar la mesa
asignada no nos parece muy cómoda, aunque sí lo eran los asientos, de nuevo más adecuados para
tomar copas que para este menester culinario y gastronómico (mi altura no colabora demasiado y siempre quedo
demasiado baja respecto a la mesa).
Un surtido de panes,
de los que daremos buena cuenta.
Para él, un atún
sellado, acompañado de una salsa en reducción de vino tinto y un risotto de
hinojo. Se lo comió bien así que supongo que estaba bueno, aparte de tener hambre.
Para mí, que pretendo
no comer demasiado ni fuerte de sabor -me he recuperado algo de mi malestar, pero no del todo- el pez del día, y este día era rodaballo
asado, acompañado de verduras y puré de papas. Rico aunque demasiado asado el
pez, pero como yo no estaba en buenas condiciones es posible que no sea una
valoración justa.
Una copa de vino
tinto para acompañar el atún, un cabernet sauvignon del valle del Maipo,
chileno pues, de la bodega Agustinos; yo por supuesto beberé agua, que necesito
hidratarme con calma.
Se termina con postre
para uno, visualmente muy bien presentado, pero yo no lo caté y no sé de qué
se trataba, aunque parece que lo de la copa es algo parecido a una mousse, y el helado es claramente identificable.
El día que comimos en
el hotel por no bajar hasta el pueblo de La Fortuna, las instalaciones del hotel eran para disfrutarlas, elegimos de nuevo el restaurante
Amor Loco, pero no como restaurante en sí, sino que este hace servicio de
restauración a la piscina junto a la que se encuentra, y es que esta piscina y sus
hamacas nos abdujeron a la vuelta de la excursión por el Parque Nacional Volcán Arenal, ya que tras la ducha nuestra intención inicial era darnos un chapuzón en
la piscina y bajar al restaurante Altamira a comer, pero una vez en este lugar,
decidimos que lo haríamos aquí. Yo me tomo un fresquito batido de frutas para
revitalizarme e hidratarme.
En bandejas individuales nos sirven una rica
hamburguesa y un rico sándwich de pollo. Comimos fenomenal, por si hace falta decirlo.
Para la segunda noche
de estancia en el hotel reservamos mesa en el Nostalgia Wine Bar, esperando que
yo me encontrara mejor y pudiera disfrutarla en todo su contenido.
Curiosamente para
cenar seremos los únicos, el resto de clientes estaba disfrutando de los vinos
que se pueden servir en los aparatos tan usuales ya en las vinotecas. La mesa
en la terraza a tenue iluminación es otro puntazo al romanticismo.
En el momento de la
reserva te dan elegir entre dos menús, los dos con maridaje de vino que de esto se trata el lugar, y elegimos el menú mediterráneo, principalmente porque el otro, el menú bistro, tenía
mejillones verdes y a mí estos bivalvos no me gustan (ni verdes ni naranjas, si
puedo los evito).
Comenzamos con un
gazpacho andaluz, un clásico español en Costa Rica, y no sé a qué país
corresponden las manos del chef…pues no resulta malo, aunque tiene toques que
lo diferencian de nuestro gazpacho, pero la base de tomate no falta que es lo
importante. Refrescante en la noche.
Le acompaña un
carmenére rosado Tierra del Fuego, un reserva de 2014, que resulta buena
compañía, todo muy refrescante. Además la mención de Chile y de su uva carmenére nos pone nostálgicos, un gran viaje el que pudimos realizar por este
país, y en el que descubrimos el sabor de esta uva, a la que no conocíamos en
su versión rosada.
El segundo plato es
un tartar de gambas, con mango, menta y hierbabuena. De nuevo refrescante,
además de muy rico de sabor. El color de la fotografía no acompaña
favorablemente al plato, pero ni con flash ni sin flash se dejaba fotografiar,
y no era cuestión de entrar a buscar la luz en el interior del restaurante
plato en mano, que la cosa también está en disfrutar de todo: ambiente, comida,
copas, compañía...
Ahora Erik, el
camarero, nos sorprende con un vino moscatel de Jumilla, Juan Gil, ¡olé! Es
dulce pero algo cítrico y acompaña bien al tartar… cuidado, no bebas tan
rápido.
El plato de pescado
es un filete de salmón con costra de hierbas y parmesano; creo recordar que la
salsa se basaba en jugo de carne como contraste (dato no muy fiable porque va
de memoria pura y dura), y está acompañado de un (uno de cantidad) ravioli
relleno de hongos. El salmón en su punto y bueno de sabor en general.
Está acompañado por
un tinto, un Valpolicella Ripasso, un conocido de mi pareja, a la que además le
gusta; yo sólo conozco la marca Valpolicella, fue una de nuestras primeras
catas en Venecia con fortuna, aunque luego ha habido altos y bajos con esta
bodega, porque no todo lo embotellado nos parece bueno. Está elaborado con doble
fermentación, y la segunda es la que le da el carácter fuerte, y las uvas han
sido pasificadas (desecadas) para su elaboración.
El plato de carne
es un solomillo (una buena pieza) en salsa de trufa sobre un risotto de
verduras. Una buena carne, una buena salsa y un risotto mediano.
Le acompaña un Alma
Negra, vino de origen argentino de las bodegas de Ernesto Catena. Elaborado con
una mezcla de uva la bonarda (desconocida para nosotros hasta este momento, y
posiblemente en mi caso desaparecerá de mi mente tras escribirla aquí) y
malbec. Un tinto fuerte pero suave, entre picante y dulce, nos resulto
interesante descubrirle porque con los vinos argentinos no tenemos mucha
experiencia.
El postre es un
strudel de banana y café, ¡vaya!, me gustaba más el postre del otro menú, que
era un souflé de chocolate. No me disgusta, además está bien eso de cambiar la
manzana por una de las frutas nacionales ticas y por llevar café, producto nacional también. Está acompañado por unas fresas en
reducción, estilo compota y un helado de vainilla, que Erik nos recalca que
está elaborado con leche de vaca costarricense. Oda a Costa Rica en base alemana.
Para acompañar el
postre, otro vino chileno, Indomita, elaborado con dos uvas de cosecha tardía
(una alemana, gewurtztraminer, y la otra, una clásica sauvignon blanc), del valle de Casablanca. Es ácido y frutal a la vez, lo que
combina bastante bien con el dulzor del postre.
La cena ha resultado
buena y rica, que es lo que esperábamos, sin grandes alardes culinarios, pero ha cumplido el propósito de disfrutar de una buena comida acompañada de
nuevos caldos.
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